Los datos de inflación de mayo cayeron como un baldazo de agua fría en las filas del gobierno. No hubo que esperar a la conferencia de prensa de las cuatro de la tarde para que se conocieran los números del INDEC, después de siete meses de ausencia de información y nueve años de manipulación delictiva.
Antes del mediodía, la Dirección de Estadística y Censos de la Ciudad de Buenos Aires difundió el 5 por ciento que, si bien ya había sido anticipado y era conocido por los funcionarios, echó por tierra con los mensajes optimistas que daban cuenta de una inflación “prácticamente a la mitad de lo que fue abril”, tal como aventuró el ministro Rogelio Frigerio un 9 de mayo que parece de otra época.
Ese 5 por ciento -y no el 4,2 difundido por el INDEC- es el que debe tenerse en cuenta para la comparación, ya que el organismo nacional, al haber discontinuado la elaboración del IPC, no cuenta con una serie histórica con la que confrontar los números de mayo, como sí tiene la ciudad. Es por eso que el 5 por ciento está bastante lejos de la mitad del 6,5 por ciento de abril. Lo mismo le cabe al 4,2, pero en este caso no hay base de comparación.
También quedaron descolocados los cultores de la “inflación núcleo” al llevarse la sorpresa de que, excluyendo los tarifazos, los precios de mayo subieron más que los de abril. Si en el IPC CABA se apartan los rubros “Vivienda, agua, electricidad y otros combustibles” y “Transporte”, el 6,5 por ciento de abril se reduce al 2,01 por ciento. Pero el 5 por ciento de mayo baja al 3,01 por ciento, un punto porcentual más que en el mes precedente.
Pero lo que quedó notoriamente averiado fue el relato que el oficialismo tenía armado desde fines de marzo, cuando ya se había dispuesto y anunciado el tarifazo múltiple que en el mes siguiente disparó los valores del gas, el agua, el colectivo y los trenes.
El libreto convenció a muchos: abril iba ser el punto máximo de inflación, pero en mayo comenzaría un marcado descenso que desembocaría en un fin de 2016 a un promedio del 1,5 por ciento mensual.
No se llegaría al prometido 25 por ciento, pero el escenario para 2017 se presentaba promisorio: el promedio mensual de inflación bajaría a la cuarta parte del tope de abril y seguiría en descenso, el impacto de los tarifazos se habría diluido, al igual que el de la devaluación de diciembre de 2015 y el incremento interanual de la emisión monetaria estaría más de veinte puntos debajo del que había cuando Mauricio Macri asumió la presidencia, básicamente por dos razones: ya no habría que emitir para pagar las polémicas operaciones de dólar futuro y los subsidios, aunque continuasen, dejarían de ser una carga tan pesada para el Tesoro Nacional.
A veces, los cálculos fallan, no solo por errores de quienes los llevan a cabo sino por el surgimiento de imponderables. La economía es una ciencia social, no exacta, y en la Argentina la protagonizan más de cuarenta millones de personas. Mal que le pese al ministro Juan José Aranguren, una planilla Excel no puede con el reclamo de gobernadores, usuarios, ONGs, clubes de barrio y tantos otros afectados por incrementos tarifarios que en algunos casos llegaron al 1.800 por ciento.
Aquel que a principios de año creía en una pauta del 25 por ciento anual de aumento salarial en paritarias, no necesitó más que un par de meses para desengañarse. Y a mediados de setiembre tendrá otro elemento, con el cierre de algunas negociaciones semestrales y las presiones gremiales para la reapertura de las que quedaron desfasadas.
Y aunque el común de los usuarios de luz, gas y agua no lo pueda entender, la carga de los subsidios apenas se redujo. En el primer cuatrimestre, hubo una caída global del 13 por ciento, es decir que solo se cumplió con la octava parte del “trabajo sucio”.
Se podrá discutir la velocidad que le impondrá el gobierno a las futuras rebajas de subsidios y hasta si esa tarea no tendrá que ser cerrada por la siguiente administración. Pero hay una realidad ineludible: harán falta ocho tarifazos de una magnitud similar a los de febrero y abril para que finalicen los subsidios a sectores económicos.
Subsidios cuya factura, además, contó en los últimos años con el “alivio” que representaron la caída en los precios internacionales de hidrocarburos y el freno en el consumo por casi cinco años de estancamiento. Si se reactiva la economía pero las tan deseadas inversiones no llegan a satisfacer el aumento de la demanda, ¿a cuánto se irán los subsidios para financiar a CAMMESA y ENARSA?
Por otra parte, los reclamos por el “retraso cambiario” que algunos sectores comenzaron a formular, se harán mas insistentes en la medida que la inflación le siga ganando al dólar. La devaluación recompuso la competitividad a muchas economías regionales, pero en lo que va de 2016 la divisa viene perdiendo la carrera contra los precios, si se toma nota de los respectivos aumentos: 5,6 y 25,2 por ciento. Si con esta apreciación cambiaria los precios suben cinco veces más que el dólar, el riesgo de que se repita el escenario de diciembre del 2015 no debe descartarse.
A ese 25,2 por ciento de inflación porteña en cinco meses hay que sumarle el 44,4 por ciento interanual. Y lo más preocupante: la inflación prevista para los próximos meses se ubica por arriba de la de los mismos meses de 2015. ¿Alguien puede asegurar que el IPC de junio será igual o inferior al 1,4 por ciento de hace un año? El mismo interrogante vale para el 2 por ciento de julio, 1,8 por ciento de agosto y 1,7 de setiembre y octubre del año pasado.
Quizás para dentro de cuatro meses tenga que hablarse de una inflación interanual del 50 por ciento. El doble que la pauta original, ya superada en tan solo cinco meses.
DyN.
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