La ciencia y tecnología forense al rescate de un doble homicidio
En abril del año pasado el doble homicidio en una casa de calle Fitte al 1800 causó conmoción. Las víctimas resultaron ser dos jubilados y al cabo de algunas semanas el caso logró esclarecerse. La labor de la ciencia forense fue determinante. El autor recibió una sentencia perpetua.
Por Fernando del Rio
Lidia Corbo y Antonio García fueron asesinados con crueldad el 14 de abril de 2017. Sus cuerpos acuchillados por un criminal feroz yacieron dentro de su humilde casa de la calle Fitte hasta que el hijo de la mujer los descubrió en una de sus visitas. La casa revuelta, la sangre derramada alrededor de los cadáveres, una hornalla prendida desde la noche anterior. La camioneta faltante y el perro Mastín Napolitano sedado.
El brutal autor Brian “Chucky” Cano recibió cadena perpetua, pese a los distintos esfuerzos que desplegó por ocultar su calamidad y, aunque la labor investigativa tuvo su incidencia en la acusación, lo que terminó por confirmar su carácter de asesino despiadado fue la ciencia forense.
En tiempos en los que se cuestiona la capacidad de los profesionales al servicio de la resolución de delitos graves, el caso Corbo-García es una muestra de todo lo contrario. Una sagaz tarea científica hermanada con la asociación de pruebas e indicios y la responsable participación cívica de algunos testigos permitieron dos grandes hechos. El primero saber qué pasó con las víctimas. Quién, cómo y por qué, los interrogantes iniciales que, respondidos, proporcionan verdad. Y el segundo sacar de la sociedad por tiempo indefinido a Cano, un “psicópata desalmado” según palabras en tono técnico-espiritual de los peritos psiquiátricos.
El hecho, ampliamente conocido por su difusión en estas mismas páginas, se conoció en el mediodía del 15 de abril de 2017. Un hijo de Corbo llegó a la casa de Fitte al 1800 a visitar a su madre y a la pareja, Antonio García. Al abrir la puerta descubrió la tragedia.
Tras recibir el aviso, el personal de la comisaría decimosexta acudió al lugar y de inmediato perimetró la casa, para autorizar sólo el acceso al fiscal Alejandro Pellegrinelli y al grupo de peritos de la Policía Científica. Por entonces nada se sabía de lo ocurrido, por lo cual fue determinante el análisis de la escena del crimen.
El primer dato que se consignó fue la presencia algo atontada del gran Mastín Napolitano y el estado intacto de la puerta principal, sin signos de haber sido forzada y con la llave puesta del lado de adentro. La ciencia forense, a través de los peritos y médicos legales de la Policía Científica comandados en Mar del Plata por el comisario inspector Hernán Gacio, empezaron a desplegar sus recursos dentro de la humilde casa.
Dos gotas de sangre
Al analizar preliminarmente los cadáveres, se estableció que García -estaba más cerca de la puerta- había sido degollado. Tenía otras lesiones defensivas y un cercenamiento casi total del cuello producto de la utilización de un cuchillo de dos filos. Corbo, en cambio, presentaba más de 40 puñaladas, la mayoría en la nuca. También tenía cortes en su rostro, manos y dedos.
La casa estaba revuelta y los especialistas en rastros comenzaron a hacer anotaciones y revelar pruebas para conformar el acta de Levantamiento de Evidencias Físicas. Y hubo dos eventos que fueron calificados de importancia. Había dos salpicaduras de sangre de un goteo estático, identificado así por su redondez y sus micro-gotas satélites, una de ellas próxima al escritorio en el dormitorio principal y otra en un ambiente contiguo al baño de la vivienda junto a cajones abiertos y revueltos. Esas dos gotas fueron rotuladas como E1 y F1, y su gravitación se basaba en que parecía no estar en el recorrido que las víctimas podían haber hecho heridas. Además, las lesiones sufridas por la pareja jamás hubieran permitido un sangrado de ese tipo, tan mínimo y asilado.
Pero además las dos gotas E1 y F1 estaban en sitios de interés para el asesino. Se habían depositado cerca de donde alguien buscaría valores, como el dinero de ahorros o de una reciente venta de un automotor.
Al tiempo que los peritos trabajaban en la escena del crimen el fiscal Pellegrinelli recogió testimonios de los familiares de las víctimas y de algunos vecinos que señalaron a Cano y a un amigo suyo, “Beto”, como asiduos concurrentes a la casa. “Beto” era un ex convicto a quien la pareja le brindó alojamiento para que pudiera fijar un domicilio en la etapa posterior a su estadía en la cárcel. Cano era un amigo de “Beto”.
Los dos jóvenes conocían los movimientos de la pareja, se habían ganado la confianza incluso del perro y, al menos Cano, sabía que García acababa de vender un vehículo. El dinero de esa operación la pareja lo iba a invertir en comprar una casilla rodante para vender comida en las ferias regionales como forma de viajar y transcurrir esta última parte de sus vidas.
