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Cultura 11 de diciembre de 2024

Itinerarios de lectura: réquiem para una época perdida

Nomi Pendzik recuerda, con dulce nostalgia, a Beth, una de las hermanas de 'Mujercitas', la inolvidable novela de L. M. Alcott, y añora un tiempo que ya no volverá.

Louisa May Alcott.

Por Nomi Pendzik (*)

A una colega le asignaron para evaluar una tesis sobre ‘Mujercitas’, de L. M. Alcott, y recuerdo que nos sorprendió gratamente el título del trabajo, que era algo así como “Todas quisimos ser Josephine March”. Es cierto: en mis tiempos, todas nos identificamos con Jo, por su creatividad, su desparpajo, su franqueza, su independencia. Jo es la rebelde escritora que triunfa pese a los obstáculos que impone su época. Pero también, secretamente, nos hubiera gustado ser la tierna Beth, la tercera hermana, modelo de virtud y entrega.

En el primer capítulo se la presenta así: “Elizabeth o Beth tenía unos trece años; su cara era rosada, el pelo liso y los ojos claros; había cierta timidez en el ademán y en la voz; y una expresión llena de paz, que rara vez se turbaba. Su padre la llamaba ‘Pequeña Tranquilidad’, y el nombre era muy adecuado, porque parecía vivir en un mundo feliz, su propio reino, del cual no salía sino para encontrar a los pocos a quienes amaba y respetaba”. El narrador la califica como “el ratoncito de la familia”, con lo cual completa la imagen de una niña callada y servicial, siempre activa, atenta y apacible. Los adjetivos que se le aplican insisten en esos aspectos: pacificadora, serena, tímida, dulce, resignada a su suerte. Desde el comienzo se ha establecido que ella es así, y ninguna adversidad la hará cambiar.

Beth se presenta como la niña generosa, desinteresada, modosa —de bajo perfil, diríamos hoy—, modelo de comportamiento de una chica según el canon de conducta de una familia creyente y estadounidense de mediados del siglo XIX. Sus anécdotas siempre resultan aleccionadoras; rara vez se enoja o se pone mal. Y cuando llora —a escondidas—, o bien llora por los demás, o bien por miedo a hacerles daño a los demás, como cuando enferma de escarlatina y su mayor temor es contagiar a otros.

Quizás, en un principio, Alcott imaginaba para ella cierto futuro relacionado con la música —Beth tocaba muy bien el piano—, pero la extrema timidez del personaje, por la cual ni siquiera iba a la escuela, y su bondad casi sobrehumana la desterraban de todo contacto social y, por lo tanto, de cualquier posible conflicto interesante para hacer avanzar la historia. Su función principal parecería ser, entonces, en algunos capítulos de la primera parte de la novela, establecer un contraste entre su generosidad ilimitada y la vanidad, la desidia, la flaqueza o el egoísmo de sus hermanas. En la segunda parte, una vez superado el tema de la Guerra Civil, y ya establecido que la pobreza de los March no es tan extrema como para arruinarles la vida, es Beth quien aporta el toque trágico a la trama.

Si Jo era nuestro ideal para el futuro, Beth era nuestro modelo de comportamiento…, hasta que supimos lo que le pasaba. Su muerte —leí el libro por primera vez a los once o doce años— ha sido uno de los momentos más tristes de mi vida. No sólo porque me había encariñado con los personajes de ‘Mujercitas’, y los quería como a amigos de carne y hueso; es decir, no sólo por cuestiones de identificación o empatía. Con la muerte de Beth, entró para mí la muerte en la literatura. ¡Qué horror, qué injusticia! Un personaje tan querible, un alma tan joven, tan dulce y perfecta, se moría después de grandes sufrimientos, y no había nada que los lectores pudiéramos hacer para impedirlo. Hoy aplaudo a Alcott: hay que saber escribir esas duras escenas, y también aportar consuelo a personajes y lectores.

Ahora veo que en eso también ‘Mujercitas’ es un modelo. Una novela que, pese a la distancia temporal, logra que el lector sienta que está viviendo, sufriendo con los personajes, conversando con ellos.

Y cada vez que la releo siento una dulce nostalgia. Y no sólo por el recuerdo de mi infancia en aquellas primeras lecturas. Es nostalgia por esos tiempos en que hasta las chicas más rebeldes valoraban las grandes virtudes y las pequeñas conquistas cotidianas. Tiempos en que era importante para todos amar al prójimo como a uno mismo, creer en el futuro y cultivar la fe, el arte y la esperanza. Tiempos que ya no volverán.

