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Cultura 4 de abril de 2016

Kenzaburo Oé (1935): Cómo sobrevivir a la locura

Por Dante Rafael Galdona

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El escritor japonés desnuda los cánones de la literatura, abunda en la belleza por contraste y se descarna a sí mismo en cada letra. Un baño de dolor ajeno lo inmuniza del propio. Busca sufrimiento, huye, encuentra paz.

Hacia el dolor

Escapar de uno mismo y al final de la huida encontrarse con lo mejor de sí. El derrotero de vida y la madurez literaria, en Kenzaburo Oé, confluyen para dar nacimiento al poeta que fue a enfrentar el dolor más profundo y abundante para intentar explicar el propio y, acaso, mitigarlo.
Kenzaburo Oé nació en una aldea de montaña llamada Ose, en una de las islas principales de Japón, Shikoku. Perteneciente a una familia de características endogámicas, su clan nunca salió de su aldea.
En ese pueblo, y en su familia en particular, era común que las mujeres narraran la historia vernácula adosándole características de mitos y leyendas. En épocas de su infancia, su aldea resultaba la contracara cultural del Japón imperial y en particular las mujeres de su familia tenían una ideología antinacionalista. Fueron su madre y su abuela quienes primero lo instruyeron en literatura occidental, sobre todo después de la muerte de su padre en la guerra.
Pero Kenzaburo, contrariamente a la costumbre familiar de no alejarse demasiado de su aldea, a los 18 años decidió instalarse en Tokio para estudiar la carrera de filosofía y letras, especializándose en literatura francesa. Rabelais sería un instrumento incipiente para vehiculizar el decir interior del Oé, en el humanismo del escritor francés y los relatos orales que había escuchado durante su infancia se sincretizan los trazos de sus primeras obras.
En sus épocas universitarias abraza las causas democráticas y se acerca a los movimientos de izquierda. Profundamente crítico del imperialismo, cualquiera sea su color político, es un referente del pacifismo, de los movimientos antinucleares y del ecologismo, causas por las que lucha incansablemente aún hoy, a sus 81 años.

La cuestión personal

Nació en 1935 y vivió toda su infancia y adolescencia en su aldea natal, su padre murió combatiendo para Japón durante la segunda guerra mundial.
Cuando decide viajar a Tokio para estudiar en la universidad, Hiroshima y Nagasaki eran un pasado cercano y doloroso, lugares que abrazaría tras la profunda crisis personal desencadenada por el nacimiento de su hijo deficiente mental.
Comienza a escribir varios cuentos de prolijo estilo pero en los que no logra encontrar su voz, más bien el grito, el aullido que dice todo el dolor y la hecatombe de Hiroshima, Nagasaki y todo el Japón de posguerra, que finalmente se escucharía nítidamene con su relato “La presa”, con el que gana el premio Akutagawa en 1958, el más importante de Japón.
El nacimiento de su primer hijo, en 1963, dispara a quemarropa su novela “Una cuestión personal” y cambia la orientación de su estilo literario.
Pero ese punto de inflexión en su obra no es casual, también lo es en su vida. No fue el cambio de paradigma mental que provoca cualquier nacimiento, sino el traumático suceso de haber dado vida a un niño con un tumor cerebral más grande que su propia cabeza y que, en opinión de los médicos, no tenía esperanza de vida y que de tenerla estaría condenado al padecimiento. Por tal motivo le recomendaron al matrimonio Oé dejar al niño en un lugar de acogida “a la espera de que dios se apiade de él”. Por suerta la religiosidad en Kenzaburo Oé no era algo tan lineal y esa frase tan vacua lo despierta del caos mental. La tenacidad, la esperanza y el amor absoluto no sólo salvaron al niño de la frialdad de la ciencia y la incompetencia de un dios improbable, sino que lo convirtieron en un prodigio musical. Hoy el hijo mayor de Kenzaburo Oé padece apenas un síndrome autista, lo que no le impide dar y recibir el amor de su familia y escribir bellísimas composiciones musicales, convirtiéndose él y su familia en ejemplo de resiliencia.

Cómo mostrar el monstruo interior

Es justamente “Una cuestión personal” es donde se narran los sentimientos encontrados que manipularon al autor a partir del nacimiento de su hijo. El sentimiento de huida y el dejar todo atrás, intentar borrar el pasado y escapar del sufrimiento propio haciendo una especie de borrón y cuenta nueva, la encrucijada moral que representa el despertar en medio del dolor y no tener la clave para tratarlo son los temas que se marcan en el espíritu de la obra. Kenzaburo Oé tiene la valentía de pocos seres humanos: describir las propias bajezas morales y mostrar al monstruo que habita en su ser.
Y así logra describir cada uno de los seres interiores que habitan en cada hombre.
En “La presa” relata el desconcierto de una apacible aldea rural en medio de la profunda crueldad de la guerra. El foco narrativo está puesto en las experiencias de un niño, quien atraviesa el sendero del crecimiento desilusión tras desilusión y madura tempranamente a través de la felonía de un amigo y un padre que lo exponen a la muerte.
Resulta evidente que su literatura, a partir de “Una cuestión pesonal”, recalaría de lleno en la relación con su hijo, y es donde Kenzaburo Oé encontraría su más profunda y poética manera de explicarse a sí mismo y a sus obsesiones filosóficas. Los ejemplos abundan en “Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura” y “Las aguas han inundado mi alma”.
En “Salto mortal”, abandona el tono autobiográfico y aventura una terrible historia intemporal donde una secta impone su idea del apocalipsis, líderes negativos de una sociedad alienada que deciden no esperar el fin del mundo sino ir a buscarlo. Un texto donde renueva con tono moderno y desprejuiciado la viejas y eternas preguntas sobre religión que aún se hace la humanidad.