“La conversación infinita”: Alejandro Dolina trae con Darío Sztajnszrajber un espectáculo que resiste a los mandatos
El dúo hará dos funciones este jueves 9 y viernes 10 de enero en Mar del Plata, donde dialogarán sobre los grandes temas de la filosofía con humor. En entrevista con LA CAPITAL, el escritor y conductor radial reflexiona sobre la necesidad de recuperar el arte de la conversación en tiempos dominados por la discusión y el encono.
Darío Sztajnszrajber y Alejandro Dolina llegan a Mar del Plata este jueves y viernes para conversar sobre la felicidad y la muerte.
Por Rocío Ibarlucía
Indiscutido maestro de la oralidad, Alejandro Dolina ha demostrado su destreza verbal, lucidez y aguda capacidad para interpretar el mundo en cada proyecto que ha emprendido, desde su emblemático programa radial “La venganza será terrible”, con más de tres décadas de vigencia, hasta su incursión el año pasado en el streaming, así como en los innumerables escenarios donde ha desplegado sus reflexiones con el humor que lo caracteriza.
Desde abril del año pasado, comparte escenario con otro destacado orador y pensador, Darío Sztajnszrajber, con quien hace “La conversación infinita. Un encuentro para todos y para nadie”. Reconocido por su programa televisivo “Mentira la verdad” de Canal Encuentro, así como por sus ensayos, charlas y espectáculos, el docente, escritor y divulgador de filosofía ha logrado acercar conceptos complejos al público general, invitando a cuestionar los supuestos más arraigados de nuestra sociedad.
La dupla vuelve a juntarse este jueves 9 y viernes 10 de enero, a las 21, para continuar con sus provocadoras conversaciones en el Centro de Arte Radio City-Roxy. Durante ambos encuentros, se adentrarán en un discurrir filosófico sobre grandes temas de la existencia humana –que en esta ocasión serán la felicidad y la muerte–, sin abandonar el humor.
La idea de trabajar juntos surgió a partir de una entrevista que Sztajnszrajber le realizó a Dolina para su programa “Demasiado Humano”, emitido por FutuRock. “Nos conocíamos poco en ese entonces –recuerda Dolina–, pero durante la entrevista nos pareció que teníamos intereses comunes y él tuvo la idea de hacer un encuentro bajo la forma de una conversación”.
Así nació “La conversación infinita”, un título que, aclara Dolina, “le afanamos al filósofo francés Maurice Blanchot”, autor de la obra homónima en la que reflexiona sobre la escritura. Y si bien este espectáculo se sostiene en la oralidad –en la extraordinaria oralidad a la que ambos nos tienen acostumbrados–, lo definen como “una propuesta escénica de escritura con el otro”, porque mientras dialogan y se hacen las grandes preguntas que nos desvelan, construyen conocimiento de forma colaborativa.
Antes de su presentación en Mar del Plata, Dolina conversa con LA CAPITAL sobre este singular espectáculo y reflexiona sobre la necesidad de recuperar el arte de la conversación en tiempos dominados por la discusión y el encono.
Alejandro Dolina, durante el espectáculo “La conversación infinita”. Foto: @irishsuarez
-¿Qué nos vamos a encontrar los espectadores en “La conversación infinita”?
-No mucho, creo yo, de mi parte y sí mucho de parte de Darío porque si se trata de una conversación filosófica, evidentemente el que tiene como oficio la filosofía es él. Yo soy apenas un aficionado que me limito a darle la razón en la mayoría de los casos, hacerle algún tipo de pregunta o poner en tela de juicio lo que él acaba de afirmar, lo cual me parece también una actividad filosófica ya que el pensamiento crítico es eso, es poner en tela de juicio lo que se da por sentado y tratar de encontrar a cada momento nuevos rumbos, rumbos que surgen de la duda. Creo que el principal asunto de esa conversación es la duda, la resistencia a un canon seguro, la resistencia a los mandatos también. Eso es lo que lo lleva a pensar a uno. Y contamos con el apoyo de dos mil años, tres mil años de filosofía que nos vienen a ayudar bastante. Entonces, el conocimiento histórico, que parte fundamentalmente de Darío, y algunos chistes de churrasquería que yo aporto puede que hagan una conversación interesante.
“Hay en el humor un ansia de verdad”
-¿Qué aporta el humor a la filosofía, cómo ayuda a potenciar el pensamiento?
-Yo creo que el humor tiene algo de filosófico porque está poniendo en duda. El humor viene de una degradación de algún valor y degradar un valor para conseguir un efecto humorístico es también filosófico, es también un ansia de conocimiento. También el humor es pensar más allá de lo establecido. Desde luego que hay unos protocolos humorísticos que son repetitivos y que nos hacen gracia a través de los siglos, pero hay también en el humor evidentemente un ansia de verdad, que se manifiesta dudando o poniendo en ridículo la aparente verdad.
-¿Cuáles son los temas más recurrentes de sus conversaciones infinitas?
