Juan Villoro: “Si eres mexicano o argentino no hay nada más común que las crisis”
"Examen extraordinario" es el libro que recopila los cuentos de los últimos treinta años. Los seleccionó pensando en atmósferas diferentes.
Por Dolores Pruneda Paz
El libro “Examen extraordinario” reúne catorce cuentos escritos por el mexicano Juan Villoro en los últimos treinta años, dos de ellos inéditos, seleccionados por él mismo a partir de atmósferas y tonalidades que tuvieron como misión lograr “una recomposición emocional” de su escritura, “apelando a la sinceridad del recuerdo”.
“No he dejado de escribir cuentos y me pareció importante que una reunión de treinta años de trabajo mostrara lo que estoy haciendo ahora”, explica a Télam Villoro, el escritor y periodista de 64 años que en esta compilación dejó fuera sus dos primeros libros de cuentos. “Me parecían muy lejanos, pero tal vez fue un error, según me han dicho algunos lectores parece ser que no he cambiado tanto”, dice el autor que, entre otras cosas, fue agregado cultural de México en Berlín Oriental, antes de la caída del muro, docente en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y en la Fundación García Márquez de Nuevo Periodismo.
¿De qué trata ese examen extraordinario al que alude el título, entonces? En México se llama así a la última oportunidad de aprobar una materia. Pero como “nadie es buen crítico de sí mismo”, consigna Villoro, para quien examinarse a sí mismo “sería una práctica tan rara como la del médico que hiciera su propia autopsia”. Los relatos aquí reunidos, que incluyen los inéditos “Marea alta” y “Acapulco ¿verdad?”, fueron seleccionados más allá de una evaluación literaria.
El ganador del Premio Herralde de Novela 2004, con “El testigo”, eligió estos cuentos “por la fuerza con que llegaban al recuerdo y por la manera en que se combinaban en climas y atmósferas”.
“Seguramente influyó lo que alguien me haya dicho de algún cuento o la experiencia que tuve al leerlo en voz alta en determinado sitio, pero lo importante fue hacer una recomposición emocional de mi escritura, apelando a la sinceridad del recuerdo”, resume Villoro.
Crítico recurrente de las redes sociales y del uso de la información en medios digitales, ganó el Premio Internacional de Periodismo Rey de España, uno de los muchos reconocimientos que, en lo estrictamente literario, incluyen el José Donoso y el Manuel Rojas.
-“Examen extraordinario” implicó hurgar en tres décadas de escritura. ¿Qué te mostró ese espejo retrovisor mientras avanzabas en la aventura?
-Es curiosa la relación que uno tiene con su trabajo. Los mejores momentos ocurren cuando lo que escribiste parece dicho por otro. Ese desprendimiento, esa autonomía de la voz, le da un sentido diferente a lo que escribiste. La paradoja es que no te puedes sentir orgulloso de ese logro porque lo mejor que tiene es que parece ajeno. Al revisar textos, experimenté esa saludable extrañeza y, al mismo tiempo, recordé cosas que no están en el papel: las circunstancias en que escribí los relatos. Al releerme me dedico a recuperar el pasado. Leídos en clave privada, mis cuentos son salvoconductos de la memoria.
-¿Qué atmósferas fuiste priorizando?
-En los cuentos campea una ironía más o menos marcada y en todos aparecen las raras fisuras de lo cotidiano. Nada asombra tanto como lo común visto de otro modo. Los que están narrados en primera persona pretenden hacer una puesta en escena de la voz, buscando, no un lenguaje coloquial, sino posibilidades naturales del habla. Cuando se trabaja con la oralidad se suele calcar taquigráficamente los modos de hablar o se busca una reinvención completa: el desorbitado tono de un dictador, un obispo, un demente, un intelectual hiper-neurótico. Este segundo aspecto, las voces excesivas, me interesa mucho cuando escribo teatro (como en “Filosofía de vida”, que en Argentina protagonizó Alfredo Alcón), pero en el cuento me cautiva una zona intermedia que acaso sea una especie de aporía: la invención de una naturalidad.
-El libro abre con un interés muy actual, una suerte de abordaje de la perspectiva de género. ¿Por qué?
