La residencia marplatense de “la amante de Roca” y aquel asunto de las alhajas
Los aficionados a la historia arquitectónica marplatense la recuerdan como "la residencia veraniega de la amante de Roca". Estaba frente al Torreón y pertenecía a una mujer que en 1919 estuvo vinculada a un singular hecho policial ocurrido en la ciudad.
La residencia se llamaba "Villa Torreón" y estaba en Viamonte y la costa. A lo lejos, el campanario de Stella Maris. Aporte de Ignacio Iriarte a Fotos de Familia.
Por Gustavo Visciarelli
Entrada la noche del sábado 4 de enero de 1919 el cochero Juan Marconi volvió a su casa humilde del barrio Puerto. “Persona de buenos antecedentes”, Marconi tenía esposa, varios hijos pequeños y una cotidianeidad de subsistencia. Al amanecer del 5 de enero, mientras preparaba su carruaje para una nueva jornada, halló un maletín debajo de uno de los asientos. Las puntuales crónicas de la época -a las que atribuimos todos los encomillados- indican que en su interior había “un necesaire de oro con iniciales compuesto de 24 piezas, 168 brillantes, un collar de 150 perlas y broche de dos esmeraldas, una cinta de seda con 12 broches de brillantes, una pulsera con dos filas de zafiros y dos brillantes grandes, dos relojes de oro de la casa Cartier de París….”, entre otras alhajas.
Pocas horas más tarde Marconi estaba preso, “afligido y lloroso” mientras su nombre ganaba notoriedad en la prensa. De hecho, La Nación informó que se aprestaba a fundir el oro cuando lo apresaron.
En el tren de las siete
El maletín había sido olvidado por una dama solitaria que llegó a Mar del Plata el 4 de enero “en el tren de las siete” y tomó “el primer coche de plaza” desde la Estación Sud (Alberti y Sarmiento) hasta su residencia, que tenía el acceso principal en Moreno y Viamonte y se extendía hasta la Explanada Sur (Boulevard Marítimo); es decir, una
cuadra.
Su nombre oficial era “Villa del Torreón”, pero los aficionados a la historia arquitectónica local la identifican automáticamente como “la residencia veraniega de la amante” o “la novia” de Julio Argentino Roca.
Se refieren a Guillermina de Oliveira Cézar. Y así la llamaremos para apartarnos del rótulo de “amante” como recurso de identificación y para conocer algo más de su vida y del rol que le cupo en aquel asunto de las alhajas.
Casado en la adolescencia
Hija de un acaudalado terrateniente, nació en 1870 y cursó estudios en el Colegio Americano dirigido por Mary Elizabeth Conway, una de las maestras que trajo Sarmiento de los Estados Unidos.
Su padre la ofreció en matrimonio sin rodeos y con éxito. “¿Por qué no se casa con una de mis hijas?”, le dijo a uno de los prominentes personajes de la generación del 80: Eduardo Wilde, célebre médico higienista, amigo y ministro de Roca, mentor de la salubridad en Buenos Aires y propulsor de la enseñanza laica y el matrimonio civil.
Wilde era viudo y tenía 42 años. Guillermina era una adolescente de 15. El padrino de la boda fue el presidente Julio Argentino Roca y los testigos Carlos Pellegrini y Victorino de la Plaza.
La indiferencia inicial de Roca hacia aquella adolescente cambió cuando el matrimonio volvió de Europa después de una estadía de diez años. Ella tenía 25 años y el 52 cuando iniciaron un extenso romance que tomó estado público y fue “la comidilla” de la sociedad porteña ante la pasividad de Wilde. La revista “Caras y Caretas”, con caricaturas en su portada, certifica la publicidad que alcanzó aquel vínculo.
Guillermina de Oliveira Cézar fue esposa de un personaje prominente de la generación del 80: Eduardo Wilde. Y tuvo un romance que escandalizó a la sociedad de su época.
Las joyas faltantes
Roca y Wilde ya habían muerto cuando Guillermina, de 49 años, llegó aquel sábado a Mar del Plata. Los primeros días de enero marcaban el inicio de los largos veraneos de la aristocracia criolla y el acarreo de indumentarias y alhajas era imprescindible para su vida social en el balneario.
Pocas horas después de llegar, Guillermina comunicó a la policía el faltante de sus alhajas pero no pudo aportar datos del cochero que la había trasladado.
Marconi ni siquiera abrió el maletín cuando lo halló dentro de su coche y tampoco pudo recordar a su propietaria, ya que la jornada anterior había hecho numerosos viajes.
Tomó entonces la cándida decisión de dejarlo en su casa para comunicar el hallazgo a la policía, cosa que hizo frente a la Iglesia San Pedro (hoy Catedral), donde se encontró con un oficial conocido al que informó la novedad.
Como el policía en cuestión andaba a pie, el propio Marconi lo llevó hasta su domicilio para entregar el maletín. Y el oficial, tras verificar que se trataban de las joyas buscadas, metió preso al cochero.
“Importante pesquisa”
La Capital, creyendo en la versión policial, tituló la noticia: “Importante pesquisa policial-900 mil pesos en alhajas”. Y con una candidez similar a la del cochero, confió en esas fuentes al dar cuenta de una detectivesca tarea que había demandado toda la noche hasta el esclarecimiento del hecho. El diario La Nación -interesado en el caso por el apellido de la damnificada- fue más lejos al asegurar que Marconi ya había desengarzado las piedras preciosas para fundir el oro.
La percepción periodística del caso empezó a cambiar en cuestión de horas y mucho más cuando un nutrido grupo de cocheros presentó a la prensa una nota con relato veraz de los hechos.
El viernes 10 de enero, La Capital publicó que el cochero había sido liberado después de “tanta bulla” y de “tanta gloriola”, simpática palabra portuguesa que define a quien ostenta una reputación inmerecida. La crónica finalmente ubicó a Marconi en su verdadera condición de víctima y además lo instó a “demandar a los causantes de la detención”. Desconocemos si el cochero atendió esta sugerencia.
El actual panorama de Boulevard Marítimo y Viamonte, donde antiguamente estuvo la residencia veraniega de Guillermina. Foto: Mauricio Arduin.
En la misma crónica se informó que Guillermina, rápidamente advertida de la injusticia en curso, socorrió a la familia de Marconi durante su promocionada detención. Y que, paralelamente, elevó al juez un pedido para que lo dejara en libertad.
Una escueta biografía de Guillermina indica que se interesó por la asistencia social de las minorías desfavorecidas y que al año siguiente de aquel episodio de las alhajas creó una escuela de enfermeras. También integró la Sociedad de Beneficencia e hizo publicar las obras completas de Wilde, cuyos derechos donó a la Universidad de Medicina para destinarlo a un premio anual.
Murió el 29 de mayo de 1936 sin dejar descendencia. Según el arquitecto Roberto Cova en su libro “Casas Compactas de Mar del Plata”, la vivienda dejó de pertenecerle en 1926. Demolida en fecha indeterminada, hoy en el lugar funciona un hotel.