Sospechoso
Cano se erigió desde el mismo día del crimen, mientras los peritos recorrían la casa y los investigadores judiciales iniciaban su ronda de toma de declaraciones, en un personaje a tener en cuenta.
La autopsia realizada horas después arrojaría detalles de la mecánica de la muerte que acentuarían las sospechas sobre “Chuky”. Es que los médicos legales señalaron características de cortes muy específicas, propias de la mano entrenada. Y cano trabajaba en un frigorífico, faenando reses.
La señora Corbo había sufrido múltiples heridas de arma blanca en ambas manos, todas producidas por la misma arma de dos filos, lo que estableció que hubo lucha y defensa. Los cortes en la cara, en la parte posterior de la nuca y ambas manos fueron producidas con un elemento con punta y filo y “las encontradas a nivel cráneo encefálico fueron producidas por golpe con choque con objeto duro y romo en región fronto-temporal derecha y mecanismo de contragolpe en región temporal izquierda en el marco de una anestesia previa de Brouardel”. Esta acción tiende a disminuir la voluntad de la víctima a partir de la merma de su capacidad física.
Lo de García resultó en el degüello y una lesión en mano izquierda defensiva.
El primero en ser atacado fue él, esto surgió por dos cuestiones: porque estaba junto al ingreso y porque además Corbo presentó demasiada resistencia. De haber sido a la inversa la secuencia, el comienzo sorpresivo del ataque, el degüello habría sido perpetrado contra la mujer y el ataque más resistido contra él.
La habilidad y el tenor de los cortes se le podían atribuir a una persona diestra en esos menesteres. Pero sin duda la clave habría de estar depositada en los estudios de ADN, para lo cual era necesario tener a un sujeto con el cual comparar. Entonces entró a bascular el peso de la investigación de calle y diferentes testimonios confirmaron la ausencia repentina de Cano. Un par de elementos más justificaron su pedido de captura y algunos días más tarde Cano, encerrado por el avance de la pesquisa, se entregó.
Lo que observaron los médicos fue que Cano presentaba lesiones en sus manos y confirmaron que poseían al menos 10 días de evolución, un plazo que encajaba con el momento del crimen. Esas heridas podían ser la fuente de un goteo estático porque discurre lineal por los dedos hacia el piso.
La impronta o forma de la salpicadura tiene toda una clasificación en la ciencia forense. Precisamente una de las gotas mostraba forma circular, natural en una caída perpendicular y sin movimiento de traslado. La mancha suele ser redonda y a mayor altura es más grande e irregular y con pequeñas gotas alrededor. La morfología de las gotas halladas en la escena del crimen se correspondían con una caída libre desde una altura aproximada al metro, desde una mano.
El estudio de ADN fue realizado por la bioquímica Stella Maris Jaureguiberry, del Laboratorio de Genética Forense de la Policía Científica. Esta profesional es una de las que, a lo largo de los años, ha mantenido un trabajo eficiente y con bajísimos niveles de error, a diferencia de otros laboratorios casi descomprometidos con la suerte judicial de sus precarios informes.
Utilizó un kit comercial cono 16 marcadores autosómicos para cotejar la muestra indubitada (extraída de Cano tras la detención) y la evidencia (gota E1 y F1). El resultado fue indiscutible: total coincidencia. “Es seis trillones setecientos cincuenta mil millones de veces más probable que la sangre de las gotas sea de Cano que de una persona tomada al azar de la población de referencia”, concluyó la reconocida perito.
La suerte de Cano quedó absolutamente echada con la labor científica de laboratorio, más la observación de la escena del crimen y las referencias de testigos.
La camioneta
Cuatro días después de producido el doble homicidio la camioneta robada por Cano apareció incendiada en proximidades al predio del ex hipódromo.
El gabinete de Papiloscopía y Rastros se acercó al lugar y fue por lo que parecía un imposible: obtener algún rastro de una camioneta arruinada por el fuego. Sobre el esqueleto carbonizado de la camioneta, se enfocaron en los sitios de mayor probabilidad de impresión de huellas y finalmente en el parante exterior izquierdo del rodado dieron con un rastro papilar con valor identificatorio.
Se fueron de allí, de Salvador Vivas al 2200, con una huella para cotejar con la base de datos del sistema AFIS, nube digital donde están guardados los registros de personas con antecedentes penales. Así fue como dio una correspondencia con Luis Landoni, un hombre domiciliado a pocas cuadras del lugar del hallazgo.
Pellegrinelli pudo probar, por medio de otros testigos, que la camioneta había estado en el garaje de Landoni, en Deyacobbi al 2100 donde la guardó y de ese modo contribuyó a eliminar pruebas. Sin embargo, la ciencia llegó al rescate ante el accionar delictivo y proveyó a los investigadores de un dato científico de gran valor asociativo.
Dos gotas de sangre y una huella, suficientes para definir la suerte de los autores de un caso estremecedor.