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Cultura 27 de marzo de 2017

La reflexión

Para matar la poesía

Por Odda Schumann

Antes era más hermoso. Estático. Como una foto si no parpadeabas. Ahora el viento te caga. Si no te movías, los pájaros sí. Pero ahora no se sabe. Casi no hay referencias para ver el desplazamiento. Pero pasan a tu lado y parecés mimetizado. Y tu mamá te grita desde abajo. Sólo grita tu nombre, ¡qué más va a gritar si la muerte es inminente! Pero no deja de mirarte y mover los brazos.

Vos le querés contestar pero el viento no te deja abrir la boca. Es doloroso. ¡Y pensar que antes tu mamá te pegaba para que cerraras la boca! pero ahora todo es distinto. Porque tampoco querés ser un pájaro; o, en todo caso, tener un par de alas. A cambio de eso caés como una piedra, dura e invariante. Y aparece eso que dicen, toda tu vida por delante. Primero lo peor, porque sabés que desperdiciaste tus días viviendo el presente, porque pensabas que el futuro no importaba porque era incierto.

Pero ahora tenés tu futuro, innegable y delante de tus ojos. Y la falacia de tu presente se desvanece porque únicamente pensás en la muerte y las imágenes de tu vida te invaden e ingresan sin pedir permiso. Porque el cuerpo sabe que debe protegerte en cualquier situación. Y ahora es el momento.

Pero tu voluntad es más fuerte y ahora querés hacer algo por cortar ese devenir y tu madre es testigo absoluto de ese drama. Y ciertamente, por más o menos voluntad que le imprimas, el hecho es uno… Llega lo bueno del recuerdo, cosas logradas, orgullos personales. Pero sólo hay sensaciones, no hay imágenes. ¡No hay imágenes! Tus sentidos están trastocados y no te sirve de nada ese recuerdo perceptivo. Cerrar los ojos tampoco sirve porque el impulso quiere que veas que cada vez falta menos.

Y ahora ese suelo liso se define porque ves rocas, charcos y yuyos. Y a tu mamá, allá lejos, que no para de gritar. Y ahora se juntaron un par más que festejan. Son los que no te quieren. Y eso te saca una sonrisa porque ahora sí te acordás que fuiste un hijo de puta con ellos. Y casi pensás que te merecés reventarte contra el suelo. Querés encontrar consuelo para dejar de sufrir, pero te das cuenta de que sos un cobarde y que cuando se trata de morir nada alcanza. Y cuando la cuerda rebote vas a saber si es tu hora o no. Y si no era, vas a ir con tu mamá y… pero no hay cuerda. Te tiraste al vacío y no hay vuelta atrás. Ya estás muerto.