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Opinión 8 de junio de 2019

Internet y su potencialidad educativa

Imagen: Datafloq

Por Gustavo de Elorza Feldborg (*)

Hablar de “territorio” nos remite, indefectiblemente, a imágenes de mapas, fronteras, límites, topografías, enraizamiento, estabilidad y espacialidad definida. Así concebido, estaríamos frente al territorio de los geógrafos. No obstante, desde finales del siglo XX, asistimos a un fenómeno complejo que de alguna manera abrió las fronteras y los límites y los volvió permeables y provisorios.

El territorio, en este nuevo sentido, se relaciona con una base sobre la cual se desarrollan las relaciones sociales. Territorio pasa a ser un concepto que trasciende lo espacial y se nutre de lo relacional. En este sentido es que preferimos hablar de “territorios educativos” a “escenarios educativos” o “espacios educativos”.

Utilizamos el concepto de territorio en la consciencia de este plus de sentido deleuziano. No se podría haber dado este cambio de no haber mediado un cambio de paradigma drástico, al pasar de la modernidad a la postmodernidad y de no haber mediado una revolución como la que produjeron las nuevas tecnologías.

La postmodernidad es una condición de la cultura (Lyotard, 1987), más que un tiempo posterior a la modernidad. Es un talante, una edad dominada por el saber, el conocimiento y la información, cuya característica especial es el fin de los metarrelatos, la caducidad de las explicaciones omnicomprensivas y definitivas. La transitoriedad, fragilidad y fugacidad del saber permite una movilidad y dinamismo nunca antes visto.

La fragmentación, el giro babélico, no es una circunstancia negativa sino altamente positiva, puesto que abre la puerta al cambio y a lo nuevo. La búsqueda de lo homogéneo es sustituida por la apertura a lo diverso y plural y a las nuevas configuraciones. Las palabras con las que se puede describir mejor el sentido de esta época son: deconstrucción, descentración, diseminación, discontinuidad, dispersión.

En este sentido, y no otro, es que hablamos de “nuevos territorios” del saber, del enseñar y del aprender. Comprendiendo que estos territorios no son definitivos sino siempre abiertos e inacabados.

La irrupción de las llamadas nuevas tecnologías acelera el proceso de cambio de dichos territorios, deconstruyendo los antiguos y más: obligándolos a que estén en constante deconstrucción.

La emergencia del ciberespacio no significa en absoluto que «todo» es finalmente accesible, sino más bien que el todo está definitivamente fuera de alcance.

¿Qué salvar del diluvio? Pensar que podríamos construir un arca conteniendo «lo principal» sería justamente ceder a la ilusión de la totalidad. Todos necesitamos instituciones, comunidades, grupos humanos, individuos, construir sentidos, proveernos de zonas de familiaridad, controlar el caos ambiental.

Pero, por una parte, cada uno debe reconstruir totalidades parciales a su manera, según sus propios criterios de pertinencia. Por otra parte, esas zonas de significación apropiadas tendrán forzosamente que ser móviles, cambiantes, en devenir. Tanto es así que la imagen de la gran arca hemos de sustituirla por la de una flotilla de pequeñas arcas, barcas o sampanes, una miríada de pequeñas totalidades, diferentes, abiertas y provisionales, segregadas por filtrado activo, perpetuamente reemprendido por los colectivos inteligentes que se cruzan, se llaman, se chocan o se mezclan sobre las grandes aguas del diluvio informacional. (Levy. P. 134)

En efecto, el concepto mismo de red de redes (internet), trae consigo las ideas de fluidez, movimiento e interconexiones. Los nuevos territorios así conformados por el uso de la red en el ciberespacio están atravesados por vectores siempre cambiantes y en expansión. En palabras de Deleuze y Guattari, estos territorios provocan continuamente un movimiento de desterrirorialización y reterritorialización a través de sus líneas de fuga.

El ciberespacio es un dispositivo comunitario de interacción a nivel global. Es un medio de comunicación, una red que emerge de la interconexión mundial de las computadoras. “El término designa no solamente la infraestructura material de la comunicación numérica, sino también el oceánico universo de informaciones que contiene, así como los seres humanos que navegan por él y lo alimentan”. Mientras que el territorio en su acepción original remite a límites, centro y periferia, y está organizado por un sistema de proximidades físicas, en el ciberespacio -este nuevo territorio de la virtualidad- cada punto está presente a la vez en cualquier otro, co-presente, y los desplazamientos pueden hacerse a la velocidad de la luz. (Lévy, 2007).

En este contexto, hablar de “realidad virtual” es -por lo menos- una aporía que es necesario remarcar. “Virtualidad”, en un sentido filosófico aristotélico, hace referencia a lo que no es, pero va a ser (o puede ser). El espacio virtual, preñado de todo lo que es, de todo lo que puede ser y de todo lo que será, es un no lugar y un lugar a la vez. Un territorio siempre cambiante que se desterritorializa y reterritorializa permanentemente, actualizándose.

La red de relaciones que es el ciberespacio no está asociada a lugares geográficos ni a tiempos coincidentes. El territorio, entonces, es un campo de vectores que interactúan y generan otros vectores. Esos vectores siempre en movimiento están en un equilibrio dinámico y homeostático hasta que aparece una línea de fuga y abre una brecha en el territorio (desterritorialización), para luego generar una nueva asociación y un nuevo equilibrio, la reterritorialización.

El filósofo italiano Gianni Vattimo habló del “pensamiento débil”, que es el que no posee ni tolera la pretensión de discurso totalizante, de explicación obturada o clausurada. El pensamiento débil está abierto a la duda y a la sospecha. El pensamiento débil es crítico y acepta su provisionalidad. Por eso mismo es prolífico y multiforme, siempre dispuesto a cambiar y a moverse hacia adelante o hacia atrás, sin estar condicionado por la idea tradicional de “progreso”.

Si los docentes enseñan metarrelatos, transmiten una idea -o varias- que circulan en paquetes cerrados y son recibidas sin discusión. Si los docentes se sitúan en esta territorialidad de la que hablamos, entregarán pensamientos débiles, enseñarán a pensar críticamente y estarán dispuestos a pensarse críticamente a la luz de lo nuevo.

La utilización de las nuevas tecnologías en educación es en sí misma una opción por la línea de fuga en detrimento del territorio establecido. Es una apertura al cambio. Una disposición a desconfigurar el territorio, todos los territorios, para acceder a la novedad de otro.

(*) El autor es profesor e investigador universitario y especialista en Educación y Nuevas Tecnologías.



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