La muerte del papa Francisco: en busca del ejemplo perdido

Por Nicolás Poggi
El papa Francisco, Jorge Mario Bergoglio, dejó este mundo no sólo como portavoz de una visión humanista de la vida que debiera ser, a fin de cuentas, una lección para la política global toda, sino que su partida vuelve a enfrentar al sistema con una hipocresía que, en días como estos, aflora en carne viva.
Su vida, obra y muerte, su camino pastoral, deja testimonio de una existencia entregada al prójimo, un destino de servicio tal que trascendió incluso los límites de la propia religión católica, a juzgar por las inmensas oleadas de afecto y respeto que emergieron de distintas partes del mundo y desde los credos de todo tipo.
Porque Francisco fue, después de 12 años de papado, un bien universal, una guía moral, una palabra justa en tiempos de confusión, una apuesta por la conexión humana y por la empatía que excedía incluso los altos muros de la Iglesia.
Sus declaraciones de los últimos años en favor del reconocimiento de los pecados propios lo acercaron aún más a grandes porciones de la humanidad que buscaban ser comprendidas en un mundo donde sentirse extraviado pareciera ser la norma: una suerte de solución del siglo XX para los problemas del siglo XXI. Todo lo contrario a lo que demostró nuestra clase política.
Desde 2013, el año del cisma en que un cardenal del fin del mundo llegó a la cumbre del Vaticano, los dirigentes argentinos quisieron ser más grandes que Francisco, lo que explicó los vaivenes ante una figura que nunca comprendieron del todo.
Desde el salto discursivo de Cristina Kirchner, que pasó de ignorarlo la noche de la fumata blanca a convertirse rápidamente en una aliada de hierro, hasta la voltereta tuitera de Javier Milei, que siendo panelista lo tildó de “comunista” y de representante del mal y hoy lo despide con honores, nuestros políticos cometieron el error de pretender estar a la misma altura de un líder que llegó hasta ahí tal vez por no habérselo propuesto nunca.
Ninguno de ellos fue capaz de comprender que Bergoglio tenía una grandeza que los superaba, y que incluso lo superaba a él mismo. La trascendencia por la vía de la fe y por la apuesta a lo más puro de lo humano sin mezquindades.

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