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Opinión 1 de agosto de 2018

La quinta es la vencida

El Indio Solari lanzó El ruiseñor, el amor y la muerte, un disco quiebre para una trayectoria solista que vivía más del pasado que del presente. 

por Agustín Marangoni

Después de cinco años, después del quilombo de Olavarría, después de mil millones de sentencias en contra y a favor, llegó el disco. El Indio es un blanco fácil para las críticas irracionales. Están los odiadores de siempre, que de fachos nomás dicen cualquier cosa sin siquiera haberle dedicado cinco minutos a sus canciones. Y también están los obsecuentes, fanáticos, ansiosos por aplaudir una obra menor sólo porque lleva la firma de Solari. A esas aguas se entrega El ruiseñor, el amor y la muerte, una obra que perfora con otros tiempos la carrera solista del Indio.

Sus cuatro primeros discos, salvo algún que otro tema aislado, no aportan demasiado: se mantienen en pie por el pasado imperial de los redondos. Si fuese sólo por esos álbumes, el Indio no movería ni por casualidad las 350 mil personas que mueve en cada concierto, ni vendería las decenas de miles de discos que vende. Es cruel decirlo –disculpas por la furia contrafáctica– pero sería un laburante del rock que graba bien y suena bien en vivo. Como muchos que hay en la Argentina. Como su excompañero Skay Beilinson, por marcar un ejemplo cercano, quien, de hecho, tiene mejores discos que el Indio. Pero las cosas son como son y en el reparto de la magia a Skay le tocó buena parte de ese espíritu ricotero oscuro y elegante para componer. Al Indio, la masividad que todo lo legitima.

Primera sorpresa. La mezcla de El ruiseñor… empujó la voz hacia atrás, típico para el rock, atípico para el Indio, hombre de pluma como balas certeras. Escuchar un disco del Indio implica escuchar lo que el Indio tiene para decir, incluso más que detenerse en los trucos del audio. Será que su voz, ahora, necesita fusionarse en un entorno. La atmósfera del disco es melancólica, como si la intención fuese encender una revisión estética de toda su trayectoria. El álbum, desde ahí, alcanza una síntesis muy lograda que explora y regresa a otros ritmos, cancioneros, con menos guitarras que solean a pura virtud y más melodías profundas.

Solari se corrió de esa sintonía electrónica e industrial que tironea desde los años de Último bondi a Finisterre. Tal vez porque ya lo hace de taquito. Tal vez porque ya no le interesa: el Indio hoy es consciente de sí mismo. No como rocker, tampoco como figura central de la cultura argentina. El Indio está grande y arrastra una enfermedad guacha. En El ruiseñor… se escucha la condición de un hombre con la mirada hundida en su propia finitud. Bajó el volumen de las pretensiones épicas para darle lugar a casi una hora de buenas canciones.

Hay temas clave. La oscuridad, en primer término. Más allá del explícito resplandor ricotero, se sueltan ahí las líneas de una historia donde un hombre regresa a una ciudad apagada, en busca de algo que le deben. Pero sólo encuentra fantasmas de su propio pasado que lo interpelan hasta los huesos en una despedida autobiográfica. Él, el mismísimo Indio Solari, habla de sus recaídas emocionales cuando mira hacia atrás. También de lo que no quiere recordar.

Otra es El que la seca, la llena. Última canción y un rescate de esa textura de orquesta popular para soltar unas líneas políticas: Viven y no dejan vivir / los tontos no descansan jamás […] A casi nadie contenta su vida hoy / Miedo y deseos. El Indio es una persona vulnerable. De los pocos que habiendo alcanzado una esfera tan lejana como artista y hombre de negocios demuestra que todavía es capaz de escribir una canción creíble para escuchar en el barrio. Eso sólo se logra con talento y sensibilidad.

Pasa lo mismo en la construcción del concepto. El universo narrativo está integrado por personajes desgarbados que se apropian de la calle. Todos viven de las referencias artísticas de su autor, que van desde el cine hasta el cómic. Es una obra que necesita e invita a reescucharse, de apariencias sencillas y paisajes desaforados. Como en los viejos tiempos, pero con los ardides de estos tiempos. Tan mezquinos y rebalsados.

El ruiseñor… abre un plano distinto. Es, lejos, lo mejor que el Indio hizo en soledad. La banda suena ajustadísima y las melodías tienen una dinámica desprovista de esa sobreadaptación matemática que en los discos anteriores empalagaba hasta en el juego de elegir las palabras. Acá hay otra sustancia. No se ven los hilos, ni los brillos de un espectáculo prediseñado. Se terminó el cuento ese de los pajaritos. Ahora es tiempo de ruiseñores.

¿Habrá presentación en vivo?