Humberto Costantini, el arte y el compromiso personal
Hace cien años nacía el escritor que fue tan respetado por la calidad literaria de sus textos como por su compromiso político. Exiliado en México durante la dictadura, escapó de esa larga noche de la que no pudieron muchos de sus amigos y colegas, como Haroldo Conti, entre un sinfín de escritores de su círculo. A su regreso al país, tuvo tiempo de escribir algunas obras más antes de que el cáncer lograra lo que la dictadura no pudo.
Por Dante Galdona
En abril de este año se cumplieron cien años del nacimiento del escritor Humberto Costantini, alguien que hizo de la militancia política un modo de vida. Sin embargo, sus obras no fueron objetos de difusión de su ideología sino textos de alta calidad artística independiente.
Fallecido en 1987 tras un cáncer que a pesar de su prepotencia no le impidió escribir hasta el último día de vida. “Atornillado a la silla” tecleó las últimas palabras del inconcluso tercer tomo de la novela Rapsodia de Raquel Liberman.
Refiere Abelardo Castillo en su célebre Ser escritor que cierta vez en que Costantini se encontraba dando una charla, un ignoto asistente se jactó de ser un “escritor comprometido”. La respuesta de Cacho, así lo llamaban sus amigos, no tardó en llegar con precisa ironía: “¿Y por qué no se casa? Se vive mucho más tranquilo”. Una sentencia fuerte de por sí, pero que en boca de Costantini, un comprometido inobjetable, adquiere carácter de fulminante.
Es que compromiso político y artístico no siempre concilian. Mejor dicho, el compromiso de un escritor se supone hacia sus textos, hacia el hecho artístico; más allá de eso está la persona que escribe y que, además de escribir, es hijo, padre, amigo, vecino, militante, comprometido también pero en carriles que no necesaria ni obligatoriamente deberían cruzarse.
Claro que toda visión del mundo llega a los textos de un escritor, el problema es cuando los textos se apoderan de esa visión y conforman un panfleto.
Y lejos del panfleto está la literatura de Costantini, la cual no por eso deja de tener un profundo contenido social y político.
Fue veterinario y ejerció esa profesión en el partido de Lobería, actividad que no ejercería con continuidad y que alternaría con otras muy diversas. El oficio que sí sería una constante en su vida sería el de escritor. Cuentista, novelista, poeta, dramaturgo, incursionó en todos los géneros.
Se exilió en México una vez instaurada la dictadura de 1976 y desde allí escribió parte de su obra, entre ellas la que resultó premio Casa de las Américas De dioses, hombrecitos y policías. Regresó a Argentina hacia el advenimiento de la democracia y escribió La larga noche de Francisco Sanctis, editada en 1984 y llevada al cine en el año 2016 por Francisco Márquez y Andrea Testa.
Es una gran noticia que en el siglo 21 se lo rescate. En el año 2008, Capital Intelectual editó El cielo entre los durmientes y otros cuentos, con prólogo de Abelardo Castillo, un libro que sorprende por la simplicidad de las historias narradas, por el registro justo de cada texto y sobre todo por su precisión como dialoguista. Prueba de esa destreza en el oficio es el cuento que abre el libro, Entrevista, en donde el narrador es casi un ausente acotador. Un diálogo entre Dios y un hombre, quien en vida se consideró importante y que acaba de morir. Cuatro puntos establece Dios que el hombre debe superar satisfactoriamente en esa entrevista.
Además del cuento que lleva el título del libro aparecen Entrevista; Un bombo que suena lejos; Don Iudá; De qué te reís; Diálogo con un tal Burjer; Esa niebla lejana, inalcanzable; Un molesto ruidito a sus espaldas; En el principio; Una cajita dentro de un cuaderno y Aquí llamando.
Sin dudas, Háblenme de Funes es su libro insignia, volumen que tiene los relatos, o novelas breves, Amarillo sol, amarillo pétalo, amarillo flamante, amarillo poema y Fichas.
Los cuentos Aquí llamando y El 42 y las lentejuelas dan cuenta de la prodigiosa versión de la realidad social que el escritor alcanzaba. El primero de ellos, un texto narrado en primera persona testigo cuenta la historia de un vagabundo que es tomado por loco y que parece transmitir algún mensaje a un receptor desconocido, en un código indescifrable, a través de un dispositivo creado por él mismo y que se afana en perfeccionar. El narrador testigo se involucra cada vez más en la faena pero nunca hace un contacto explícito. Al correr de las líneas vemos ese acercamiento desde lo más profundo de lo humano. ¿Un llamado a comprender al prójimo?
En el segundo, la creación de un corbatín para colectivos es el vehículo para comprender la dificultad y la belleza de la producción artística. Un aprendiz y su maestro van y vienen, dialogan, forman un dueto en el que la majestuosidad no tiene lugar. El simple hecho de crear una pieza que va a ser adorno en un colectivo de línea es, también, una pieza de arte capaz de templar a un artista.
Es un cuento en el que también queda en evidencia la sensibilidad de Costantini para captar el registro de los personajes: “porque los colectiveros tienen guita”, dice uno de ellos y coloca al lector en el lugar desde el que debe leer la historia, esa historia de un avezado artesano y su aprendiz, pobres, pero artistas al fin.
Háblenme de Funes, también llevada al cine, es sin duda el cuento que marca la capacidad técnica infinita de Costantini como narrador. Bajo una estructura polifónica, el relato se centra en un misterioso músico que se suma a una orquesta de tango y que, tras las presentaciones adquiere mayor preponderancia tanto arriba como abajo del escenario, donde las mujeres lo convierten en un trofeo que se reparten entre todas. Existe la ausencia total de lo que el lector asume como una especie de investigador, porque enseguida sabemos que ha ocurrido una muerte, y a quien todos los protagonistas se dirigen en su alocución pero que nunca aparece en su propia voz. Al igual que Funes, a quién sí los personajes nombran, al investigador se lo infiere a través de un relato en segunda persona, voz que sirve al texto para involucrar al lector, dando la impresión de que a él es a quien le hablan los personajes.
Cada monólogo es tejido por Costantini como una pieza de relojería, sin puntos, con una cadencia que precipita al lector hacia el final. En cada relectura de Háblenme de Funes el lector encontrará una y otra vez la justificación de todos y cada uno de los elementos narrativos.
Además de los libros nombrados en este artículo, componen su bibliografía los volúmenes de cuentos De por aquí nomás; Un señor alto, rubio, de bigotes; Una vieja historia de caminantes; Bandeo; En la noche. En poesía: Cuestiones con la vida; Libro de Trelew; Más cuestiones con la vida. Y en teatro: Tres monólogos; Una pipa larga, larga, con cabeza de jabalí; y Chau, Pericles.
Costantini, un escritor para leer hasta la última letra.