La salud masculina, entre la arrogancia y el desamparo
Por Eduardo Marostica (*)
– ¿Dónde se atiende usted?
– En el Centro de Salud Casals, con la doctora F.
– ¿Y tu nene?
– Ahí mismo, con la doctora M.
– ¿Y su marido?
– No, él no se atiende.
– ¿Cómo que no se atiende? ¿No se enferma nunca?
– No. Él si se llega a enfermar, va al hospital.
El breve diálogo que da inicio a esta columna lo mantuve tiempo atrás con una señora de la periferia de Rosario, a quien le estaba tomando datos para un trámite social. Toda su familia se atendía de manera preventiva o aguda con diferentes profesionales de un hospital, pero su marido no pisaba un consultorio jamás. ¿Consideraría este señor una pérdida de tiempo consultar a un médico, cada tanto, de manera preventiva? Esto me dio mucho que reflexionar… ¿Por qué a los hombres nos cuesta tanto cuidar nuestra salud? ¿Por qué no hablamos de ella? Si a nuestro auto lo tratáramos del mismo modo, sin chequeos ni cuidados, ¿cuánto nos duraría?
Si comparamos con las políticas de Estado asociadas al cuidado del cuerpo de la mujer, o de las infancias, resulta notorio el silencio de radio respecto de la salud de los varones. Desde la primera menstruación, los sistemas de salud de todo el mundo prevén rutinas de análisis y diversos controles preventivos anuales (pap, colposcopia, controles mamarios) para acompañar el desarrollo y la buena salud de la mujer.
Pero entre los varones, recién ahora y sólo cuando pasás los cuarenta o cincuenta años, se está instalando cierta exigencia y visibilidad social en torno a la salud, no desprovista de humoradas hostiles entre hombres, cuando se presume algún problema de próstata.
¿Qué ocurre con nosotros? ¿De verdad no nos enfermamos nunca? ¿Somos dejados “en libertad” por el Estado o más bien somos abandonados a nuestra suerte?
A los varones se nos cría con cierta ceguera interior o displicecia hacia nuestra propia salud… Ojalá que las nuevas generaciones desarrollen una conciencia diferente al respecto. Pero los muchachos hemos crecido y aprendido estas durezas; nos enseñaron a no quejarnos, a ocultar nuestros dolores y sufrimientos porque supuestamente eran signos de debilidad. Toda una vida barriendo estas señales bajo la alfombra, para darnos cuenta ahora de que podemos transformar esos mandatos que nos hacen daño.
El modelo de varón patriarcal y machista termina convirtiéndose en un boomerang, porque toda la dureza y la arrogancia con que se pretende blindar al niño desde pequeño luego se vuelve en su contra.
Es hora de que, desde la educación y proponiéndonos cambiar los estereotipos, los varones comencemos a registrar lo que pasa en nuestros cuerpos, construyendo nuevas miradas que no teman a la falla ni esquiven el dolor.
(*) Psicólogo rosarino y autor del libro En el ojo de la tormenta, reflexiones sobre la construcción de las masculinidades (Laborde Editor, 2022).
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