-Los temas son establecidos. Nosotros vamos cada tantas funciones cambiando lo que podríamos llamar el libreto. Los temas que están pautados para estos días son nada menos que la felicidad y la muerte, que son temas no solo de la filosofía, sino también del hombre común que está perplejo ante las cosas que le suceden. Y en esta versión de la conversación infinita, nos preguntamos mucho si realmente existe la felicidad y ahí nos acompañan muchos filósofos que han dudado de la felicidad, empezando por nuestro amigo Schopenhauer, que decía que la felicidad no era más que la ausencia de desdicha.
Y hay curiosamente una nota de Borges en un libro de sus primeros tiempos, que incluso no figura en las obras completas, donde dice que no solo es rara la felicidad en la vida común, en la realidad, sino también en el arte. Él dice que el arte ha sido más tratado para describir las tristezas que para describir las felicidades. Empieza a buscar buenas poesías que describan una situación feliz y hay poco. Ahí encuentra justamente la “Oda a la vida retirada” de Fray Luis de León, en donde justamente lo que señala son las ausencias de catástrofes. “¡Qué descansada vida la del que huye del mundanal ruido!”, es decir, no me preocupa el mundanal ruido, “Que no le enturbia el pecho de los soberbios grandes el estado”, no esto, no aquello, no me pasa afortunadamente tal calamidad. Entonces, le parece que en realidad no es una felicidad en tono positivo la que se describe allí, sino más bien, como decía Schopenhauer, la ausencia de calamidad y de la dificultad de encontrar un pensamiento adecuado que defina lo que es la felicidad, que no lo hay o lo hay y poco aceptable muchas veces. Después pasamos a la gran angustia, que es la angustia de la finitud. En el medio hay un poco de humor, hay algunas ideas que pueden resultar graciosas.
-A pesar de ponerla en duda, ¿encontrás la felicidad hoy en día en algo, en lo cotidiano?
-En el amor es posible encontrar momentos de felicidad, pero no neguemos que también, momentos de gran angustia y tristeza. El amor lo hace vivir a uno, me parece a mí, en un estado vulnerable, como si uno estuviera parado sobre la piedra movediza de Tandil, que por otra parte, según me han dicho, ya se vino abajo a principios del siglo XX. Pero el amor tiene eso, tiene el presentimiento, como decía Discépolo, de que todo va a terminar mal. El amor tiene la plenitud de los breves momentos de felicidad y tiene la larga penuria de los momentos de duda y de temor, así que no necesariamente el amor es sinónimo de felicidad, sino que es una situación milagrosa de la que muchas veces se sale bien.
Entonces, el amor tiene que ver con la felicidad, así lo espero, y tiene que ver con la muerte. Porque posiblemente si de un lado de la moneda está la muerte, del otro lado más que la vida está el amor. Es casi lo contrario, casi lo que nos permite sentir que hemos vencido a la muerte. Pero no la vencemos, te cuento el final.
Foto: @irishsuarez
-Darío Sztajnszrajber hace una filosofía de la deconstrucción a través de preguntas que ponen en jaque el sentido común. ¿Las conversaciones con él, sus preguntas, te hicieron revisar tus propios cimientos?
-Sí, pero eso me ocurre siempre, porque yo, por mi propia inseguridad, quizá no sé si está tan mal ser inseguro, pero en todo caso por condiciones de mi propio espíritu, vivo siempre en un estado de duda, poniendo en entredicho las cosas que me han enseñado.
Lo que sí está presente en muchos momentos de la charla es que aquello que se nos señala como bueno para nosotros, en realidad, es bueno para el que nos lo dice. Todos los mandatos, todas las recomendaciones que se hacen para que uno asegure su propio contento, su propio bienestar, en realidad, no son sino recomendaciones de los más poderosos para que nosotros con nuestro descontento no pongamos en riesgo el orden constituido. Quiere decir que en general, empezando por Aristóteles, casi todas las recomendaciones, las definiciones incluso de la felicidad, están hechas de acuerdo con el comisario. Son lo más conveniente para que la vida de los poderosos y ese dominio a los poderosos no corran riesgos. Esas son las recomendaciones de prudencia aristotélicas, las recomendaciones del sentido común, que, justamente, es un sentido establecido a partir de un dominio. Poniendo en duda estos mandatos establecidos, también hacemos algunos capítulos de esta conversación, que no es una discusión, sino un discurrir, un razonamiento compartido.
“Hoy estamos ante un fenómeno que es la discusión principalmente a partir del encono”
-¿La conversación infinita con Darío podría pensarse como una práctica de resistencia frente a las posturas taxativas que dominan en la actualidad, que tienden a cancelar ideas y a clausurar la posibilidad del diálogo?
