La Ribeira Sacra: descubriendo una joya de la vitivinicultura española
La región toma su nombre de los monasterios e iglesias que en la Edad Media, tras la presencia romana, se establecieron en sus valles y montañas.
Viticultores en la vendimia en la Ribeira Sacra. Foto: EFE | Lavandeira Jr.
por Harold Heckle
La mayoría de los expertos que han visitado recientemente la hermosa, boscosa y montañosa región de Ribeira Sacra, en el noroeste de España, donde la cosecha se recoge estos días, han llegado a una misma conclusión: el universo del vino tiene una nueva estrella.
“La Ribeira Sacra, como otras zonas de Europa a finales del siglo XIX quedó arrasada por las epidemias de la filoxera”, explica a EFE José Manuel Rodríguez González, presidente del consejo regulador de la Denominación de Origen Ribeira Sacra, en referencia a una plaga de ácaros que llegó de América y hace más de un siglo destruyó cultivos de viñedos a lo largo y ancho de Europa.
Esta región en el interior de Galicia, entre los ríos Cabe, Sil y Miño, en el sur de la provincia de Lugo, se vio particularmente afectada por esa plaga, y por ello, la cultura del vino que los pobladores locales remontan a la época del imperio romano, estuvo a punto de desaparecer.
La región toma su nombre de los monasterios e iglesias que en la Edad Media, tras la presencia romana, se establecieron en sus valles y montañas, y plantaron viñedos que produjeran el vino que necesitaban para la eucaristía.
En forma de V, la orografía del valle presenta terrazas conocidas localmente como “bancales” y en las que el cultivo se abrió paso entre vetas de granito, pizarra y terreno arenoso.
La catástrofe de la filoxera llevó a la virtual desaparición de los ancestrales vinos de la región, cuyas cepas fueron reemplazadas a mediados del siglo XX con las denominadas Palomino, procedentes de la región de Jerez, en el sur español.
El propósito fue restablecer la industria vitivinícola para producir grandes cantidades de vino de baja calidad que proporcionara algún tipo de ingreso a los cultivadores locales.
No faltaban locales que recordaban la calidad de los vinos del pasado y localizaron cepas que sobrevivieron a la plaga devastadora, lo que condujo a la recuperación de las antiguas variedades.
Las variedades de uvas blancas Godello y Albariño fueron las primeras que volvieron a ver la luz, junto a las del tinto Mencía.
Después llegaron los blancos Loureira, Treixadura, Doña Branca y Torrontés, así como los tintos Brancellao, Merenzao, Sousón, Garnacha Tintorera y Mouratón, que vinieron a incrementar la oferta.
“Hoy en día se están empezando a hacer vinos con estas variedades menos utilizadas y la variedad típica, la que marca la diferencia en Ribeira Sacra, es la Mencía que supone el 85 por ciento dentro de las variedades tintas”, dice Rodríguez González.
Explica que, en la actualidad, se cultivan 1.200 hectáreas de viñedos por unos 2.300 agricultores, de los que unos 700 no venden su vino y lo dedican a su propio consumo. El resto del vino se vende al público o a las más de 90 bodegas que existen en la zona.
También hay pequeños productores como Fernando Álvarez Fernández, que pastorea vacas y elabora queso en su granja en las laderas de una montaña, además de producir pequeñas cantidades de blanco y tinto con la ayuda de amigos y familiares.
“Como rentabilidad en vacas, en cantidad de queso, en cantidad de vino, en cantidad de uva, a lo mejor no es rentable económicamente, pero si miras todo el proceso que hago, cuidar la montaña paisajísticamente, crear vida en una zona muy desfavorecida y protegerla de la erosión y fuegos, y mantener la montaña viva, pues al final sí que es rentable. Haces muchas funciones”, dice.
Como él, la mayoría de los productores del valle tienden a elaborar vino joven que se consume antes de cinco años. Nadie duda, sin embargo, del tremendo potencial que poseen la variedades de uvas de la Ribeira Sacra para elaborar vinos espectaculares.
Hay quienes, como Rodríguez González, hizo en una ocasión madurar el vino en barriles de roble, una técnica que a través del proceso conocido como polimerización añade complejidad y estabilidad a los vinos, permitiendo que envejezcan bien en botellas durante muchos años.
“Esto es un pequeño continente dentro de una misma denominación con terrenos desde arcilla a granito, pizarra, esquisto, zonas de aluvión”, dice, a la vez que resalta la inusual riqueza mineral de la zona permite vinos excepcionales que no necesitan de roble para alcanzar complejidad.
Para otros productores como el empresario textil Javier Domínguez, los altos lindes del valle pueden producir vinos excepcionales, capaces de envejecer, y con una complejidad suprema.
“La filosofía de Dominio de Bibei es hacer vinos que puedan envejecer,” dice Xuan López, un enólogo en esa bodega, que explica que quieren preservar los aromas de las variedades, y por eso buscan “usar barricas de roble que se han usado anteriormente”.
“Tenemos diferentes orientaciones, diferentes pendientes, diferentes suelos. Estamos hablando de un lugar con unas posibilidades de hacer vinos diferentes como no tiene ninguna otra zona en el mundo”.
EFE.