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Cultura 14 de octubre de 2019

Caída libre

por José Santos

Lorenzo sostiene a su hijo en el piso, hasta que las convulsiones cesan. Martín de a poco normaliza la respiración y recupera la conciencia. Lorenzo angustiado, lo abraza y lo ayuda a ponerse de pie. Lorenzo ve que vuelve a conectarse y debe contestar una y otra vez, las preguntas reverberantes de Martín sobre lo que sucedió. Tiene amnesia de lo acontecido. Aun así, Martín comprende que sufrió otra convulsión.

En la pista el Pilatus se enciende y comienzan los preparativos. Hugo Pérez Marcel les hace señas desesperadas para que aborden. Lorenzo camina a su lado, sin entender qué le sucede a su hijo, pregunta:

– ¿Qué te pasó hijo?

Cuando comienzan a desandar el camino hasta el avión, Martín le dice:

– Tengo convulsiones, ya fui al médico, papá.

Martín devuelve una mueca mínima. Le hace un breve resumen de sus temblores y que el lunes se hará estudios, pero oculta que tiene un tumor cerebral, no quiere angustiarlo más. Lorenzo le reprocha que no le haya informado.

– No es nada grave, papá. –Miente intentando minimizar la situación.

– Caíste como una bolsa de papas. Me asustaste mucho. Te acompañaré a los médicos. -Demanda Lorenzo.

– Solo son convulsiones. Me lo explicó el neurólogo. Epilepsias temporales.

Lorenzo aprieta sus mandíbulas, pero calla. El mismo, atosigado de culpa, se siente responsable de ser quien originó esta interminable cadena de problemas. Presiente que todo comenzó cuando decidió enfrentarse con Burt Thomas. Siente el peso del error. Sigue avanzando. Unos metros más adelante, pasa su mano sobre el hombro de Martín, abrazándolo, camina a su lado. Cuando están por llegar al avión, superando su propia angustia, con la voz atravesada, exige:

– Hijo, soy responsable de esto, de modo que me vas a tener que aguantar, te acompañaré a esos estudios. Y después iremos a ver qué opina tu tío Hilario.

Martín sin levantar la vista del suelo, asiente.

El instructor ubicado en la cabecera del avión, termina los ajustes. Padre e hijo, se acercan al Pilatus. Lorenzo le dice a Hugo Pérez Marcel:

– Cambio de planes, Martín hoy no salta. Yo tomaré su paracaídas y haré el dueto con Jackson.

Martín hace un débil intento de que cambie de opinión. Lorenzo no admite ninguna opción. Ni siquiera lo deja abordar al avión.

Martín entiende que es lo correcto. Cede su lugar y su equipo a Lorenzo.

El plan de saltos cambia para darle tiempo a que se prepare Lorenzo. Ahora, en primer lugar, saltara Ruth, en la segunda pasada lo harán Lorenzo y Jackson. Antes de abordar, Lorenzo le da otro breve abrazo. Emocionado le dice mirándolo a los ojos, palmeándole la mejilla:

– Juntos lo vamos a lograr. Y escuchame esto: salvo en el Dany Pogolotti, no confíes en nadie.

Martín da medio gira y a pocos metros observa como el avión después de una breve carreteada, despega con los cuatro paracaidistas.

Dieciocho minutos después, el Pilatus hace su primera pasada. Salta Ruth. Ve la caída libre y luego el planeo sereno. Cuando llega a pista, corre a ayudarla a plegar el paracaídas.

Martín está en la tarea de plegado del paracaídas de Ruth, cuando recibe un llamado telefónico. Es Sofía.

Sorprendido por lo inesperado, escucha su voz nerviosa y desencajada.

– Estamos en el hospital, tumbamos la camioneta, pero estamos bien.

– ¿Francisco está bien? Martín deja caer el paracaídas.

– Lo están revisando.

Entonces Sofía cuenta que en el camino a la casona vio que un Nissan azul la perseguía. No se despegó detrás de su camioneta durante varias cuadras. Pasando Mario Bravo, aceleró la camioneta para dejarlo atrás, pero el Nissan hizo una maniobra brusca, se adelantó y una vez delante, intentó forzarla a que se detuviera.

Sofía se interrumpe y comienza a llorar. Martín le ruega que se calme, a la vez que la imagen del Nissan azul se aparece en su mente. Recuerda haberlo visto un par de veces. Se da cuenta que no estaba ni paranoico ni alucinando. Instintivamente mira a su alrededor, mira el Pilatus en el aire, después trata de detectar movimientos extraños en el aeródromo. Pero nada le llama la atención. Todo está en orden, todo está calmo.
Sofía del otro lado del teléfono, sigue llorando.

– ¿Francisco está bien? –Insiste Martín y entre los sollozos, escucha:

– Lo están revisando, le duele la panza.

