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Cultura 4 de abril de 2016

La sala de honestidad

Por Federico Bagnato

www.paramatarlapoesia.com
El tipo era, hace mucho tiempo, un vendedor de coches de una de esas agencias de película. Era algo retorcido, tenía un ojo de vidrio y mucha labia. Me encantaba. Antes de sentarte a discutir sobre el valor de un auto, él ya te lo había vendido sin que lo supieras, y mientras te la pasabas haciendo buena letra para sacar algún detalle sin cargo como cupones para lavado gratis o accesorios para el interior, él ya tenía lista la factura y el contrato y le había guiñado el ojo al otro que estaba al otro lado de la puerta esperando ganar una apuesta que siempre perdía, porque, en apariencia, el Sr. Richard (recuerdo que la placa era muy difícil de identificar por su minúsculo tamaño) siempre vendía lo que quería a quien quería. El era un tipo honesto, si los hay. Y cuando no vendía algo era porque sabía que era una porquería y que ese posible comprador era buena gente que había pasado los últimos diez años de su vida ahorrando para tener un auto. Así era él. Y esos días no apostaba nada, tampoco era estúpido. Resulta que el estúpido era su compañero, que, además de pensar que el Sr. Richard era buena gente, siempre caía en las apuestas, y como se iba antes y había tanto movimiento de coches en ese mercado negro, no sabía que en realidad el Sr. Richard era un chanta que jamás vendió un auto, pero que se las ingenió para conservar su empleo con el sueldo básico –que no era nada sin las comisiones de venta– y vivir de las apuestas con el tarado. Porque el tarado sí se las ingeniaba para vender autos y pagar la inocencia frente a su compañero, que también había colocado un sticker sobre un calendario plástico de oficina que decía, solo cuando el tarado llegaba, “Gerente de Ventas”, algo sobre lo que el tarado jamás dudaría, dada la elocuencia del Sr. Richard.
Hoy en día es paradójico que aquel incidente, que fue rápidamente descubierto por el verdadero gerente de ventas, haya sido el motivo por el que la agencia de autos se llame “la sala de honestidad” y sea reconocida, justamente, por su confiabilidad… Así fue. Fuimos patéticos. El Sr. Richard nos engañó a todos… Y yo le creí, no te voy a andar mintiendo.