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Deportes 16 de marzo de 2020

Irremediables

Si desde el punto de vista organizativo el fútbol argentino ha vivido en estado de dislate crónico, habría significado un pecado de candidez liso y llano imaginar que ante los sucesos de más por saber primarían la comunión de esfuerzos y el sentido común, por qué no la grandeza.

Ante circunstancias excepcionales, respuestas excepcionales: de ahí, por ejemplo, han emanado decisiones de Estado con las que se puede ejercer el derecho del beneficio de inventario, del añadido y del matiz, pero jamás el de la oposición.

El Covid-19 es una cepa novedosa, sin vacuna aún y por tanto de neutralización de una complejidad inusitada.

Pero el fútbol argentino, para el caso entendido como lo que se expresa y emana de quienes lo dirigen y sus protagonistas directos, aún en circunstancias tan delicadas se obstina en declinar el camino de la cohesión y la simplicidad y más bien reverbera en su viejo hábito de fragmentación sospechada de interesada.

Para muestra el botón de la primera fecha de la Copa de la Superliga todavía en curso: lo establecido por el presidente de la AFA (Claudio ‘Chiqui’ Tapia) con el aval de los clubes en general y con el aval del secretario general del gremio de los futbolistas (Sergio Marchi), fue puesto de entredicho a las pocas horas por actores variopintos, tales como jugadores, entrenadores de clubes diversos y de River en su conjunto con su reclamo de cancelación inmediata.

“Cómo será la cañada que el chancho la cruza al trote”, reza el saber popular: ¡hasta el propio Diego Maradona salió a apoyar la postura de River!

Es que, en rigor, el fútbol no da para mantenerse al margen del gran y serio ‘intríngulis’ de estas horas (¿prevención o sobre adaptación?) ,dicho lo cual, cabe que sea subrayado, tampoco deja de ser patética su acentuada tendencia al cada quien atiende su juego.

Desde el Gimnasia-Banfield del viernes pasado, cuya realización estuvo en duda hasta último momento, hasta la hora de ser escritas estas líneas, más de lo mismo en términos de una confusión que siempre estuvo clarísima: River y su unilateral iniciativa de no presentarse a jugar con Atlético Tucumán y su tácito abogar por la adhesión de otros clubes, un eco institucional tan heterogéneo como el de los jugadores y entrenadores que se manifestaron a título personal, más la elocuente amenaza de Marcelo Tinelli en su condición de mandamás de la Superliga Argentina de Fútbol.

Un indigesto cóctel, en fin, en el que coexisten buenas y no tan buenas intenciones, abiertas y sordas luchas por el poder, hipótesis y verdades más o menos sólidas o débiles, falacias, fundadas objeciones como la de Iván Pillud (“tiene que haber una decisión antes de la gente de la Superliga, es una vergüenza”), apresuramientos y otras yerbas.

En este contexto, a horas de una reunión entre los actores del fútbol, que se supone abarcadora y superadora, el presidente de la Nación dijo que no ve con malos ojos la continuidad del fútbol oficial, siempre y cuando sea sin público y ponderó la posibilidad de que pasen los partidos por televisión abierta.

¿Será el universo del fútbol argentino, al menos por una vez, capaz de despacharse con la saludable mutación de incorregible a plausible?

Télam.