El turista no es consciente del impacto que generan en el medio ambiente sus prácticas turísticas, aquellas que no responden a un uso racional de los recursos de los destinos visitados.
Desde el siglo pasado, el mundo de los viajes es una actividad económica en continuo crecimiento. Para el año 2030 se presume un movimiento de 1.800 millones de turistas internacionales, cifra que se redimensiona al incorporarle la masa de viajeros que anualmente se moviliza por motivos turísticos dentro de las fronteras de su país, el llamado turismo doméstico.
Este gran flujo de turistas que disfrutan de los viajes se favorece con la existencia de un sistema turístico interconectado a nivel mundial que brinda los servicios de transporte, alojamiento, alimentación y actividades recreativas. Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que el turista es un gran consumidor de recursos en los destinos visitados y que, la mayoría de las veces, no es consciente del impacto que generan en el medio ambiente sus prácticas turísticas, aquellas que no responden a un uso racional de los recursos de los destinos visitados.
Efectos no deseados
Generalmente, a la mayoría de los prestadores de servicios y áreas de gobierno que se ocupan del turismo les cuesta modificar su visión hacia un modelo de desarrollo que atienda integralmente los efectos no deseados del mundo de los viajes y de los viajeros.
Sin embargo, algunos hechos producidos en la comunidad internacional generan buenas expectativas. Las Naciones Unidas han aprobado una agenda mundial con 17 objetivos de desarrollo sostenible como escenario ideal para 2030. En septiembre de este año, 193 países se reunirán en la Cumbre de Nueva York para tratar temas como ciudades y comunidades sostenibles, producción y consumo responsables, luchar contra la desigualdad y la injusticia y poner soluciones al cambio climático.
Para beneficio de todos, muchas voces se han alzado y se alzan en defensa de la conservación del patrimonio natural y cultural de nuestro planeta. Una reciente premio Nobel de la Paz, la ecologista keniana Wangari Maathai señala que “Nos debemos a nosotros mismos y a la próxima generación conservar el medio ambiente para que podamos legar a nuestros hijos un mundo sostenible que beneficie a todos”. Los seres humanos han originado la mayoría de los grandes problemas por los que atraviesa el mundo hoy día, y está en sus manos poder rectificar el rumbo y posibilitar que las personas accedan a información sobre el desarrollo sostenible y sensibilizar sobre modalidades de consumo y producción no depredadoras del medio ambiente.
Todo ello no podrá lograrse si no existen alianzas internacionales de cooperación, donde todas las actividades económicas acompañen el desafío. En este marco cabe preguntarse cómo el turismo puede colaborar en la concreción de estos principios básicos de la agenda mundial. El compromiso ha comenzado a plasmarse desde las Naciones Unidas, con la designación del año 2017 como el Año Internacional del Turismo Sostenible para el Desarrollo, con el propósito de que “se tome una mayor conciencia de la riqueza del patrimonio de las diversas civilizaciones y llevar a una mejor apreciación de los valores inherentes de las diversas culturas”
Locales y turistas
Más allá de la retórica de estas y otras declaraciones, la realidad nos muestra que los pueblos sostienen prácticas de conservación de su patrimonio más allá del valor que puedan tener para el turismo. La minga es una de las más hermosas tradiciones que se usa en Latinoamérica desde la época precolombina, es una antigua tradición campesina de trabajo colaborativo con fines de utilidad social voluntaria donde vecinos, amigos y viajeros colaboran en una tarea en común.
La minga de los turistas es una invitación que la comunidad residente ofrece al viajero para participar de un proyecto comunitario. En la isla de Chiloé, en el año 2000, la Unesco declaró Patrimonio de la Humanidad 16 iglesias construidas enteramente de madera, que constituyen un ejemplo único de la arquitectura religiosa en Latinoamérica. La historia de su construcción comienza en el siglo XVIII con la llegada de los jesuitas al archipiélago chilote. Hoy las iglesias necesitan ser restauradas, algunas de ellas tienen más de doscientos años y al ser construidas en madera su deterioro es mayor con el paso del tiempo. A los fondos actuales que aporta el Estado y a las contribuciones de la sociedad local se suma esta original opción de tributo a su mantenimiento con la compra voluntaria de un bono por parte de los viajeros, para ayudar a conservar el patrimonio reconocido como un atractivo turístico para la isla.
Sensibilización
Este ejemplo nos muestra un camino posible hacia la sensibilización de la comunidad residente y visitante en prácticas cooperativas en el marco del uso del tiempo libre y los viajes. Generalmente las instituciones educativas están muy preocupadas en la formación ocupacional en turismo, respondiendo a las demandas laborales del sector y/o demandas profesionales y científicas, sin apreciar que la preparación para ser anfitrión y turista también debe formar parte de la misión de las instituciones de educación superior. La preparación de la comunidad residente para recibir turistas adquiere en el mundo actual un valor trascendental en la búsqueda de calidad en las prácticas turísticas y contribuye a formar ciudadanos responsables y comprometidos con el desarrollo sustentable del turismo en su territorio.
La minga es una costumbre instalada en el corazón de la comunidad chilota y forma parte de su patrimonio intangible local, aquel por el que un grupo de personas participa activamente en su resguardo puesto que para ellos es más que un objeto turístico, forma parte de su historia y es el espacio propicio para practicar su fe religiosa. La minga de los turistas nos demuestra que una comunidad comprometida con su patrimonio puede generar espacios para que los visitantes, consumidores de viajes y experiencias, se den cuenta de que los viajes no son, en realidad, una huida de la vida normal, sino una experiencia de aprendizaje transformadora y desafiante.
Curso Anfitrión Turístico
La Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, a través de su Secretaría de Extensión y Transferencia, informa que hasta el 31 de marzo se encuentra abierta la inscripción para participar del curso virtual “Anfitrión Turístico con orientación en interpretación ambiental”.
El mismo tiene una duración de ocho meses y está destinado a todas las personas interesadas en desarrollar sus aptitudes de orientación y comunicación a grupos de turistas. Son requisitos tener el nivel secundario aprobado y manejo de PC.
El curso propone formar ciudadanos responsables y capacitados para orientar, situar, ubicar, recomendar, asesorar e informar a visitantes y viajeros; concientizar a los turistas sobre la importancia del patrimonio turístico y ambiental de la localidad; generar oportunidades para manifestar y compartir vivencias, sentimientos y reflexiones que favorezcan el desarrollo de vínculos más estrechos con el lugar, sus habitantes y sus espacios recreativos.
La capacitación, que estará a cargo de las licenciadas Cristina Murray y Mariela Senger, acredita una carga horaria de 480 horas.
Los interesados deberán inscribirse en www.eco.mdp.edu.ar/anfitrion
Para recibir mayor información comunicarse con la Secretaría de Extensión y Transferencia al teléfono (0223) 474-9696 int. 303.
Cabe destacar que este proyecto de capacitación virtual nace como una estrategia de la Universidad Nacional de Mar del Plata orientada a realizar un aporte sustantivo en la mejora de la calidad de los destinos turísticos a partir de dos ejes cognitivos: conocimiento del residente para satisfacer las necesidades de información de los visitantes y conocimiento para lograr una sensibilización profunda sobre el patrimonio natural y cultural del sitio donde reside el anfitrión turístico, con énfasis en la problemática ambiental.
(*)Facultad de Ciencias Económicas y Sociales.
Universidad Nacional de Mar del Plata
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