La pandemia según Galdós
Hace casi 150 años, Benito Pérez Galdós escribía en La Prensa de Buenos Aires sobre la epidemia de cólera que afectó a Europa en el siglo XIX. La escenografía desplegada, la retórica empleada, los argumentos esgrimidos, los actores implicados así como el examen del papel de los medios y de la politización de la sanidad no parecen haber variado sustancialmente desde entonces.
Por Marta B. Ferrari (*)
Los hechos no significan nada; la lógica menos. El sofisma lo es todo, y el capricho ocupa el lugar que en otras partes corresponde al acontecimiento.
(Benito Pérez Galdós, 1885)
Benito Pérez Galdós (1843-1920), además de ser un prolífico novelista y dramaturgo, fue un extraordinario columnista de periódicos. Entre 1884 y 1905, coincidiendo con las dos presidencias de Julio A. Roca, colaboró como cronista en el diario La Prensa de Bs.As. El periódico de tendencia liberal-conservadora había sido fundado en 1869 por José C. Paz, un representante de la llamada “Generación del ochenta”, y en este sentido no extraña la sintonía existente entre este ideario fundado en un positivista afán modernizador y en un destino de progreso para el país, y el pensamiento galdosiano expresado, por ejemplo, en octubre de 1889.
En dicha publicación, el corresponsal español realiza una elogiosa reseña del Pabellón argentino en la Exposición Universal de París, “el verdadero, el magnífico monumento, el más espléndidamente iluminado por la noche, el más opulento y ostentoso de día. Nada se ha economizado para hacerlo digno de la gran nación que representa”.
La sola visión de los productos del suelo argentino (los cereales, el ganado, los vinos, el algodón, la yerba mate) representan para Galdós “la tranquilidad, el bienestar y la esperanza colectiva”; este “granero del mundo” -en sus palabras- se levanta frente a la esterilidad y agotamiento de la vieja Europa como única garantía frente al hambre del continente. E incluye una significativa referencia al enfrentamiento entre civilización y barbarie que atravesaba fuertemente el ideario de la época; así, hablando del Chaco aclara: “donde aún se alzan las tolderías de los indios y vuela la flecha buscando el corazón del hombre civilizado”.
Los artículos que Galdós publicó en La Prensa de Buenos Aires eran cartas manuscritas enviadas por barco (no por telégrafo), a razón de dos entregas mensuales y fueron muy bien remuneradas. Dentro del amplio abanico de temas que aborda destacan aquellas destinadas a dar cuenta de las varias olas epidémicas de cólera que asolaron Europa en el siglo XIX.
El vínculo de Galdós con el jurista y político Joaquín Costa, mentor del llamado “Regeneracionismo”, movimiento ideológico inspirado en la filosofía krausista con su defensa de la libertad de conciencia para emprender la reforma positiva de España, nos hace aún más comprensible su acercamiento al mundo de las ciencias y, sobre todo, la apropiación y empleo de metáforas organicistas en la línea del naturalista inglés, Herbert Spencer. El concepto mismo de “regeneración”, procedente del léxico médico, fue interpretado como lo opuesto a la “corrupción” y “decadencia” de España tras la crisis de la Restauración borbónica. Esa regeneración, sustentada en un espíritu civilizador rebelde y liberal, apostaba por forjar una nueva España a partir de modelos europeizantes, y para lograrlo el propio Costa formuló en 1902 su cuestionada propuesta del “cirujano de hierro”: “Esa política quirúrgica tiene que ser cargo personal de un cirujano de hierro, que conozca bien la anatomía del pueblo español y sienta por él una compasión infinita, que tenga buen pulso y un valor de héroe.”
A pesar de carecer de una formación científica, Galdós se nos presenta como un auténtico divulgador científico. La primera referencia a la epidemia de cólera la hallamos en julio de 1884, cuando aún este “azote” no ha llegado a territorio español pero sí al otro lado de los Pirineos, a Francia. Para esta fecha, Galdós realiza una evaluación distante de los efectos de la epidemia, formulados en términos de las “molestias” o “trastornos” que genera la imposibilidad de salir del país, que echa por tierra “los planes de veraneo y excursiones”, o bien de la “honda perturbación” que significa la paralización de “las transacciones mercantiles”.
En el mismo mes, vuelve a dedicar otra crónica focalizando, por un lado, en las dudas y críticas que la ciudadanía francesa exponía ante las medidas adoptadas por los gobiernos –“los franceses truenan contra las cuarentenas y los acordonamientos”-, por otro, en la saturación informativa, y por último, en dejar inapelable evidencia de su conocimiento científico del tema. Recordemos que Robert Koch descubre el origen de la enfermedad en febrero de ese mismo año; sólo cinco meses más tarde, Galdós da cuenta del minucioso conocimiento de las conferencias que dio el sabio alemán tras su hallazgo.
En todas las reflexiones galdosianas, se advierte un tono general de fastidio y desazón. Tanto las consecuencias de las medidas sanitarias, como la saturación informativa -desde “lumbreras de las ciencias”, pasando por las “medianías” hasta llegar a “curanderos y charlatanes”-, incluidos los debates entre notables del mundo científico -se refiere al sostenido entre Koch y Pasteur-, todo es blanco de su mirada crítica. Hasta tal punto es así que, siendo anticlerical como era, nos deja una conclusión que se aleja del argumento científico y apuesta irónicamente por el teológico: “lo mejor será pedir a Dios con toda nuestra alma que aparte de nosotros al tal microbio, y cuando se marche nos quedarán dos cosas igualmente lastimosas: un montón de cadáveres y otro montón de folletos sobre patología colérica. Aparte Dios de nosotros el doble azote de la epidemia y de la pedantería colérica”.
