La sociedad es mucho más que un grupo de personas que se relacionan entre sí. Son diversos los grupos que la componen y que con su trabajo conjunto permiten el crecimiento colectivo. Sin embargo, esta diversidad no es sinónimo de igualdad entre dichos grupos.
La juventud, compuesta por las personas de 15 a 24 años aproximadamente, representa cerca del 18% de la población mundial y la Organización de Naciones Unidas reconoce la importancia de su papel en el crecimiento de la sociedad en la que se desenvuelve. A pesar de ser un recurso humano rico en vitalidad, energía, creatividad, ideas, y una herramienta esencial para el cambio social, son muchos los obstáculos que debe afrontar, y que evitan que pueda explotarse ese potencial. Es por ello que desde la órbita internacional se ha establecido una serie de temáticas prioritarias para profundizar, entre las que podemos destacar la del empleo, la educación, la salud, la violencia y la participación política.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) ha expresado que no es fácil ser joven en el mercado de trabajo actual. El desempleo juvenil en América Latina es mayor al 19%, Argentina tiene uno de los niveles más altos de la región, mientras que Mar del Plata registra los índice más altos del país, y un elevado grado de desigualdad laboral por género (las mujeres tienen más dificultad para encontrar trabajo y con mayores condiciones de informalidad).
La educación también presenta puntos débiles. Si bien el nivel de escolarización ha aumentado en los últimos años en Latinoamérica, la capacitación terciaria es aún muy baja y desigual (menor del 25% y son los sectores con ingresos más altos quienes acceden con mayor facilidad).
Como ha expresado la CEPAL, las brechas socioeconómicos en salud se encuentran muy arraigadas entre la juventud. La exposición a agentes patógenos crece con la pobreza, la falta de educación, el hacinamiento, la nutrición deficiente, las privaciones de agua potable y saneamiento, y la marginación y discriminación. Los embarazos tempranos, el uso de drogas lícitas como el alcohol o el cigarrillo (órbita en que Argentina prácticamente lidera los índices de consumo juvenil de la Región), consumo de sustancias ilícitas, los padecimientos mentales (como la baja autoestima o tendencias suicidas), la violencia y el bullying inciden en el desenvolvimiento de la juventud en la educación, el trabajo, sus relaciones e interacción social.
La desafiliación institucional constituye un potenciador de factores de riesgo para los jóvenes, haciéndolos más proclives a la estigmatización, a la falta de sentido de pertenencia y a la delincuencia, profundizando la exclusión ( una de las principales causas de violencia). Es así como los grupos más violentos son aquellos donde es mayor la falta de presencia por parte del Estado. Por este motivo, resulta primordial trabajar primeramente en el fortalecimiento de las relaciones familiares, ya que la familia es la primera institución de contención y educación de los jóvenes.
Un pilar fundamental para la inclusión y el cambio social -además de ser un derecho fundamental que nos permite alcanzar otros derechos- es la participación política. Sin embargo, los jóvenes en Latinoamérica se encuentran faltos de confianza en este proceso. A pesar de este panorama, la mayoría de ellos se encontraban muy dispuestos a movilizarse a favor de diversas temáticas, en especial aquellas relacionadas con las oportunidades individuales. Además, muchos eligen participar en otro tipo de organizaciones sociales, como lo son las religiosas, deportivas, no gubernamentales, entre otras.
Los juventud de todo el mundo tiene la misma aspiración: tener una plena participación en la vida de la sociedad.
La situación en Mar del Plata
Mar del Plata también tiene mucho para trabajar sobre estas problemáticas. Un cuarto de la población vive en la pobreza o indigencia. Además la ciudad ha crecido demográficamente, proliferando los barrios periféricos que aún tienen muchas necesidades para atender, y que hoy en día son sectores que aumentan la vulnerabilidad, los contextos de violencia y facilitan la exposición a factores de riesgo que afectan la salud y la inclusión social.
El año pasado, el 18,5% de los nacimientos del Hospital Materno Infantil, pertenecieron a adolescentes menores de 19 años. Aunque las cifras son menores a años anteriores, la edad de las madres es cada vez más temprana.
La Universidad FASTA realizó una encuesta sobre las cuestiones que preocupan e interesan a los jóvenes (16 a 18 años). Más de la mitad manifestó que la inseguridad es su mayor inquietud, seguido por la desocupación y la incertidumbre acerca de su futuro. Todos coincidieron en la frase “tengo miedo a crecer, a convertirme en adulto”.
Si bien existen programas para jóvenes en distintos ámbitos y niveles, la realidad nos da una muestra de que aún hay mucho trabajo que realizar. Los objetivos de desarrollo que los Estados establecen y que dan contenido a las agendas internacionales, son los que moldean el mundo en el que las generaciones más jóvenes van a vivir. Es por ello que es importante su participación y construir sociedades más inclusivas. Las políticas y programas son la herramienta clave para trabajar en los paradigmas relacionados a las diferentes etapas y papeles de la juventud, como puede ser la transición a la adultez, riesgo o etapa problemática para la sociedad, su etapa de crecimiento social, y también su papel como actor estratégico del desarrollo.
Según los diferentes informes internacionales, la educación es el eje fundamental para encaminar las dificultades hacia su superación. Inclusive para lograr los Objetivos de la Agenda de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 de la ONU.
Si bien cuidar a toda la sociedad en su conjunto es importante, resulta fundamental prestar una especial atención a los grupos de la niñez y de la juventud. Estos últimos son el motor de cambio hacia el desarrollo sostenible, que permita una sociedad mejor para todos, inclusive en el futuro.
(*) Legislador provincial
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