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Opinión 19 de octubre de 2024

La identidad “marplatense” ¿Acaso carecer no es su propia identidad?

Los barcitos de la Rambla en la década del 50. Foto: Revista Life | Dmitri Kessel | Fotos de Familia.

Por Leonardo Z. L. Tasca

Mucha gente piensa que Mar del Plata no tiene identidad ni valores culturales propios porque sufrió un proceso invasivo de personas que, proviniendo de diversas localidades o países, trajeron sus costumbres espirituales y modos de comportamientos sociales. En ese punto no siempre se advierte que el nacimiento es el de una ciudad balnearia, que ello implica el agrupamiento y el surgimiento de un abigarrado conjunto de seres humanos llegados sin más horizontes que “vivir”, no “construir” una nueva ciudad, pero además esa construcción no fue en lo cultural y comunitario, sino en lo individual, en el de conseguir una posición económica, principalmente por vía del comercio minorista y en las actividades de servicios lucrativas basadas en el esfuerzo personal, relegando completamente la participación institucional o comunitaria.

La insistencia de la ausencia de una identidad propia y que la “falla” estaría en que “nadie es de aquí” y que recién, supuestamente, las nuevas generaciones propiciarían la presencia de una mayoría de habitantes nacidos aquí, la posibilidad de formar los cimientos culturales propios y como resultado de un proceso dinámico extraer valores únicos y alimentar el nacimiento de una auténtica “cultura marplatense”, sigue siendo sostenida hoy por importantes actores sociales sin reparar que identidad es construcción y construcción es actividad política y esta es justamente la que falta, es decir, gente (dirigentes) que esten trabajando para forjar desde los valores propios la identidad cultural de la comunidad.

El primer error consiste en no darse cuenta que las poblaciones balnearias o recreativas tienen esas características. Podrá argumentarse que hoy Mar del Plata ya no es una ciudad de ociosidad estival y marítima y que su crecimiento la ubica en otro plano. Es verdad, pero no se puede negar el origen y que ese fue el contexto socio-cultural de su nacimiento, donde todo fue impregnado de procederes personales seudos fenicios o cartagineses.

Otro de los errores, es creer que para tener identidad y cultura propia, hace falta solamente que un conjunto mayoritario de personas decidan vivir en un determinado lugar y que del agrupamiento geográfico emerjan valores y creencias que dan esa distinción de la cual supuestamente Mar del Plata carece. Lo primero que debe saberse es que existen recursos para potenciar el nacimiento en la proyección de la personalidad poblacional con idea de construir rasgos que den la identidad, esa idea corporativa de lo que estamos buscando y que no tenemos, nace de comenzar a mirar con sentido político el pasado, es decir la historia. El conjunto de las características propias, valores y creencias, con la que un pueblo se identifica y se diferencia, existen en Mar del Plata, pero están subyacentes, sólo que esto muy poca gente lo sabe, esa ignorancia supina es la peor de las equivocaciones que hace retroceder cualquier proyecto institucional que pueda tender a consolidar una cultura propia y distintiva.

Mar del Plata carece de un conjunto de hombres políticos dispuestos a tomar el poder para lograr determinadas transformaciones materiales y sociales. No hay un grupo compuesto por integrantes de diversos sectores institucionales que quieran cambiar el actual estado de cosas. Razón por la cual tampoco en el área de la cultura y la identidad surgen ideas y proyectos de trabajar para armar una identidad propia por un lado y por el otro, no se busca posicionar políticamente a la ciudad y al partido de General Pueyrredon en el contexto de la región y de la provincia de Buenos Aires.

Construir una identidad es parte de un proyecto político y para ello es necesario comenzar por diseñar una estrategia de ciudad, es imprescindible darse cuenta primero de la importancia de iniciar la búsqueda de los valores que cambien los criterios. No es posible hablar de la identidad como “queja”, en ocasiones por su ausencia, sino como trabajo diario de construcción política, partir del concepto crucial de “no tener”, de la tristeza de no poseer el orgullo de estar dispuesto a trabajar para conseguirla o de lo que es mejor todavía, la de tratar de cambiar la actual que no le sirve a nadie.

