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Opinión 14 de abril de 2017

La histórica grieta alcanzó hasta a la bandera

por Hugo Mulliero

Once días después de haber declarado la Independencia Nacional, el 20 de julio de 1816, el Congreso de Tucumán decide adoptar como símbolo patrio la bandera azul celeste y blanca, que Manuel Belgrano enarboló en Rosario.

Los colores fueron tomados de la escarapela que ya se usaba en Buenos Aires. El propio creador de la enseña reveló que los colores fueron tomador del azul del cielo y el blanco de la cucarda del Regimiento de Patricios, como lo expresa la tradición.

Un año y ocho meses mas tarde, el 18 de febrero de 1818, aquel congreso independentista, que ya funciona en Buenos Aires, le agrega el sol dorado, que es una réplica del que está grabado en la primera moneda argentina aprobada por la Asamblea del año XIII. El origen del sol se atribuye a la relación del gran astro con el azul celestial o bien al predominio del sol en todas las festividades incas.

En realidad, el azul celeste que propone Belgrano es un azul muy próximo al turquesa, pero como entonces era imposible conseguir en Buenos Aires paños o géneros azul celeste o turquesa, se instala la costumbre de confeccionar las banderas alternativamente con el azul o bien con el celeste.

El congreso realizado en 1815 en Arroyo de la China (Concepción del Uruguay), donde a inspiración de José Artigas se creó la Unión de los Pueblos Libres o Liga Federal, declaró como bandera nacional la creada por Belgrano, con el agregado de un festón punzó en diagonal. Conocida como la bandera Argentina, es hoy el emblema oficial de la provincia de Entre Ríos y uno de los símbolos nacionales de Uruguay.

El celeste , entonces, no es el color oficial de la bandera, sino el distintivo de los unitarios. En tal entendimientos, el general Juan Lavalle enarboló la bandera celeste y blanca en la fragata francesa Minerva, cuando decidió embarcarse para prestar ayuda a los estancieros que habían iniciado una revolución contra el gobierno de Juan Manuel de Rosas, en 1839. Habla sido bordada por las mujeres unitarias de Montevideo, que en forma deliberada cambiaron el color azul por el celeste.

Más cambios

En los años de la década infame, una ley estableció el celeste como “el color del cielo cuando comienza a amanecer”, y entonces se entendió que se trataba del celeste pálido usado por los unitarios. Pero tanto las banderas del Ejercito del Norte, que comandaba Belgrano, hallada en Bolivia, como la que hizo confeccionar San Martín en 1817 para la campaña libertadora, la llamada bandera de Los Andes, son azul, celeste y blanca.

Sin embargo, el gobierno militar instalado en 1943, mediante decreto del año siguiente, determinó que los colores del pabellón argentino son el celeste y el blanco. Cuarenta y un año mas tarde, en agosto de 1985, el congreso estableció por ley que el sol debía figurar en todas las banderas argentinas, y no sólo en las que flameaban en organismos y buques de las Fuerzas Armadas.

Las contradicciones de la historia argentina no tienen fin: El creador de la enseña patria, lo más sagrado que tiene un país soberano, fue severamente amonestado por el Primer Triunvirato (motorizado por secretario, Bernardino Rivadavia) por haberlo hecho. La confusión y polémica generada por los verdaderos colores de la bandera se extendió a los largo de los últimos dos siglos y por si fuera poco, el sol fue eje de una puja centenaria entre civiles y militares.

Durante mucho tiempo hubo dos banderas, una con sol y la otra sin sol. Y aún hoy existe una sola bandera, porque la inclusión del sol en el centro de la banda blanca, replica del que está grabado en la primera moneda argentina,, aprobada por la Asamblea del Año XIII, ya no es de la exclusividad de las Fuerzas Armadas. Lo que hoy denominamos “la grieta” y que tanto duele, es una enfermedad bicentenaria en la sociedad argentina, que comenzó con la Junta de Mayo (saavedristas y morenistas), unitarios y federales, las guerras internas, civiles y militares, peronistas y antiperonistas, y así lamentablemente hasta hoy.