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Opinión 17 de febrero de 2019

La Sordo y “El” Moldavsky

Por Raúl "Bigote" Acosta

Educar para sentir. Sentir para vivir. Eso dice el reclamo del espectáculo de Pilar Sordo. Aconsejadora de gente llena y llena el teatro. Estuvo en el complejo Roxy-Radio City-Melany. Agregó funciones. Donde sea, en Argentina, el fenómeno se repite.

Moldavsky sigue suelto en Mar del Plata. Eso se lee en el aviso. Está en el mismo complejo que mencioné: Roxy-Radio City-Melany. Como dice el título. Se queda en Mar del Plata y puede decirse que es un fenómeno, que Moldavsky es singular, que es llamativo, que sorprende pero ay, ay, sucedía en el invierno y donde fue, mas allá de Buenos Aires, sucedió.

Es un fenómeno repetido y, si se repite, ya no es casualidad… o hay que estudiar el cálculo probabilístico. Pfaa.

Hace años, muchos años, una sección de una revista de infiltración pecaminosa, Selecciones del Readers Digest, mensuario yanky que me explicó la Segunda Guerra, lo malo que eran los japoneses primero y los coreanos después, tenía una sección con mínimos chistes, pequeños chascarrillos aptos para toda la familia. Titulaban esa sección como “La risa, remedio infalible”.

Años después, también muchos, cualquier mínimo opúsculo de siquiatría, de sicología, de presunción de sicoanálisis y diván en semanarios atrevidos, sostenía que la risa hace bien y movilizar el músculo Risorio de Santorini algo necesario para el equilibrio sicosomático y la buena vida. Dicho en pocas palabras. Moldavsky es un sanador.

Una de las mas bellas y conmovedoras canciones que escuché (aún la pongo de vez en cuando a todo volumen, pero ya no se si me hace bien o me encuentro cómodo con la tristeza y la nostalgia y esas cosas) es un “negro spiritual” que traducido se escribe:”Nadie sabe las penas que tengo”. Arranca diciendo: “Nobody knows the Trouble I’ve seen” que si bien no quiere decir lo mismo ayuda a entender cuando Louis Armstrong canta y después te trompetea el alma. Muchas veces lloro (o casi, pero la intención es lo que vale) con algunas canciones. El solo de Satchmo en ese tema encuentra mi soledad y la agranda.

Seré un hereje, veo que Pilar llena y con voz suave y convincente explica y nada. Herejía pura. Pero no puedo objetar lo suyo, debo ser yo que tendré enyesados martillo, yunque y estribo o alquilada la fosita coclear. No oigo a la Pilar Sordo. Diferente modo de “aguantiñar” la tristeza.

El espectáculo de la disertante es sencillo y modesto, previsible y respetuoso de las formas de la conferencia. Por allí un alarido extemporáneo y preguntas que, en la “interactuación”, sabe derivar hacia lo que se necesita / sabe / debe responder. Hay fórmulas de actuación para estos casos. La Sordo hace un café concert de la calma y el encuentro con uno mismo claro que, si uno no está…

No lo es, pero el espectáculo semeja un “I Ching” espontáneo y rendidor. Las respuestas a unas señoras les sirven a otras (señoras) De tanto escudriñar el fenómeno de Pilar Sordo advierto que ella es la repositora de cuestiones perdidas. En tus mesas que nunca preguntan… la soledad es un amigo que no está… el puente sobre la turbulentas aguas que ya no cantan ni Pablito ni Artie (Paul y Art). Pilar es la remplazante. El público de la Sordo es tan fiel que compra libros. Leerla es otro precio. Dejame con Discepolín, Spinetta y Simon y Garfunkel y sus textos.

El caso Moldavsky es un fenómeno como el anterior y como todos los fenómenos: inexplicable. El todo es superior a las partes dicen los gestálticos. Algo hay. El gordo entra después de un monólogo radiofónico con el compañero Puchuliú, esto es: Fernando Bravo. Así era, ahora entran los músicos y Fernando Bravo aconseja apagar los celulares. Fernando Bravo va por los parlantes de sala y tal vez, solo tal vez, refiere a lo que es necesario imaginar, debe el espectador imaginar que está viendo, con los ojos abiertos y en presencia (en vivo y en directo diría Héctor Ricardo García) el trabajo de un cómico radiofónico que aún no entendió el tempo teatral y allí está la gracia. Es muy bueno que Moldavsky no esté “adocenado”.

Todos se rien y todos esperan el próximo chiste y el chiste llega ¿Que mas? Un verano a sala llena. Hay detalles. Se ríe de los judíos de un modo que parece demasiado, pero no solo que Moldavsky es judío sino que la colectividad lo festeja. ¿Son buenos los chistes? Si pero…me asusta, son fuertes. Valen lo que pesan.

Tengo un lío con los chistes que no se ha curado, es enfermedad crónica. No me asombran ni sorprenden, pero si 900 personas se ríen en un feliz unísono lo dicho: algo hay.

Este cómico es un fenómeno de la temporada. Poco mas, un grupo musical que se mete en el medio y ayuda a que respire, acomode el cuerpo y siga. Está su hijo. Buen sonido y poco y nada de escenografía y esas cosas. No las necesita.

La vida ha mejorado. Hace pocos veranos una chica aparecía sobre un escenario pelado, sin poder sostenerse en los tacos altos, con su físico bastante estropeado por la vida y, antes que terminase de pisar el escenario para un monólogo cómico, la gente estallaba en carcajadas, Lizzy Tagliani. Moldavsky es otra cosa. Crecimos. No se cuanto. Pero hay un crecimiento.

El fenómeno Moldavsky reconcilia con las neuronas. No te reís de un chiste si lo ois pero sos sordo de axones y dendritas. Se necesitan dos neuronas para conectar. El público de Moldavsky tiene al menos dos neuronas.

El fenómeno de Pilar Sordo me remite a Elmer Gantry. Hemos mejorado pero, actuación por actuación, quien hizo ese papel fue Burt Lancaster.

Anhelos: que Pilar Sordo confiese que nadie sabe las penas que tiene. Que el gordo Moldavsky cierre con la frase de Al Jolson: “esto no fue todo, lo mejor… mañana”. Yo le creería. Iría nuevamente al teatro a escuchar la radio. Dos, hasta tres veces.