La región del Golfo Pérsico, el botín de la guerra comercial entre China y los Estados Unidos
Joe Biden. Foto: EFE | EPA | Doug Mills.
Por Raquel Pozzi
“America is back” ¡Estados Unidos ha regresado! el actual mandatario Joe Biden afirma con énfasis que el ingreso al escenario internacional está relacionado con el nuevo liderazgo que propone la nueva administración gestionando diplomacia de acercamiento y trazando una ruta de alianzas en un mundo que se encuentra en un punto de inflexión y con una dinámica pendular.
El plan de J. Biden para liderar el mundo democrático y afrontar los retos del siglo XXI tiene como prioridad defender los intereses vitales de los Estados Unidos, sin embargo, en la ruta de la subjetividad occidental, la región del Golfo Pérsico es para Washington un gran dilema de articulación entre los aliados y los detractores lo cual imposibilita tener una óptica más amplia en términos de inversión y de cooperación internacional. J. Biden no recibe sólo la herencia de D. Trump sino un proceso de colonización del pensamiento occidental en referencia a la simbiótica relación conceptual del terrorismo anclado territorialmente en “Oriente Próximo” sobre todo en la relación con la República Islámica de Irán y estados aliados. Sólo decisiones sísmicas de J. Biden podrán gestionar en favor de un acuerdo integrador que compita con el proyecto expansivo de La República Popular de China en la región.
A tal fin deberá discontinuar y contradecir el diseño de la política exterior que los Estados Unidos han elaborado con respecto a Oriente Medio, y más allá de los matices partidarios, superar la fase agonal en términos políticos y proponer una etapa arquitectónica, requerirá voluntad estatal y precisión ejecutiva, lo cuales entran en tensión y auguran tiempos no aptos para el ritmo cardíaco de las relaciones internacionales que Washington considera para la región.
¿Cómo observa J. Biden a ciertos estados de Oriente Medio?
La nueva administración de los Estados Unidos tendrá múltiples desafíos, un claro ejemplo será sintonizar con el nuevo escenario internacional que ha virado el eje de atención hacia el Asia-Pacífico y abordar la multiplicidad de amenazas, entre ellas las que representa Teherán, y aun cuando B. Obana y D. Trump hayan presionado al estado persa sin lograr acuerdos políticos, es el momento de considerar esa posibilidad, y la misma también requiere de fuertes decisiones política para desarticular la coalición anti-iraní dentro de la Casa Blanca y en la región, específicamente con la formación de la alianza entre Israel, Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos (EAU) y otros estados árabes suníes, coalición que ha sido una consecuencia directa de la afinidad con la Administración Trump.
Biden tiene la oportunidad de alcanzar un nuevo acuerdo con Irán y abordar el Plan de Acción Integral Conjunta -JCPOA- con la premura que requieren las partes aprovechando las difíciles condiciones de Teherán debido a las duras sanciones que le ha impuesto la Administración Trump, sin embargo el escenario presenta serias turbulencias debido a la débil posición que ocupan los defensores del acuerdo en la política interna de Irán debido a la ausencia de mejoras significativas en un contexto de futuras elecciones presidenciales en junio de 2021 y dónde los sondeos favorecen a los conservadores. En ese contexto, la diplomacia de exigencias y de aproximación agónica tanto de Washington como de Irán para desarticular la zona gris en la cual se encuentra el Pacto Nuclear, operan en contra de la cooperación y proponen un escenario de tensión a largo plazo.
En la otra dirección, los países del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) han diagramado una ruta alternativa considerando a Beijing como aliado solvente evitando la exclusividad de los Estados Unidos, la diferencia se centra en las relaciones comerciales que China les propone con mayor inversión en infraestructura y conectividad para economías que tienen como objetivo la diversificación sobre la base de los recursos más importantes: petróleo y gas.
La diferencia sustancial en esta nueva configuración del tablero internacional es que China se posiciona como un estado oferente y Estados Unidos continúa observando el comportamiento de algunos estados de la región como detractores y por ende se perfila como un país exigente en tiempos de gran volatilidad por los efectos sociales y económicos de la Pandemia del Covid-19.
Región en expansión
Las agendas comerciales han cambiado y Oriente Medio se propone configurar su propia ruta con el riesgo que implica el deslizamiento de poder en la competencia entre Arabia Saudita y la República Islámica de Irán. Sin embargo, la cadena comercial que China ha logrado, es utilizando los dos eslabones más importantes: Arabia Saudita junto a los países aliados del Golfo e Irán en la Iniciativa de la Ruta Marítima de la Seda (MSRI).