La posibilidad de trabajar para conseguir la identidad, la de potenciar las diferencias qué es y que tiene Mar del Plata a diferencia del resto de la provincia, solamente vendrá cuando haya un proyecto político que quiera proyectar esa personalidad. Esa identidad debe nacer de la fuerte “personalidad” geográfica o territorial que la ciudad tiene, pero que todavía no se ha podido estructurar en la forma de dar vida a un conjunto de circunstancias históricas para distinguirse de los demás. Las proposiciones para armar la identidad están, dependerá de la fuerza política que se ponga para estructurarla y cohesionarla.

Citado por Elisa Pastoriza leemos de Don Braulio en Mar del Plata y al cruzar el siglo XIX, de Roberto Tomas Barili, Mar del Plata, ciudad de América para la humanidad, página 497, “… el provincialismo resultaba, para los marplatenses, algo menos que impropio para la distinción balnearia (…) Parecía algo impropio enfrentado con el porteñismo que daba brillo a las temporadas. Con aquel porteñismo eminente y decorativo, que calificaba a la sociabilidad argentina y que se volcaba en ramblas y playas del Presidente de la Republica para abajo. El vecindario se había hecho perito en juzgar sobre las aristocracias; sobre su mayor o menor autenticidad, y con tal saber, que tenía algo de catador de vinos, no extrañará que ese aristocratismo tuviese algo de contagioso. Los marplatenses de entonces, sino se sentían nobles, actuaban con prestancia de hijodalgos”.

Es común, y nadie debe alarmarse, en procesos de formaciones de pueblos y nacimientos culturales tomar rasgos prestados y formar con lo superficial, con lo que no tiene substancia tradicional, las costumbres nacientes; eso ha sido un rasgo decisivo en muchas comunidades que hoy muestran grados culturales aceptables. Lo que le falta a Mar del Plata no es identidad, sino la decisión de cambiar, de elaborar un proyecto político que sustente ideológicamente una transformación profunda desde lo cultural hacia lo material. Decir que no tenemos identidad es como decir que el agua es mojada, no tiene ninguna importancia, lo que hay que asumir es “la ausencia” de un proyecto político para conseguirla. También debe anotarse otro rasgo declamativo que no es bueno, es la aceptación de la situación actual, “somos de tal forma y nos comportamos así porque la mayoría de la gente no nació en Mar del Plata”. Esto último es conformismo social y cultural. El diagnostico ya lo conocemos, basta de redundancias, la de seguir elaborando discursos de maridos engañados para justificarse el no asumir las responsabilidades que el momento exige. La hipótesis de que somos lo que somos en base a los pocos nacidos aquí, es como decir no hagamos nada porque tenemos una realidad histórica que nos supera. Cuando las sociedades retroceden por el pasado o las generaciones presentes le echan la culpa al pasado histórico es porque son mediocres.

Sin prejuicios Mar del Plata debe revisar con lupa política su pasado, es decir su nacimiento, y estructurar un proyecto básico a partir de lo que tiene que es mucho y bueno. La responsabilidad consiste en comenzar ya. Priorizar el pasado no es vivir en él, es encontrar la fuerza política suficiente para dar vía libre a los objetivos del presente.

El partido General Pueyrredon tuvo un divorcio con las localidades vecinas a quienes debe su nacimiento en común a partir de su gran explosión demográfica, y la razón concreta fue la actividad turística. Dice la profesora Pastoriza, en los años treinta las estadísticas señalan un salto en la afluencia de veraneantes, de unos 65.000 turistas arribados en 1930, se pasa a 320.000 al término del decenio, llegando a 500 mil en 1946, y a un millón en 1950. “Son los primeros pasos de la configuración de una ciudad turística de masas”, subraya.

