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Cultura 25 de abril de 2016

La fantasía y el arte de enseñar

Al rescate del premio Nobel de Literatura 1909 Selma Lagerlöf (1858-1940)

Por Dante Rafael Galdona
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Cuestión de suerte

A menudo nos preguntamos por qué los suecos tienen esa relación tan cercana con la perfección, de ellos no se sabe más que cultivan en todos los campos de su realidad la honradez y la estabilidad, la decencia y el perfil bajo. Quizá la respuesta exacta no pertenezca a este espacio. Pero sí podemos decir que Selma Lagerlöf es expresión y fruto ejemplar de dicha idiosincrasia.
También sabemos que Alfred Nobel, también sueco, buscó enmendar su impredecible y sideral macana donando su fortuna a la creación de los premios Nobel.
Selma Lagerlöf fue la primera mujer que recibió un premio Nobel de Literatura, en 1909. Pero antes de eso, debió convertirse, justamente, en Selma Lagerlöf.
Qué convirtió a una niña enfermiza y débil en la primera mujer ganadora del premio Nobel de Literatura es una mezcla de esa idiosincrasia sueca con una particularidad individual y circunstancial, fue una voz distinta en épocas del naturalismo cuya expresión más cabal en literatura eran Emile Zola y Gerhart Hauptmann.
La capacidad de las autoridades de prever, de ver antes a quien se convirtiera en esa gran escritora tiene mucho que ver, y se conjuga con las circunstancias particulares, individuales y sociales, para darle espacio para crecer.
De esta manera, podemos decir que Selma Lagerlöf fue una mujer de suerte. La suerte de nacer en Suecia. Es que la academia sueca y, en especial, el rey Carlos II de Suecia y Noruega, al notar a través de la crítica el notable potencial artístico, deciden otorgarle una especie de beca con el objetivo de que pueda dedicarse tiempo completo a la producción literaria y alejarse del trabajo de maestra, al que por otra parte había accedido tras sufrir ciertos inconvenientes económicos. La docencia también fue una tarea que ejerció con notable amor y esmero. En todas su biografías se resalta el hecho de que sus alumnos le profesaban un profundo amor y respeto, tanto por el trato amable y delicado como por el método didáctico novedoso y revolucionario que empleaba en sus clases. Alejada de un semblante autoritario, ella compartía con sus alumnos en pie de igualdad y enseñaba de un modo simbólico todas las materias posibles, contando historias elocuentes y cargadas de lírica que llevaban intrínsecas, por ejemplo, lecciones de geografía e historia.

Maestra, feminista, soñadora

Nació en la Suecia de mediados del siglo 19, en una familia con antepasados castrenses y de profesión religiosa. El militarismo parece no haber calado en su personalidad. La religión sí. Sus tempranas lecturas de la Biblia acaparan buena parte de las referencias en sus obras. Lagerlöf decide ser escritora cuando a menudo los niños apenas empiezan a leer. Los libros de Anderson, los hermanos Grimm, Goethe, impulsan esa decisión. Ella la concreta a los doce años, al escribir un largo poema referido a su ciudad natal, Marbacka. Luego viene una época de dudas en cuanto a esa intemporal disyuntiva: escribir o procurarse sustento. La penosa economía familiar la induce a la segunda opción y entonces, gracias a un crédito que pudo conseguir su hermano, estudia magisterio. La época de universidad la contactó con los movimientos feministas y pacifistas por los que abogó hasta su muerte. También en la universidad cosechó profundas amistades, algunas de las cuales tuvieron mucho que ver en su reconocimiento literario, ya que eran quienes se encargaban de enviar sus poemas y escritos a revistas literarias, concursos y críticos destacados de la época.

Un viaje por los paisajes suecos

Con una propuesta estética ubicada en las antípodas del naturalismo imperante en su época, Lagerlöf logró captar el interés de crítica y público a través del retorno al romanticismo, por momentos naif y consecuente con la idea de héroes que luchan contra el mal y antihéroes que finalmente encuentran redención en una idea precisa y clara del amor. Las tramas en sus textos transcurren a caballo de recursos míticos y legendarios, y la sensibilidad social de la autora no está puesta, como sucede en los naturalistas, en el descarnado relato social, sino en la cuestión mágica de la eterna lucha del bien contra el mal, donde siempre el primero triunfa. En la lucha entre el ser y el deber ser, en Lagerlöf siempre triunfa el deber ser, su literatura no acompaña a la realidad, más bien la explica de otro modo.
Así, sus prosas colmadas de lírica y sus atmósferas de sensible belleza fantástica se oponen al imperante expresionismo de Eduard Munch y su cuadro “El grito”, por ejemplo.
Al igual que su compatriota Stig Dagerman, quien escribió el cuento “Matar a un niño” por encargo de las autoridades y resultó ser una de las mejores obras de arte de la literatura sueca, a Selma Lagerlöf también le encargaron un libro de texto escolar que viniera a renovar algunos compendios anquilosados con los que hasta entonces se enseñaba geografía. Y ella escribió “El maravilloso viaje de Nils Holgersson”. Ese texto es también uno de los más importantes de la literatura infantil sueca y aún hoy permanece vigente.
La historia relata la aventura de un niño travieso convertido en duende que vuela sobre un ganso por toda Suecia.
“La saga de Gösta Berling” es una historia de redención. Un clérigo borracho expulsado de su congregación es acogido por una benefactora a la que traicionará encabezando una rebelión junto a sus compañeros de refugio. Otra vez, aparecen, con límites bien definidos, el mal y el bien, conjugados con pactos con el diablo, con la fantasía, con el amor de dios y de los hombres. Y será el amor, nuevamente, el que pondrá las cosas en su lugar. En el lugar que Selma Lagerlöf consideraba que debían estar las cosas.