Pero estas reflexiones en torno de la epidemia -su surgimiento, su decadencia, su reaparición- se van haciendo extensivas a la totalidad de los procesos socio-históricos, comprendidos ellos también como un cuerpo orgánico; del siguiente modo Galdós hace explícita la mencionada metáfora organicista a la vez que denuncia su adhesión a un positivismo ciertamente voluntarista: “tras el acabamiento de una peste viene la aparición de otra, así como la extinción de una tiranía suele coincidir con el nacimiento de otras nuevas (…) Debemos siempre creer que el progreso no se desmiente y que estamos mejor que estábamos, verdad que es forzoso admitir aunque no sea sino una defensa contra la desesperación”.
Las crónicas galdosianas en torno de la epidemia revelan la sensación de hartazgo que la omnipresencia del tema genera en el escritor y de la cual tampoco él se puede sustraer. Efectivamente, el brote de cólera que refiere Galdós, ingresa en España afectando sobre todo a los núcleos más densamente poblados de la zona oriental de la Península: “Más de un mes hace que los primeros casos aparecieron en la provincia de Alicante”. Y este ingreso coincide con las elecciones generales en las que obtiene la mayoría el Partido Conservador en la persona de Antonio Cánovas del Castillo. Lo que Galdós denuncia es la politización de la epidemia, cómo, en definitiva, la política ha usurpado su puesto a la higiene. De lo cual da sobrada cuenta la prensa, tanto la “afecta al partido conservador” defensora del “cantonalismo sanitario”, como la opositora (la del liberal Sagasta, partido del cual el propio Galdós fue diputado) enteramente crítica de tales medidas preventivas. A esto se suma el “enjambre de médicos” que salen a dar informes generando una “avalancha de diagnósticos contradictorios” que sumen a la población en la “confusión, el pánico, el azoramiento general.”
En este sentido, un interesante aspecto que aborda en estas crónicas es el del estado anímico de la población. La alarma, el miedo, la confusión, la incertidumbre “se fijan en los espíritus”, de modo tal que para combatir la melancolía resultante se opta por vías evasivas que motivan la risa sanadora, vías que van desde los chistes hasta los sainetes populares en los que está permitido “reirse del mal”.
Un año después de su primera carta sobre el tema, en 1885, “gran parte de la península ya ha sido invadida por el cólera” y Galdós retoma la cuestión a raíz del ensayo de la primera vacuna llevada a cabo por el español Jaime Ferrán. Este esperanzador hallazgo le permite oponer a las fracasadas medidas de prevención ensayadas hasta el momento -“pretender atajar a tan fiero enemigo con lazaretos, cordones y cuarentenas es como pretender detener una bala de cañón con telarañas”-, una innovación científica que consiste en “curar los estragos del mal con el mal mismo”. No faltan aquí las referencias a los efectos adversos de la vacuna, a la duda sobre la duración de la inmunidad de la misma, a la resistencia a su empleo a pesar de su demostrada eficacia. Tampoco faltan las alusiones a las “estadísticas sanitarias”, a “la falta de médicos y farmacéuticos”, a “los muertos en soledad”, a “los cadáveres insepultos”, a las descabelladas hipótesis sobre el origen del mal, a las “funciones paternales y caritativas” que se arroga el gobierno en este particular contexto, a las desavenencias entre el Gobierno central y los alcaldes, así como a las “manifestaciones pacíficas” -que se saldan con dos muertos a manos de la guardia civil- del Círculo de la Unión Mercantil que, sintiéndose agraviado por las restricciones, responsabiliza al oficialismo por las pérdidas sufridas.
Estas sucesivas oleadas pandémicas originadas en India, afectaron al resto de Asia, África Oriental y la costa del Mediterráneo, llegando incluso a América. Sólo en España, según indican varias fuentes, el cólera dejó a lo largo de los sucesivos brotes que tuvieron lugar en el siglo XIX, aproximadamente 800.000 fallecidos (pensemos que la ciudad de Madrid en tiempos de Galdós tenía 500 mil habitantes). A lo largo de sus crónicas, el escritor español se refiere a este mal con diversos eufemismos que dan cuenta del origen extranjero del mismo, será “el hijo del Ganges”, “el viajero del Ganges”, “el verdugo asiático” o “el terrible morbo asiático”. Apropiándose de las metáforas organicistas tan del gusto del Regeneracionismo, Galdós nos va brindando a través de sus cartas un pormenorizado informe acerca de los síntomas, el diagnóstico, el pronóstico, el tratamiento y la cura de un mal que es a la vez biológico y social. Los pueblos españoles, nos dirá, “fían demasiado en San Roque y descuidan su higiene”. Convencido de que la cura del mal está asociada a la sanidad y al progreso científico no se cansará de repetir: “Rezar todo lo que se quiera, y por si acaso, desinfectar al mismo tiempo”, abriendo horizontes de esperanza al apostar por ese momento futuro en que finalmente “recobre la salud el cuerpo doliente de la nación.”
(*) Doctora en Letras, docente e investigadora de la Universidad Nacional de Mar del Plata. Autora de varios libros, entre ellos “Unamuno poeta: obrero del pensamiento”, “Vivir con las palabras: poesía y pensamiento de Carlos Marzal” y “Amazonas de las letras”.