Cuando se recompone, cuenta que le pareció escuchar dos o tres detonaciones o disparos. Eso la asustó aún más, de modo que aceleró, embistió el Nissan y en el intento de escapar por la banquina, un badén y un montículo de tierra le hicieron perder el control. Dieron varios tumbos.

– Los airbags nos protegieron, la camioneta se destruyó.

– Esperá que el médico me dice que a Francisco algo no dio bien en la ecografía, no entiendo que significa. –Agrega: -Yo solo tengo rasguños, pero el Nissan se fugó. Y vuelve a quebrarse.
Martín desesperado, corre hacia su auto, mientras pregunta dónde están. Sofía deja de sollozar. Agrega:

– El Nissan se fugó.

– ¿Decime, dónde están? Repite la pregunta a los gritos.

Cuenta que están en el hospital público. Una ambulancia los llevó.

– Por favor, vení rápido. -Dice, y vuelve a llorar.

Mientras tanto, el Pilatus, a 4.800 metros, inicia la segunda pasada de saltos cuando Martín junto a su Camaro se da cuenta que olvidó la llave. Corre al vestuario. Remueve mochilas, paracaídas y bolsos, hasta que da con la llave. Regresa al estacionamiento. En ese momento, distingue en lo alto, el Pilatus. Otra llamada de Sofía. Terminaron de hacerle una ecografía a Francisco.

– Hay que operarlo. Creen que el bazo puede estar roto -Dice entre sollozos. Después agrega: -Le están haciendo una tomografía para definir.

Martín le pide que le pase la comunicación con el cirujano a cargo de Francisco. Mientras escucha el parte médico, enciende su auto y sale con velocidad hacia la ruta, pero cuando se aleja del área de la torre de control, la señal se debilita y la comunicación se interrumpe. Ya le pasó otras veces. Retrocede unos metros, logra restablecer la señal y la comunicación. Sofía vuelve a pasarle el llamado con el cirujano de urgencias que quiere darle información precisa. Se vuelve a interrumpir la comunicación. Irritado, desciende del auto, para mejorar la señal, sin éxito.

Patea los neumáticos. Aprieta una y otra vez, el símbolo verde del teléfono. Furioso, desencajado lanza un grito al aire. Después de eso, se propone retomar la calma. Se concentra en respirar hondo y repetir la operación pausadamente hasta conseguir la llamada. Mientras tanto ve cómo el Pilatus con su padre, alcanzó la posición de salto. Ya más calmo, logra comunicarse. Escucha claro y nítido cuando el cirujano le informa que con la tomografía comprobaron que el bazo está roto. Que deberá operarlo de urgencia.

– ¿Cómo está mi hijo? -Pregunta y siente otra vez un cosquilleo a lo largo del lado izquierdo de su cuerpo. Piensa que tendrá otra convulsión.

– Estable, pero hay que operarlo de urgencia. La tomografía dio mal, tenemos que llevarlo a quirófano.

Mientras escucha eso, distingue en lo alto, cómo desde el Pilatus saltan, uno detrás del otro, Jackson y Lorenzo, inician la fase de caída libre.

El cirujano explica que si el bazo tuviera un desgarro deberán extirparlo, con todo lo que eso significa. Martín pregunta si es necesario. Mientras escucha al cirujano, Martín ve cómo Jackson despliega su paracaídas fucsia pero su padre sigue en una caída libre. No entiende por qué, ya resulta demasiado prolongada. Ni siquiera ve maniobras de tracking.

– ¿No hay manera de detener la hemorragia que no sea con la extirpación del bazo?, pregunta. Entonces el cirujano explica que de no hacerlo puede sobrevenir una hemorragia masiva y fatal. Martín escucha eso, mientras absorto continúa viendo cómo su padre sigue cayendo sin desplegar su paracaídas. Ya debería haber abierto, ve cómo la caída se extiende en forma desmedida. Incluso la velocidad de descenso es excesiva. En su automático cálculo mental, se pregunta por qué no se activa el Cypress y el paracaídas de salvaguarda.

Del otro lado de la línea, el cirujano pregunta si da su conformidad para la extirpación.

Martín no contesta, el hormigueo en su mano izquierda persiste.

Atosigado, le cuesta distinguir que está sucediendo, con su hijo, con su padre, con él mismo. Piensa en su padre, ¿por qué no abre el paracaídas campana? Hay una falla, Jackson está planeando hace varios segundos y su padre sigue en caída libre.

El cirujano del otro lado del teléfono, vuelve a preguntar por el consentimiento para la cirugía de urgencias, Martín titubea mientras nota que recién ahora, su padre libera el paracaídas de reserva.

Es tarde, se abrió a destiempo.

Sabe que no será suficiente para que su padre pueda amortiguar la velocidad de choque.

De hecho, ve que ni siquiera logra extenderse en su amplitud mínima.

En segundos sucede lo peor.

El cirujano, por tercera vez, le pide su consentimiento para operar a Francisco de urgencia.