En un muro de Facebook, cualquiera que sea, apareció un pedido desesperado. Parece que luego de un accidente, un infortunio en el que está involucrado un conductor anónimo que atropelló y huyó, una persona ha quedado mal herida y lucha por su vida en un centro de salud. La historia conmociona pero, más allá de su narración, hay un pedido explícito del autor del posteo, digamos un familiar: solicita dadores de sangre. Cualquier grupo y factor, sólo hay que presentarse a partir de las 7 de la mañana y avisar que la donación es para el protagonista del siniestro en cuestión. Cierra el escrito la dirección del hemocentro y un esperanzado “desde ya muchas gracias.” Luego de compartirlo, el hombre leyó sobre deportes, y pensó en que ojalá se recupere. Fue el usuario 231 en continuar la cadena.
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Parece que ni bien aterrice en Buenos Aires van a meter en cana a Lázaro. Hay un juez, un fiscal, la policía, los papeles, todo. Lázaro va preso por lavado de activos. Es martes 5 de abril, parece que va a llover un buen rato. Miles de personas siguen el espectáculo de la realidad por la tele, pero muchos otros tienen un impulso: agolparse en la puerta de la División de Investigación Federal de Organizaciones Criminales y esperar que saquen a Lázaro para gritarle, insultarlo, registrar el momento con su celular. Algún placer hay en eso, es como ser parte de un momento de la Patria, una actuación secundaria en un escenario donde los protagonistas desarrollan su tragedia. Uno de los que había llegado temprano se ubicó adelante de todos, se llenó la boca de furia y pudo escupirlo. Al volver a su casa tuvo la molesta idea de que tendría que haber hecho algo antes.
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Al finalizar la nota del periodista comienza un mundo asombroso: el del comentario. Las versiones online de los diarios permiten esa contribución. Los comentarios de los lectores se publican con un nombre de usuario, que no necesariamente es el nombre real. Ahora, el plug in de Facebook permite hacerlo desde el perfil de la red social. El indignado comentarista se llama Raúl, o Enrique, o Carlos, pero dice ser “LOBO77”. Tiene un perfil de Facebook específico para escribir en los diarios, sin descripciones personales. Pero es así porque debe hacerse cargo de lo que debe ser dicho y, como en este país a nadie le gusta la verdad, es mejor ser “El Zorro” de estos tiempos, ocultarse tras la máscara y evitar represalias molestas. También así es justicia. A veces, incluso, llama a la radio. Al tomar el teléfono para comunicarse con el programa de la mañana pensó que tendría que levantar la voz para que, finalmente, algo cambie.
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La milmillonésima parte de algo no es una cantidad, es una unidad de medida, y se expresa con el sufijo “nano”. Participar es actuar en un suceso, un acto o una actividad, generalmente con el mismo nivel de implicación que otras personas. La nanoparticipación, en cambio, aquieta algo en nuestras almas, al eludir la total indiferencia con el sucedáneo de la participación, que es creer que estamos participando. Nanoparticipar, al menos, nos deja más tranquilos frente a todo lo que tenemos por hacer.
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