HOUSTON, Estados Unidos.- Una larga espera, la precaución por un tornado, almuerzo, postergaciones de vuelos, largas caminatas, un robo, un partido por tele, una suspensión, una alegría, una frustración, una denuncia, la cena frustrada, el sueño, la cama improvisada. Las conexiones?Todo junto, la vida misma, en un mismo lugar, como en La Terminal.
El “Houston, we have a problem” nos acompañó más tiempo que lo esperado. Y dejar Houston, en realidad, fue una verdadera odisea, en el espacio y en la tierra. La delegación periodística que integramos en este viaje vivió en el Aeropuerto George Bush más de 15 horas, a la manera del filme La Terminal, que protagoniza Tom Hanks, pero quizá con más cambios de estado de ánimo y situaciones que en una película.
Estaba todo programado para asistir a la segunda semifinal en Chicago, después de haber disfrutado la goleada de Argentina sobre Estados Unidos por 4 a 0 en el imponente NRG Stadium. Los horarios de vuelos estaban sincronizados de tal manera que llegaríamos directamente al Soldier Field de Chicago por lo menos dos horas antes del encuentro Chile-Colombia. Pero resulta que el vuelo previsto para 14.15 estaba sobrevendido y ni siquiera permitió hacer el check in con antelación. Meses atrás, si esto pasaba en Argentina, daba para 20 horas seguidas de transmisión de algún canal que ahora sólo pasa buenas noticias. Pero pasó en Estados Unidos, con un vuelo doméstico, y aquí nadie se escandalizó ni nadie se enteró por ningún canal.
Pero quizá fue el destino, por llamarlo de alguna manera, el que determinó que no teníamos que tomar ese vuelo. Es que ese viaje no terminó precisamente en Chicago, sino que por amenaza de tornado el avión fue desviado hacia Indianápolis. Pero por esa misma amenaza de tormenta severa tampoco despegó el vuelo siguiente, en el que nos habían ubicado y con el cual llegaríamos igual al partido, aunque con bastante menos antelación.
Lo cierto es que las condiciones climáticas no mejoraron, se cancelaron todos los vuelos de la jornada a Chicago y recién nos programaron para viajar a las 7 de la mañana de ayer jueves. Salir del aeropuerto, bien alejado de la ciudad, habiendo ya hecho el embarque y sin alojamiento previsto en Houston, no era una buena idea. Así que decidimos morar en una de las estaciones aéreas más grandes y más modernas de Estados Unidos y quizá del mundo. La compañía, por otra parte, no se hizo cargo ni de un supuesto pago de estadía o comida “porque por mal tiempo no hay obligación”, nos dijeron.
Lo tomamos con tranquilidad y aceptamos la recomendación de “viajar” de la terminal A a la E del Aeropuerto, porque es la mejor para disfrutar de sus servicios y para descansar, con amplios sillones que se hacen cama. Y se trató de un “viaje” más porque literalmente nos tuvimos que subir a un pequeño tren que recorre el aeropuerto por afuera y traslada a los pasajeros de terminal en terminal. Finalmente en un bar del sector E nos pusimos a ver por televisión el partido que íbamos a ver originalmente en vivo en el estadio. A su vez trabajábamos con nuestras computadoras. Cuando para el entretiempo la amenaza de aquel tornado se transformó en una amenaza más palpable, el partido “se demoró”. Durante un rato llegamos a programar la posibilidad de ver el segundo tiempo, si, como se decía, el partido continuaba al otro día. Justo en ese lapso, entre el trabajo de unos y la distracción de otros por ver la evacuación del Soldier Field por televisión y tratar de averiguar cuándo sería la prosecución del partido, “amigos de lo ajeno”, o “punguistas”, robaron con precisión “quirúrgica” un par de camperas que tenían pasaportes, pasajes y tarjetas de crédito en sus bolsillos. En plena zona de embarque del Aeropuerto de Houston.
Ahí empezó la nueva odisea, los trámites de denuncia y la comunicación, ya a altas horas de la noche, con el Consulado de Houston, que aportó tranquilidad a través de su personal de turno y directamente desde el cónsul Roberto Duspuy.
La “seguridad”, está claro, no es algo que se pueda comprar en ventanilla o que mágicamente se termine con un cambio de gobierno, como nos quisieron hacer creer en Argentina. En el país más poderoso del mundo, para algunos “nuevo modelo” para las relaciones exteriores, hay atentados de a 50 muertos o simples “punguistas” de billeteras o camperas. Y más de una vez en este viaje escuchamos esa frase que bordea la tilinguería: “Acá podés dejar cualquier cosa que nadie toca nada, no como en Argentina”. Está claro que sí tocan. Y por ahí el verdadero lugar “seguro” no existe en el planeta. Por lo pronto, éste, justamente éste, “seguro” no es.
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