-Yo creo que principalmente se puede pensar “La conversación infinita” en esos términos, en términos de resistencia a los mandatos del establishment, pero también resistencia a cierta falta de diálogo, de consenso, de discurrir más que discutir. Discurrir es algo placentero, porque es pensar juntos, dejarse uno iluminar por el pensamiento ajeno y dejarse complacer. En cambio, la discusión tiene algo de competencia, de agón, de lucha. Los griegos lo hacían bien porque lo hacían sin encono, a eso le llamaban el agón, la competencia sin encono. Hoy estamos ante un fenómeno que es lo contrario de eso, que es la discusión principalmente a partir del encono. Y el encono es además algo que viene muchas veces a sustituir al argumento.
Nosotros tratamos de lograr, como muchos lo han logrado antes y mejor, que encontrar una opinión mejor que la de uno no sea una derrota, sino más bien una iluminación. Yo creo que es un placer y una felicidad encontrar a un tipo que te enseñe a tocar algo que vos tocabas mal. Sin embargo, ahora estamos tan competitivos que nos da bronca que haya otro tipo que nos venga a enseñar algo, entonces automáticamente le combatimos.
-Por otro lado, ¿cómo dialoga “La conversación infinita” con las discusiones que se dan en redes sociales, que no dan tiempo al desarrollo del pensamiento, que tienden a la indignación, al encono?
-Y, tratamos de buscar algún camino para huirle a eso. La intención justamente es salir de esas trágicas operaciones del pensamiento de las que somos testigos en estos tiempos.
-¿Considerás que esta modalidad de hablar desde el encono está afectando nuestras formas de comunicarnos en la vida cotidiana?
-Sí, claro. Principalmente, está afectando la forma de conectarnos. Estamos cada vez más solos. Una de las tragedias del ser humano es que la mayor parte del tiempo está solo el tipo y la tipa. Y por ahí cada tanto aparecen algunas conexiones. Pero cuando las redes sociales, el regusto por la crueldad, el encono, etcétera, pone todo en términos de insultos y de denuesto, uno está mucho más solo.
Después de darse una recorrida por las redes y enterarse de cómo se está odiando, a veces nada más que por asuntos puntuales que son hasta, podría decirse, opiniones científicas, uno se siente muy mal comunicado, de modo tal que nos parece que solamente podemos comunicarnos con las máquinas y hablar con las máquinas, tomar el celular y escuchar a señores que ni siquiera son señores, sino que son máquinas que nos dan un informe. Aún esos informes que parecen inocentes también están cargados de intencionalidad respecto a ciertos intereses. Discutir con máquinas acerca del alcance del Estado es de las peores cosas que uno puede hacer un sábado a la tarde, por ejemplo.
Foto: @irishsuarez
-Estamos en un momento en el que se debate hacia dónde deberían dirigirse los recursos económicos del Estado y la cultura es uno de los sectores más cuestionados. ¿Qué rol considerás que debería asumir el Estado en relación con el acceso a la filosofía, el arte, la literatura?
-Yo lamento tener que confesar esto porque podría acarrearme algunos odios supernumerarios más allá de los que me rodean habitualmente, pero yo sí creo en el Estado. Creo en el Estado desde su comienzo histórico como una forma de repartir los excedentes y de ayudar a aquellos que no puedan salir a cazar, porque son o demasiado jóvenes o niños o ancianos o están enfermos, por lo que el Estado viene a socorrer, justamente, a aquellos que tengan dificultades para ganarse su sustento. Entonces, evidentemente toda la ayuda que el Estado pueda prestar a los que quieren educarse, a los que quieren curarse, a los que quieren aprender, los que quieren emprender los caminos del arte y la filosofía a mí me parece que está bien. ¿En qué otra cosa se va a gastar la plata uno? De manera que todas aquellas cosas que hacen que la vida sea digna de ser vivida necesitan ayuda. Por todos los que tenemos la suerte de poder hacerlo y debemos destinar una parte de nuestro poder económico a ayudar a los que no tienen esa posibilidad. Es un asunto más humanista que peronista.
-¿Y cuál creés que es el rol del artista, del poeta, del filósofo en estos tiempos?
-Yo ahí soy casi de derechas. Yo creo que la principal función del artista es navegar por los mares de la creación del arte y a través de eso poder mejorar la vida de los demás. Y después el artista también tiene sus opiniones políticas y puede contribuir a la creación de una vida mejor desde el punto de vista político, bueno, que lo haga. Pero yo creo que lo que puede hacer un artista por los demás es hacer un arte que conmueva, que nos haga vivir momentos felices y valederos.
Yo creo que los momentos más felices de mi vida se los debo a agradecer a los artistas que han compuesto obras maravillosas, que han tocado, que han pintado, que han escrito libros y yo he sido feliz con esos libros y debo estar agradecido a la existencia de esos artistas. De manera que todo lo que favorezca la aparición, la digna aparición y la fomentada aparición de nuevos y mejores artistas, creo que nos va a hacer mejor la vida.
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“La conversación infinita” podrá verse este jueves 9 y viernes 10 de enero a las 21 en el Centro de Arte Radio City-Roxy.
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