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La Ciudad 2 de agosto de 2018

La masacre de Luna Roja y su largo camino hacia la verdad

Un hecho debe haber sido particularmente atroz para destacarse entre los muchos que ocurrieron en esos tiempos. La masacre de Luna Roja tiene esa singularidad. Pero no se acota a lo ocurrido una noche, hace 40 años. Es una tortuosa historia que, atravesando décadas, desembocó en una verdad jurídica.

Por Gustavo Visciarelli
gustavo.visciarelli@ gmail.com

Madrugada del 2 de agosto de 1978. La hora y el escenario son ideales para evitar testigos. Y en caso de haberlos, los rigores de la época garantizan su silencio.
Balneario Luna Roja, a mitad de camino entre Mar del Plata y Chapadmalal. Un bar parrilla que sólo funciona en verano, duerme su abandono invernal sobre la bajada hacia la playa.
Cinco prisioneros son extraídos del centro clandestino de detención que funciona en la Base Naval. Luego, el ruido de una lejana explosión llega “como un trueno” hasta el centro de la ciudad.
La prensa difundirá horas más tarde la versión de fuentes oficiosas: una célula extremista se autoeliminó accidentalmente mientras preparaba una bomba dentro del local abandonado.

“NN-02-08-78”

Los posteriores pasos administrativos siguen el curso de esa lógica aparente. Intervienen policías, bomberos y el médico legista Carlos Petry, que escucha la explosión desde las ruinas humeantes de Tienda Los Gallegos. Junto a él está Dionisio Ituarte, enfermero del Cuerpo Médico de la Policía bonaerense.
La rigurosa burocracia deja constancias que décadas más tarde emergerán como pruebas. En las actas del Cementerio Parque asientan el ingreso de los restos, pertenecientes a cuatro mujeres y un hombre. Y junto a cada una de sus tumbas colocan un cartel con la inscripción “NN-02-08-78”.
“Un desastre”

Octubre de 2005. En el Juicio por la Verdad, el enfermero Ituarte recuerda que aquel “trueno” se oyó cerca de las tres de la madrugada. Y que poco más tarde, al ser convocados a Luna Roja junto al médico Petry, se enfrentaron a “un desastre”. Los escombros, la oscuridad y los restos humanos esparcidos no se han borrado de su memoria. Tampoco la gran cantidad de personas atestando el lejano paraje: bomberos, policías, individuos vestidos de civil y una treintena de hombres con ropa de fajina que Ituarte cree “de la Marina, por la jurisdicción”.
Las tumbas oprobiosas

Octubre de 1982. Con la Junta Militar en repliegue pero aún en el poder, la Justicia provincial ordena preservar numerosas tumbas NN en el Cementerio Parque. Es la respuesta a un requerimiento de “Madres, Abuelas y Desaparecidos de Mar del Plata”, que así logran interrumpir el traspaso de los restos al osario. Es, también, el primer paso de un largo camino que posibilitará identificaciones con métodos que varían según las épocas. Y que se acelera con un avance científico que los represores jamás imaginaron en su pretensión de impunidad: los exámenes de ADN.

“NN-02-08-78”

Octubre de 2008. En el marco del Juicio por la Verdad, el Tribunal Oral Federal de Mar del Plata ordena la exhumación arqueológica de una treintena de cadáveres NN preservados judicialmente en el sector B del Cementerio Parque. La tarea recae en el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), que encuentra cinco carteles: NN-02-08-78.
Al cruzar esa información con las crónicas periodísticas de la época, los antropólogos creen haber dado con las víctimas de Luna Roja. Y lo comprueban al constatar fracturas y faltantes de piezas óseas centralizadas en la parte superior de los cuerpos. Conclusión: los prisioneros fueron ubicados con vida, quizás en estado de inmovilidad, en torno a una mesa o elemento similar sobre la cual colocaron los explosivos.
Los cotejos de ADN con familiares de personas desaparecidas permiten identificar entre 2011 y 2012 a cuatro de las víctimas de Luna Roja. La oprimente sigla “NN” pesa aún sobre los restos de una mujer.

Las víctimas, los secuestros

Irma Elizabeth Kennel tenía 28 años cuando desapareció. Era trabajadora de la salud, militaba en el peronismo de izquierda y tenía un hijo de corta edad con el abogado laboralista Daniel Reynaldo Medina, de 30 años. El 18 de octubre de 1976, Medina fue secuestrado en su domicilio de Tandil y hasta hoy permanece desaparecido. Irma corrió idéntica suerte el 12 de julio de 1978 mientras viajaba en su automóvil de Mar del Plata a Tandil.