***

‘Mujercitas’ (fragmento del comienzo) de Louisa May Alcott
(Fuente: https://freeditorial.com/es/books/mujercitas/readonline)

—Navidad no será Navidad sin regalos —murmuró Jo, tendida sobre la alfombra. —¡Es tan triste ser pobre! —suspiró Meg mirando su vestido viejo.
—No me parece justo que algunas muchachas tengan tantas cosas bonitas, y otras nada —añadió la pequeña Amy con gesto displicente.
—Tendremos a papá y a mamá y a nosotras mismas —dijo Beth alegremente desde su rincón.
Las cuatro caras jóvenes, sobre las cuales se reflejaba la luz del fuego de la chimenea, se iluminaron al oír las animosas palabras; pero volvieron a ensombrecerse cuando Jo dijo tristemente:
—No tenemos aquí a papá, ni lo tendremos por mucho tiempo.
No dijo “tal vez nunca”, pero cada una lo añadió silenciosamente para sí, pensando en el padre, tan lejos, donde se libraba la guerra civil.
Nadie habló durante un minuto; después dijo Meg con diferente tono:
—Saben que la razón por la que mamá propuso que no hubiera regalos esta Navidad fue porque el invierno va a ser duro para todo el mundo, y piensa que no debemos gastar dinero en gustos mientras nuestros hombres sufren tanto en el frente. No podemos ayudar mucho, pero sí hacer pequeños sacrificios y debemos hacerlos alegremente. Aunque temo que yo no los haga —y Meg sacudió la cabeza al pensar arrepentida en todas las cosas que deseaba.
—Pienso que el poco dinero que gastaríamos no ayudaría mucho. Tenemos un peso cada una, y el ejército no se beneficiaría mucho si le diéramos tan poco dinero. Estoy conforme con no recibir nada ni de mamá ni de ustedes, pero deseo comprar Undine y Sintran para mí. ¡Lo he deseado por tanto tiempo! —dijo Jo, que era un ratón de biblioteca.
—He decidido gastar el mío en música nueva —dijo Beth suspirando, aunque nadie la oyó excepto la escobilla del fogón y el asa de la caldera.
—Me compraré una cajita de lápices de dibujo; verdaderamente los necesito —anunció Amy con decisión.
—Mamá no ha dicho nada de nuestro propio dinero, y no desearía que renunciáramos a todo. Compremos cada una lo que deseamos y tengamos algo de diversión; me parece que trabajamos como unas negras para ganarlo — exclamó Jo examinando los tacones de sus botas con aire resignado.
—Yo sé que lo hago dando lecciones a esos niños terribles casi todo el día, cuando deseo mucho divertirme en casa —dijo Meg quejosa.
—No hace la mitad de lo que yo hago —repuso Jo—. ¿Qué te parecería a ti estar encarcelada por horas enteras en compañía de una señora vieja, nerviosa y caprichosa, que te tiene corriendo de acá para allá, no está jamás contenta y te fastidia de tal modo que te entran ganas de saltar por la ventana o darle una bofetada?
—Es malo quejarse, pero a mí me parece que fregar platos y arreglar la casa es el trabajo más desagradable del mundo. Me irrita y me pone tan ásperas y tiesas las manos que no puedo tocar bien el piano —y Beth las miró con tal suspiro, que cualquiera pudo oír esta vez.
—No creo que ninguna de ustedes sufra como yo —gritó Amy—; porque no tienen que ir a la escuela con muchachas impertinentes, que las atormentan si no llevan la lección bien preparada, se ríen de nuestros vestidos, difaman a nuestro padre porque no es rico y nos insultan porque no tienen la nariz bonita.
—Si quieres decir difamar dilo así, aunque mejor sería no usar palabras altisonantes —dijo Jo, riéndose.
—Yo sé lo que quiero decir, y no hay que criticarme tanto. Es bueno usar palabras escogidas para mejorar el vocabulario —respondió solemnemente Amy. —No disputen, niñas: ¿no te gustaría que tuviésemos el dinero que perdió papá cuando éramos pequeñas, Jo? ¡Ay de mí!, ¡qué felices y buenas seríamos si no tuviésemos necesidades! —dijo Meg, que podía recordar un tiempo en que la familia había vivido con holgura.
—Has dicho el otro día que, en tu opinión, éramos más felices que los niños King, porque ellos no hacían más que reñir y quejarse continuamente a pesar de su dinero.
—Es verdad, Beth; bueno, creo que lo somos, porque, si tenemos que trabajar, nos divertimos al hacerlo, y formamos una cuadrilla muy alegre, según Jo.
—¡Jo habla en una jerga tan chocante! —observó Amy, echando una mirada crítica hacia la larga figura tendida sobre la alfombra.
Jo se levantó de un salto, metió las manos en los bolsillos del delantal y se puso a silbar. (…)
Como nuestros lectores jóvenes querrán formarse una idea del aspecto de nuestras heroínas, aprovecharemos para trazar un dibujo de las cuatro hermanas ocupadas en hacer calceta en un crepúsculo de diciembre, mientras fuera caía silenciosamente la nieve y dentro de la casa chisporroteaba alegremente el fuego. El cuarto era agradable, aunque la alfombra estaba algo descolorida y los muebles eran de una simplicidad severa; buenos cuadros colgaban de las paredes, en los estantes había libros, florecían crisantemos y rosas de Navidad en las ventanas, y por toda la casa flotaba una atmósfera de paz.


(*) Para leer las anteriores notas de la columna “Itinerarios de lectura” de Nomi Pendzik, hacer clic acá.