“Juan Casi Domingo”: por la memoria de aquellos años tan violentos
La primera parte de una novela de Juan José Lakonich.
Por Jorge Dietsch
Hace un tiempo, comentando un libro de Eduardo Balestena (“Cita en Lasal del Varador”), recordé un poema de Horacio Castillo. Es un breve pero intenso poema, que dice lo siguiente:
“Hemos sido mucho tiempo prisioneros de los conceptos.
Demasiados han muerto por una palabra,
o menos, por su sombra,
para seguir haciéndolo.
Seamos más honestos: luchamos, sí,
pero apenas por un poco más de luz,
la dignidad de haberlo intentado”
Y ahora, después de haber leído la novela de Juan José Lakonich, lo recuerdo nuevamente. Porque creo que representa a una generación, la de los que ahora pasamos los sesenta años. La de los desaparecidos, la de las Madres y Abuelas de la Plaza, la de los exiliados de afuera y de adentro.
Emociona cada vez que se lee, porque fue así: “Apenas por un poco más de luz” y de lo que muchas veces uno siente que sólo ha quedado eso, “la dignidad de haberlo intentado”.
Hace muchos años leí un artículo de Mario Vargas Llosa que, si mal no recuerdo, se titulaba “La verdad de las mentiras”. El decía en ese artículo que podía haber más de verdad, incluso histórica, en la ficción que en la mera descripción de la realidad, porque la ficción permite profundizar en aspectos que la historia por lo general no lo hace.
Muchos años más tarde lo publicó en libro con ese título o parecido. Vargas Llosa, que dice más verdad en sus libros de ficción que en sus discursos políticos, sabía bien de lo que hablaba. Él también sabe que de él, algo quedará de lo que escribió, y nada de lo que dijo.
Muchas veces pensé que, si quiero conocer cómo era París en el siglo XIX, más que un libro de historia deberíamos leer “Los Miserables” de Víctor Hugo. Se podrían llenar varias páginas con ejemplos así.
Del mismo Vargas Llosa, pienso ahora en “El sueño del Celta” y sólo allí podríamos tomar conciencia de la explotación de los esclavos del caucho en el Congo y en Perú.
Por eso esta ficción de Lakonich. Porque con su obra volvemos a recordar, nunca tan precisa esta palabra, volvemos a pasar por el corazón y por la memoria, no sin dolor, aquellos años tan violentos y confusos que vivimos los argentinos. Aquellos años en que los jóvenes “queríamos cambiar el mundo, y hoy debemos conformarnos tan sólo con asfaltar algunas calles”, según dijo con claridad el uruguayo Pepe Mujica.
El libro de Juan José se lee con una lágrima en el corazón, pero no se puede dejar de leer. Porque su lenguaje es claro, porque su estructura es sólida, y porque, si bien está narrado en tercera persona, lo hace tan cerca de su protagonista que se aproxima al monólogo interior, sin serlo.
Y algunos de los personajes tienen su nombre real, otros son ficticios pero fácilmente identificables, y otros son creaciones del autor, aunque esas creaciones hayan existido.
El autor promete una saga que se continuará antes de fin de año. La esperaremos con verdadero entusiasmo.
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