La enfermera que busca derribar miedos y llevar la vacuna a la comunidad menonita
Mónica Mora se ganó la confianza no sólo de los hombres, dentro de la estructura patriarcal de esa comunidad, sino también de las mujeres.
Mónica Mora en plena tarea de vacunación a los habitantes de Nueva Esperanza. Foto: Télam | Julián Varela.
Por Rita Soublé
En una gélida mañana, en la que el viento cala hasta los huesos en medio de un invierno tan pampeano como patagónico, Mónica Mora, enfermera desde hace 20 años del hospital de Guatraché, se levanta temprano para trasladarse a la comunidad menonita Nueva Esperanza, distante a unos 35 kilómetros de esa localidad, a fin de realizar sus tareas sanitarias en contexto de pandemia por el Covid-19, la que además de generar varios casos positivos entre sus habitantes causó la muerte del obispo, el máximo líder de esa comunidad.
La Moni, como la llaman los y las integrantes de esa comunidad, es la única enfermera que ingresa al lugar para implementar el Calendario de Vacunación Anual y en ese transcurrir laboral, a través de los años, se ganó la confianza no sólo de los hombres, dentro de la estructura patriarcal de esa comunidad, sino también de las mujeres, las que poco a poco pese a la limitación del idioma, han generado un vínculo atípico para con una foránea.
La tarea de llevar adelante el cumplimiento del calendario de vacunación anual, dispuesto por el Ministerio de Salud de la Nación a hoy, con el trabajo realizado en todos éstos años, constituye un mero trámite sanitario, pero respecto a la pandemia de coronavirus, poco ha podido avanzar entre los y las habitantes de la comunidad, que mantienen su resistencia “porque no confían demasiado en la vacuna”, según confiesa Mónica a Télam, respecto a la situación sanitaria de la colonia y la actitud frente a la pandemia.
La comunidad menonita Nueva Esperanza, que ocupa unas 10.000 hectáreas y está dividida en unos 20 campos con sus respectivos jefes, está ubicada a 35 kilómetros de la localidad de Guatraché, distante 184 kilómetros de la capital pampeana. Y está formada por cerca de 1.500 habitantes que llegaron en la década de los ’80 y basan su economía en la venta de quesos, embutidos, la fabricación de silos y carros, muebles de cocina, entre otras entre otras actividades relacionadas al campo.
Pese a las características propias de la comunidad, desde sus costumbres hasta la vestimenta, los menonitas no viven aislados y como cualquier pampeano pagan sus impuestos, realizan actividades comerciales, hacen uso de la salud pública y diariamente se los ve por distintos puntos de la ciudad haciendo sus compras con su típica vestimenta.
A estas alturas del siglo XXI resulta casi imposible en el imaginario colectivo pensar en una comunidad donde no se escucha radio, ni se mira televisión o no se usan autos. Tampoco tienen teléfono celular, no usan electrodomésticos que brindan un mayor confort como el aire acondicionado, y sólo utilizan la tecnología para aumentar la producción en cada rubro, como sostén de las necesidades básicas de todos sus habitantes.
Todo está enmarcado en los preceptos religiosos, establecidos como mandatos, que rigen la vida cotidiana de cada uno de los habitantes de esa comunidad, quienes para trasladarse de un lugar a otro, aún hoy utilizan un servicio de flete o prefieren tomar un micro.
Vacunas y controles médicos
En ese contexto, Mónica, que tiene 55 años y es la enfermera de la comunidad desde hace unos 15 años, admite que en todo ese tiempo no sólo logró objetivos sanitarios en general sino que le permitió acercarse a las mujeres, para llevarles información desde el plan de vacunación anual como los controles ginecológicos y métodos anticonceptivos, entre otras consultas.
Cada visita a la colonia es organizada con anterioridad con los jefes de los campos a fin de coordinar día y horario, y ver a todos los que necesitan vacunarse o controlarse. Para su organización, cuenta con una carpeta donde reúne la información de cada uno de los habitantes con su respectiva historia clínica.
Relata que antes iba a las escuelas a vacunar, pero ahora por el frío y la confianza construida, va a la casa del jefe de cada campo, en el que viven unas 20 familias y son los responsables de garantizar la limpieza de los caminos, cobrarle a los padres la cuota escolar y pagar a los maestros, que son ellos mismos.
“He compartido muchos momentos con ellos, hasta almuerzos, son muy amables, y con el tiempo logré que mientras antes no me veían sin la presencia del hombre, hoy vayan las mujeres solas por eso ahora les están enseñando español (manejan un dialecto antiguamente conocido como Plattdeutsch o “alemán bajo”, que casi no existe en otras partes del mundo) y con ellas hablamos del tema de la lactancia por la que hay mucha resistencia, los métodos anticonceptivos, la colocación del Dispositivo Intrauterino (DIU), entre otros temas.
“Para mi es importante que muchos comiencen a enseñarles a las mujeres hablar español, un privilegio que en la comunidad es sólo de los hombres y de unos pocos” señala Mónica quien además destaca que “en el caso de las niñas, van a la escuela hasta los 12 años y después se dedican al hogar, aprenden a coser, bordar, hacer huertas y ordeñar las vacas; mientras que los varones trabajan en el campo con su padre y sus hermanos.
Télam.
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