Lilia Mabel Venegas tenía 31 años. Se había recibido de veterinaria en La Plata, donde vivía con dos hijos de corta edad y con su marido, Carlos Miguel, de 30 años, también veterinario. Ambos militaban en el peronismo de izquierda. En 1974 la Triple A asesinó a Miguel. Lilia se refugió con los niños en su hogar materno de Mar del Plata y consiguió trabajo en la veterinaria “Ankar”, perteneciente a un colega y compañero de militancia. Hacia allí se dirigía en la tarde del 4 de mayo de 1978 cuando fue secuestrada mientras conducía un Renault 6 color turquesa que jamás apareció.

Lilia Mabel Venegas junto a sus hijos. Era veterinaria. Tenía 31 años.

Lilia Mabel Venegas junto a sus hijos. Era veterinaria. Tenía 31 años.

“Muy angustiado”

El propietario de la veterinaria “Ankar”, de Luro 6757, era Carlos Alberto Tellez, de 34 años. Aquella tarde del 4 de mayo estaba practicando una cirugía cuando llegaron ocho individuos vestidos con uniformes de fajina que se movilizaban en autos Ford Falcon. El veterinario pidió tiempo para concluir la intervención quirúrgica y se lo concedieron. En ese lapso, algunos de ellos subieron al domicilio de Tellez, donde estaban sus hijas de 3 y 7 años y su esposa Antonia Margarita Fernández, de 34 años, asturiana, profesora de educación física.
Una mujer que presenció la escena: la dueña del gato que estaba operando Tellez. Treinta y siete años después, al declarar en el juicio por la masacre de Luna Roja, la testigo recordó que el veterinario “temblaba y estaba muy angustiado”. Y que luego comenzó a llorar al ver a través de una ventana que se llevaban a su esposa y a sus hijas.

“Vuelvo”

Salvador Tellez, padre del veterinario, estaba aquella tarde en su establecimiento rural de El Coyunco cuando un grupo de uniformados con fuerte armamento llegó para entregarle a sus dos nietas. Dentro de un Ford Falcon se hallaba su nuera Antonia Fernández, quien alcanzó a decirle: “Me toman una declaración y vuelvo”.
Al dirigirse inmediatamente a la veterinaria “Ankar”, comprobó que su hijo también había sido detenido.

Carlos Alberto Tellez. Era veterinario. Tenía 34 años. Antonia Margarita Fernández, esposa de Tellez. Era profesora de educación física.

Carlos Alberto Tellez. Era veterinario. Tenía 34 años. Antonia Margarita Fernández, esposa de Tellez. Era profesora de educación física.

Un Renault turquesa, una carta

Al anochecer de aquel 4 de mayo hubo otro secuestro, pero en este caso la víctima sobrevivió y recordó los hechos al atestiguar ante el Tribunal Oral Federal en 2015. Se trataba del empleado de una veterinaria céntrica a quien redujeron y encapucharon cuando salía de su trabajo. En la Base Naval lo interrogaron hasta convencerse de que no era la persona buscada.
Cerca de las 22 decidieron liberarlo y para ello lo trasladaron hasta la vieja terminal de micros a bordo de un Renault 6 color turquesa. Le encomendaron, además, una oscura misión: entregarle a Salvador Tellez una carta escrita por su hijo. En ella, el veterinario secuestrado le pedía que no denunciara los hechos porque pronto sería puesto en libertad.

Las condenas

Entre 2015 y 2016 se ventilaron en el Tribunal Oral Federal de Mar del Plata los juicios denominados “Base Naval 3 y 4”, por múltiples delitos de lesa humanidad cometidos en dicha unidad. Las pruebas reunidas con relación a la masacre de Luna Roja sustentaron las condenas a prisión perpetua de Raúl Alberto Marino (ex jefe de la Base Naval y comandante de la Fuerza de Submarinos); Rafael Alberto Guiñazú, (ex comandante de la Agrupación Buzos Tácticos y ex subjefe de la Base Naval) y Francisco Lucio Rioja, (ex jefe de la sección Inteligencia de la Base Naval durante 1978 y 1979).
El doloroso discurrir de cuatro décadas incluyó, además, dolorosos procesos personales: El de los padres de las víctimas, criando a sus nietos durante la búsqueda de sus hijos y el de los hijos de las víctimas, reclamando justicia en medio de su construcción identitaria.
Desde 2013 una escultura recuerda la masacre de Luna Roja y señala el sitio que los asesinos creyeron ideal para que la verdad jamás se conociera.