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Interés general 21 de agosto de 2024

La desconocida historia del lago paradisíaco que existió en el centro de Mar del Plata

Se encontraba en Buenos Aires entre Belgrano y Rivadavia, entre fines del siglo XIX y principios del XX. Se desconoce su origen y desaparición.

Por Gustavo Visciarelli

Hace más de cien años hubo un pequeño lago en Buenos Aires entre Belgrano y Rivadavia. La mayoría de los registros que acreditan su existencia son fotográficos y se acotan a un período breve, pero esas piezas documentales no llegan a explicar su origen y su desaparición.

Las imágenes lo exhiben como un sitio paradisíaco, acorde al gusto de la aristocracia argentina que generó allí su microcosmos europeo entre fines del siglo XIX y principios del XX. El paraje, obviamente, no siempre alardeó de ese tipo de belleza.

Contrariamente a lo que muchos creen, el arquitecto e historiador Roberto Cova consideró en una nota con LA CAPITAL que el lago no fue creado por los paisajistas que hermosearon el sector para solaz de los acaudalados veraneantes. “Yo pienso que el lago siempre estuvo y que era de agua dulce”, aseguró , rebatiendo -además- la creencia de que podría ser una acumulación de agua de mar.

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Por algún motivo, quizás asociado a la precariedad de registros de la Mar del Plata fundacional y de sus constantes cambios no siempre documentados, se carecen de constancias. A ello se suma que la franja costera era una suerte de “limbo urbano”, un territorio indefinido que fue mutando de acuerdo a la demanda de las clases veraneantes.

Téngase en cuenta que el trazado original de la ciudad no contemplaba un camino costero y apenas se limitaba a trazar una franja entre las líneas de edificación y la orilla.

El pequeño lago se ubica dentro de esa línea que teóricamente “pertenecía al mar” y que los hombres fueron convirtiendo en caminos, ramblas, paseos y explanadas.

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No hay mayores dificultades en reconstruir a grandes rasgos ese paisaje hacia 1888, cuando el Bristol Hotel abrió sus puertas, pues abundan crónicas que lo definen como un descampado de aspecto agreste, “con unos pocos matorrales y arbustos” o como “un sitio yermo y abrupto” donde sólo emergen como atractivos “las pendientes e irregularidades del terreno”. No aparecen, sin embargo, menciones de aquel lago.

Quienes deseen refutar la convicción de Cova podrán asegurar que tal omisión responde a que, sencillamente, no existía. Y quienes la apoyen, pueden entender que los cronistas lo excluyeron por mera indiferencia ya que lo que hoy llamamos “lago” bien podría ser, para la mirada de la época, apenas una gran charca dentro de ese páramo.

Muchas de las fotos que lo muestran como un edén tienen la impronta inconfundible del francés Jules Charles Thays (1849-1934), quien arribó al país en 1889, contratado para diseñar y ejecutar el Parque Sarmiento en Córdoba.

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El famoso paisajista se radicó junto a su familia y en 1891 obtuvo por concurso el cargo de director de Parques y Paseos. En 1898 creó el Jardín Botánico de Buenos Aires y realizó numerosas obras de parquización y forestación que aún perduran en la metrópoli y distintas provincias. Es decir que se hallaba en el apogeo de su trayectoria cuando el turismo acaudalado requirió que aquel paraje yermo y abrupto se transformara en un gran jardín, al mejor estilo de Carlos Thays, como se lo conoció en Argentina.

Los anales históricos ubican las principales obras de Thays en Mar del Plata hacia fines de la primera década del siglo, con la inauguración del Paseo General Paz, que se extendía desde el lugar señalado hasta el Torreón, incluyendo la Plaza Colón. El extenso recreo poseía fuentes, esculturas, kioscos, calesitas, canchas de criquet y tenis.

Asimismo, adquirió en distintas épocas un aspecto de feria al mejor estilo europeo con bancos, jardines, esculturas, fuentes, descansos peatonales, entretenimientos y puestos comerciales de importantes firmas, incluyendo la legendaria joyería inglesa Muppin & Webb.

Una fotografía que ilustra este artículo de muestra que el lago estaba allí en los primeros años de la década del 10 y que ya exhibía obras de parquización y embellecimiento, pero aún no tenía el puente y la glorieta que aparecen en documentos posteriores, integrando la orilla a la isla central.

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Al analizar la foto, el arquitecto Cova identificó rápidamente la Rambla Pellegrini, que se incendió en noviembre de 1905, con lo cual le otorga marco temporal a dicha fotografía.

Pero hay algo más. En su fototeca particular, el arquitecto poseía dos imágenes que nos muestran a un grupo de lavanderas desempeñando sus actividades en el lago. Las construcciones que se observan detrás -incluyendo los techos del núcleo original del Bristol Hotel- permiten ubicar la escena en Belgrano y la costa. Y múltiples detalles analizados por el historiador, incluyendo un farol a kerosene adosado de un poste, le sugieren que la foto fue obtenida en el límite de los siglos XIX y XX.

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“Las lavanderas no lavan con agua salada”, aseguró Cova, para refutar a quienes sospechan que el lago se formó por la acumulación de efluentes marinos. Y como todo pequeño detalle puede llevar a una gran revelación o -al menos a apuntalar una hipótesis- Cova hizo notar que en las fotos se ven gallinas abrevando.

En el transcurso de los años el agua dulce volvió a evidenciar su presencia en esa zona. Tal dato nos fue suministrado hace largo tiempo por el constructor Alfonso Janeiro, cuya realización más notoria es el pedestal al monumento al General San Martín.

Janeiro trabajó en la edificación del Bristol Center en la década del ’70 y guardó en su memoria cada etapa con nitidez. Una de ellas se refiere a las excavaciones de 12 metros que realizaron para las cocheras, oportunidad en que emergió agua dulce que tuvo que ser desagotada para realizar la construcción. Luego se planteó otro problema, quizás vinculado con el primero: las aguas emergieron en el sótano de un edificio vecino.

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Luego de consultar a especialistas con quienes trabó amistad en décadas de investigación, Cova fortaleció su presunción de que el lago era producto de un acuífero, es decir, de una formación geológica saturada de agua. “¿Se secó?, ¿lo taparon?”, se preguntó el arquitecto.

“Para taparlo -continuó- habría sido necesaria la realización de una obra importante, con gran movimiento de tierra. No tenemos registro de ello, pero quizás en algún lado esté el documento, quizás la foto. En 1913, cuando inauguraron la Rambla Bristol, el lago ya no estaba. ¿Qué pasó? No lo sabemos”.

Nota publicada por LA CAPITAL en febrero de 2011. El arquitecto Cova falleció en 2021, a los 91 años. 

Fotos enviadas por Enrique Mario Palacio e Ignacio Iriarte.