por Fernando Arroyo León
QUITO, Ecuador.- La colada morada es una portentosa bebida caliente – elaborada con frutos y hierbas de los páramos andinos – que se sirve en esta época con las tradicionales “guaguas” de pan, en homenaje a los difuntos que aún buscan su lugar en la mesa de las familias ecuatorianas.
De origen precolombino, según algunos historiadores, la colada morada, semejante a un espeso comeibebe, y las “guaguas” (niñas, en quichua) de pan, rellenas de mora o chocolate, forman parte del sincretismo religioso católico y la cosmovisión andina.
Sólo en esta época, cuando se junta la llegada de las lluvias a la sierra andina ecuatoriana y el católico Día de los difuntos (2 de noviembre), se prepara este rico potaje que se extiende por todo Ecuador, parte de Perú, Bolivia, el sur de Colombia y el norte de Argentina.
Un manjar del pueblo
Las calles de las ciudades y los pueblos huelen – al entrar noviembre – al aroma del hervido de hierbas que se alista para prepara “la morada”, aunque en regiones como Quito el deguste del manjar llega a niveles de competencia.
Por eso, el Municipio de Quito ha preparado varios festivales de la comida de difuntos, sobre todo la colada morada que se puede degustar en los mercados de alimentos de toda la ciudad.
Cecilia Loachamín, que vende comida en el Mercado Central, en el sector de La Marín, en el centro de Quito, es una de las finalistas del concurso municipal de la colada morada.
En su puesto, en la planta baja del edificio del Mercado Central, ella ofrece la colada morada con una “guagua” de pan por 1,75 dólares, un precio módico que su clientela agradece doblemente.
Ella dice que el “truco” para ser una de las mejores de la capital, es que su colada contiene todos los elementos que la receta tradicional exige.
Por eso escoge la mora fresca, al igual que la guayaba, la naranjilla y el babaco (frutos tropicales), pero principalmente elige el mejor mortiño, una especie de arándano de los páramos, muy ácido y el que da el color característico a la bebida.
Sin embargo, Cecilia relató a EFE que primero hace el hervido de hierbas andinas, a las que suma especies como clavo de olor, pimienta de dulce, canela y el “ishpingo”, una corteza en forma de sombrero que aporta un aroma único.
Además, “hago endulzar la piña”, añadió Cecilia que no duda en que su preparación será galardonada por el Municipio como una de las mejores de Quito, porque la aprendió a elaborar de su madre y ella de sus mayores, por lo que suma “casi un siglo de tradición”.
Su colada morada, que la ofrece en el Mercado Central desde hace 30 años, tiene casi un siglo de tradición entre su familia, comentó esta vendedora que, con modestia asegura que a la gente y a muchos turistas extranjeros les gusta su preparación, porque “está bien hechita”.
Un par de cuarta generación
Pero si de tradición se trata, las “guaguas” de pan de Manuela Cobo también merecen estar en el podio, ya que ella representa a la tercera generación de una familia especializada en esta elaboración. Su hija, que la acompaña siempre, representa la cuarta generación de la estirpe panadera.
Ella es propietaria de la tradicional “Panadería San Juan”, una famosa tienda por sus “quesadillas” de pan fino, una rica pasta que en esta época se rinde ante las “guaguas”.
Se prepara con “una masa muy rica y fina”, que antiguamente se amasaba con manteca de cerdo, pero que ahora usa mantequilla, señaló a Efe al recordar que ella conoció del oficio cuando su abuelo era quien elaboraba el pan.
A su tienda, situada en el populoso barrio de San Juan, llegan muchos extranjeros, algunos atraídos pro la fama que tienen sus “quesadillas” y también las “guaguas” de pan.
Por eso “tenemos mucho cuidado en la elaboración, que sea de calidad absoluta”, añadió Manuela que en esta época vende diariamente hasta unas 900 piezas de la tradicional figura.
Además, las manos mágicas de ella y sus colaboradoras, además del duro amasado, brindan el toque de elegancia a las “guaguas” de pan, que en conjunto crean un crisol de sabores, olores y colores.
Pero no sólo la colada morada y las “guaguas” de pan se consiguen en las tiendas, ya que muchas familias aún se reúnen para elaborar en casa el famoso fiambre del Día de difuntos.
Un día para comer con los muertos
Además, muchas comunidades indígenas recogen esta tradición pero, sobre todo, comulgan con otro ritual funerario: Preparan una variedad de comida para ir a brindar con sus muertos en las propias tumbas.
Por eso, en los cementerios, familias enteras se agolpan en torno a las sepulturas para extender manteles blancos y colocar la comida, con un sitio especial para que sus difuntos se sienten a disfrutar de los manjares que repetían en vida.
Esa costumbre no ha puesto fin a los rezos y lágrimas, pero muchas veces concluye con una amena tertulia con los muertos, a aquellos que suelen pedir consejo y ayuda y a los que incluso suelen llevar música.
EFE.