Puertos y complejos industriales que China ofrece es precisamente la demanda de los países árabes y del estado persa para aumentar su influencia en la región. Uno de los emblemáticos ejemplos es la reconversión del histórico puerto de Djitouti en Zona Comercial Especial Internacional de África Oriental como también el puerto de Omán, que se enmarcan en uno de los objetivos de la Belt and Road (BRI) al implementar un modelo propio de la tríada Puerto-Parque-Ciudad en una actitud integradora de puertos, parques industriales y servicios.
El factor chino en los acuerdos de Abraham
Una reflexión geopolítica es el dilema de Washington para frenar el expansionismo chino agitando las banderas de los acuerdos de Abraham entre Israel y algunos estados árabes. Un antecedente clave fue la visita que el primer ministro B. Netanyahu realizó a Beijing en el año 2014 quien selló un acuerdo tácito al calificar a China como su mayor socio comercial, a tal punto que el volumen de intercambio comercial entre ambos estados creció entre el año 2014 – 2019 en un 50 %, ascenso que también se observa en términos de inversión, sobre todo, en el área tecnológica en el marco del proyecto chino de la “Franja y la Ruta” y de futuros acuerdos regionales de libre comercio entre China, los estados árabes e Israel.
La intensidad y velocidad de la incursión de China en la región promovió que Estados Unidos desequilibre ese tejido comercial con el país asiático proponiendo al estado de Israel y los países árabes acuerdos interregionales de cooperación y transferencia tecnológica: Los acuerdos de Abraham si bien tienen propósitos comerciales no obstante la variable geopolítica no está ausente ya que la irresolución del problema con Palestina y el aumento de los asentamientos de la comunidad judía en Cisjordania, provocan mayor tensión por un lado y por el otro, pacifican los ánimos del aliado regional más importante que tiene Washington en la región, asimismo la guerra en Yemen que no forma parte de la agenda de Biden promueve la irritabilidad entre los dos estados que detentan la hegemonía regional: Arabia Saudita y la República Islámica de Irán. En ese maremágnum, China firma un acuerdo comercial de cooperación con Irán por 25 años que incluye inversiones en el sector de la energía e infraestructuras a cambio de asegurarse el suministro de petróleo y gestionando políticas proactivas en oposición a las políticas reactivas de los norteamericanos.
Temor nuclear
¿Es posible el acercamiento de Washington con Teherán? Es posible siempre y cuando ambas partes abandonen la idea que, quién efectúe el primer paso llegará más debilitado a la mesa de las negociaciones. De todas formas, hay otros condicionamientos más complejos: las sanciones económicas de los Estados Unidos que ahogaron la economía iraní y que propinaron duras retóricas por parte del líder supremo Alí Khamenei como también los informes de la Agencia Internacional de Energía Atómica sobre el enriquecimiento de uranio que se realizan en las plantas nucleares en Irán. Las relaciones de ambos estados están en una zona gris, donde el desequilibrio de fuerzas militares en la región atenta contra el Pacto Nuclear.
Según la AIEA Irán posee 2.900 kg de uranio enriquecido, diez veces más de lo que estaba permitido en el acuerdo firmado en el 2015. El mismo permitía que Irán enriqueciera al 3,67 %, sin embargo, se presentaron informes que la pureza del uranio llego al 20 % lo que implica la posibilidad de utilizar el recurso para actividades militares. El gran problema radica en la instalación de nuevas centrifugadoras, las IR-6, sobre todo en la Planta de enriquecimiento de combustible nuclear Fordow. El líder supremo iraní había ratificado en diciembre del año 2020 que Teherán comenzaría a aplicar “la Ley de medidas estratégicas” cuyo objetivo es poner en funcionamiento 1000 centrifugadoras IR-2 y 174 IR-6. Tecnicismo puro que elevó las alarmas de la región porque el Acuerdo del 2015 sólo le permitía a Teherán la utilización de centrifugadoras IR – 1.
No son tiempos de buenos presagios en la relación con Irán, las plantas nucleares están en la mira de cualquier tipo de telescopio, desde Fordow, Arak, Isfahan, Bushehr, Gachin, Parchin, hasta Natanz, cualquier accidente puede considerarse un ataque o viceversa. Las políticas conspirativas, las guerras subsidiarias en Irak, Siria y Yemen, la diplomacia itinerante y la débil imagen de la Unión Europea en su rol mediador pone en alerta a la administración de Biden. Sin un giro copernicano en las relaciones entre Estados Unidos e Irán, estamos en presencia de otro escenario de gatopardismo.
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