-Es una buena pregunta que no puedo responder. “Mariachi” pertenece a mi libro “Los culpables”, de 2007, y “Acapulco, ¿verdad?” es muy reciente y no había sido recogido en un libro, lo cual habla de un sostenido interés en la indefinición sexual y la crítica de los estereotipos. En México un mariachi es un símbolo de la identidad y me pareció interesante trabajar con un mariachi con crisis de identidad. Como la figura del charro cantor es un emblema de la masculinidad, me divirtió que esa crisis tuviera que ver con su sexualidad. Pero el relato de “Acapulco…” surgió de otra manera: algunas de las cosas más importantes que nos suceden en realidad no han sucedido, una de ellas es la oportunidad perdida en el amor. ¿Qué pasa cuando dos personas se reencuentran, muchos años después, y una de ellas cree que tuvieron un romance que en realidad no ocurrió? En “Acapulco” el hombre es en su juventud hermoso, vano, carismático, exitoso, una especie de “hombre trofeo” para una chica superficial. Lo interesante, para mí, es que el relato está contado por una mujer mucho más inteligente que él, que lo amó en su juventud por las razones idiotas por las que a veces ama la gente inteligente; en el reencuentro, ella le brinda a su antiguo galán otra forma del amor: una mentira piadosa, o la aceptación de la mentira en la que él vive inmerso. El trasfondo me parece tan importante como la relación: Acapulco como paraíso degradado, un romance convertido en parodia del atractivo.
-¿Cuánto cuesta esta deconstrucción de género, qué generaciones podrán llevarla ya puesta en el cuerpo?
-Mi hija Inés tiene 21 años y espero que su generación llegue a un clima de auténtica equidad. Desde el punto de vista discursivo esa batalla ya se ganó en muchos circuitos y está en la mente de alguien como Inés. Pero falta mucho para que eso sea una auténtica realidad. México sigue siendo un país de feminicidios, acoso, abusos de todo tipo. En el metro hay un vagón rosa al que sólo pueden subir mujeres y niños. Se trata de un avance muy relativo: lo decisivo sería que ese vagón no fuera necesario.
-¿Descubriste algo nuevo en esos cuentos cuando los releíste?
-Mi relación con la relectura es la de un zombie. En realidad no estoy ahí sino en otro sitio, me veo en el momento en que escribí, recuerdo alguna dificultad: cuando llegó el gas, interrumpí la escritura y se me escapó la frase maravillosa que tenía en mente. De pronto, como decía al principio de esta charla, reparo en algo que me parece ajeno y me sorprendo. Es un momento zombie: el texto tiene algo póstumo, independiente de mí. Hay que desconfiar de los poetas que se saben su obra entera de memoria y de los narradores que están felices de haberse conocido a sí mismos.
-¿Cómo es eso?
-La conformidad con lo que haces es una señal de muerte, sobran motivos para preservar la inseguridad: el más importante es interior. Las historias que me interesan me desconciertan siempre, pueden tener una superficie normal, aparentemente controlada, pero algo las inquieta. En el “El día que fui normal”, por ejemplo, una mujer se recuerda a sí misma de niña, el episodio es bastante común pero acaba convertido en una historia de un doble que también es un fantasma. En rigor, sólo pienso literariamente durante el acto físico de escribir.
-¿Cuál es el valor de la incertidumbre?
-El cuento surge de una averiguación en el papel, o la pantalla, y, naturalmente, el proceso es incierto. Por otro lado, el entorno también contribuye a la incertidumbre. Si eres mexicano o argentino no hay nada más común que las crisis; nuestros anticuerpos están hechos de desastres, el sobresalto está garantizado. La pandemia se enmarca en este contexto y trajo novedades. Cada tanto, un terremoto destruye mi ciudad. Conocemos el dramatismo de lo intenso y la pandemia nos llevó al dramatismo extenso, sin final a la vista, una espera y un aislamiento nuevos para un pueblo impaciente y gregario.
-“El principal combustible del arte es la inseguridad”, decís en el prólogo. ¿En qué tipo de estación de servicio te colocó este 2021?
-La estación de servicio de la inseguridad brinda gasolina en todas partes. Un amigo científico me dijo: “Desde el punto de vista de la física cuántica, la incertidumbre no es otra cosa que la realidad”.