La realidad del fenómeno del veraneo produce una expansión de la economía, sobre todo en aquellas áreas directamente vinculadas al turismo, el comercio y la construcción; dando lugar a la constitución de un mercado de trabajo de sesgo estacional. Mar del Plata se convierte en un centro receptor de población, de los 37.000 habitantes en 1924, pasa a 62.000 en 1938, cifra que se duplica en 1947, un total de 120 mil hasta llegar a alrededor de 250.000 en 1960. Este notable incremento poblacional provocó la expansión de toda el área periférica a la ciudad, con el asentamiento y la consolidación de varios barrios, y por supuesto el arraigo cuasi definitivo de modos y costumbres transpolados en algunos casos, pero en otros, y eso es lo importante, echó las bases espirituales para la formación de la incipiente cultura y pudo lograr delinear algunos rasgos de la identidad “marplatense”.

Ahora bien, la diversificación de la estructura económica, y la alta movilidad dineraria, no social para los recién llegados, debía necesariamente producir un tipo de cultura particular, y esa caracterización sociológica no fue otra que la firme consolidación de los comportamientos individuales típicos y egoístas cimentados en que “cualquiera que ponía un quiosco de dos por dos para trabajar en la temporada vivía todo el año mirándose el ombligo”. Con esos “ciudadanos” deleitados, tributarios convencidos al ocio fue conformándose la escasa identidad que hoy exhibe la ciudad.

Nunca las estructuras comerciales generan cultura arraigada, -es decir, la necesidad de echar raíces sociales en lo trascendente o en lo espiritual-, por el contrario, producen un tipo de persona apática y apoltronada para las tareas comunitarias e “indiferente” a los problemas institucionales. Eso es así porque para ser comerciante no hace falta “ingenio”, a diferencia de las actividades industriosas que nacen de la meditación íntima para transformar algo en beneficio de un tercero. Entonces, ¿qué es Mar del Plata sino una ciudad de comerciantes?, que carece de industria propia, que ha hecho del ocio improductivo una forma de ver pasar la vida y la ociosidad es la madre de todos los vicios, no vivimos en una ciudad “viciosa” pero si en una urbe indiferente que mira siempre hacia adentro de su propia existencia.

Todo esto se entiende si se parte de que nuestras afirmaciones comprueban el hecho de que la mayoría de las personas o dirigentes locales, es decir, los que tienen poder de decisión o han tenido poder político para transformar son de “clase media”, o universitarios y esos individuos tienen mentalidad de comerciantes o han ejercido el comercio como profesión o como medio económico de subsistencia, dado que han confundido cultura con identidad, y “el vivir” es instintivo, no es una actividad cultural, solamente hay cultura mirífica cuando se crea la imprescindible necesidad de trabajar todos los días para la construcción del acervo comunal identificatorio.

Todos los “cuestionamientos” anotados en este artículo no constituyen elementos de queja o acusatorios de “las ausencias” que tiene la comunidad en su conjunto. Todo lo contrario, tiende, modestamente, a identificarlos para ayudar a la elaboración de uno o varios proyectos para que la sociedad comience a proyectarse desde su pasado a un presente, con la fuerza y el espíritu comunitario suficiente. Quizás, algún día sepamos distinguir lo que encierra esta frase recopilada por la profesora Pastoriza: “Porque los hechos son de la historia y las actitudes de los hombres”.

La formula correcta es nacer, vivir, aprender y morir. Lo único que identifica el sentido de la vida, es el aprender; lo demás actúa como norma inexorable, sino aprendemos a aprender, la existencia es absorbida por lo fugaz, solamente el comportamiento social e institucional adquirido desde la experiencia, el dolor y con todo ello decidir trabajar para mejorar el entorno, ayuda a la construcción de la identidad que falta. De otro modo seguiremos como estamos, quejándonos de su ausencia.

(*): Historiador y ensayista, la editorial Alfonsina acaba de lanzar la segunda edición de su libro “Orígenes de Mar del Plata 1856”.