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Cultura 8 de agosto de 2016

La Play Station

Por Luciana Balanesi

Joaquín es hijo de Diego y Karina. Diego y Karina tuvieron una relación tan intensa como breve. Se conocieron bailando, una madrugada de plena juventud y bailaron, sin dejar la pista, por dos años. Cuando se encontraron Karina era muy ingenua, crédula, sana, inocente. Ambos habían crecido en la misma ciudad pero en círculos sociales muy distintos. Diego tenía calle y lectura. Diego fumaba de todo y en medio de toda situación. Diego, estando despierto, bailaba y cantaba. A Diego le encantaba Sabina, el cantautor español. A Karina le empezó a gustar el intérprete que cantaba la poesía y que hacía poesía con las historias, sobre todo, porque había traído la música a su vida. Karina era la muñeca de sus padres, colegio privado, viajes en familia, autos último modelo y más imagen que pensamiento. Por eso Sabina le llegó tan hondo, porque alguien decía, o mejor aún, cantaba y contaba muchos de sus sentires.
Hacía poco más de un año que Diego y Karina estaban juntos cuando se enteraron de que un bebé venía abriéndose paso entre melodías, cigarrillos, versos y colchones. Antes de saber que era varón tenían elegido el nombre. Joaquín nació en marzo, en abril Diego se fue a España y nunca más volvió. A Karina le quedaron, su apodo de Princesa, (así la llamaba Diego), la música y un hijo chiquito, indefenso y llorón que se crió institucionalizado porque su mamá tenía que trabajar.
Joaquinito, así lo llaman sus vínculos más cercanos, es de las primeras generaciones con canales de televisión infantiles encendidos a toda y cualquier hora, de las películas repetidas hasta el hartazgo, o hasta la obsolescencia en el Dvd, de las plazas lejanas u observadas al pasar, de los padres que nunca tienen tiempo, de las culpas metamorfoseadas en juguetes y de los consuelos envueltos en papeles brillantes. A Joaquín le sobraron siempre entretenimientos, y tuvo, sin embargo, carencia de caricias.
Joaquín pasó de la guardería al jardín a la primaria y la secundaria sin grandes festejos ni sobresaltos. Está cursando el último año de la secundaria y dice que va a estudiar ingeniería.
Pero Joaquín ahora está bajo prisión preventiva. Atropelló, la semana pasada a un peatón en plena avenida. Joaquín creyó que estaba en la butaca de su habitación manejando el auto que pilotea, durante horas, con el control remoto de la Play Station.
Hacía pocos días le habían dado la licencia de conducir. Karina le prestó el auto y al ratito la llamaron de hospital. Estuvo dos días internado y ni bien le dieron el alta lo trasladaron con custodia permanente a su casa. A Karina la comodidad de tener a su hijo encerrado, callado y quieto le está costando cara.
Con el tiempo se sabrán las consecuencias. Los peritos especializados, la Justicia y el desarrollo de nuevas leyes determinarán el destino de Joaquín, el hijo de una princesa cuya corona se extravió hace casi veinte años.