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CulturaInterés general 13 de agosto de 2023

Hugo Lerner: “El poliamor es un modelo neoliberal de la pareja”

El médico psiquiatra y Premio Konex 2016 habla sobre su último libro, "Amor: un enigma radical", en el que compiló textos de diversos especialistas en psicoanálisis para revisar este concepto y sus transformaciones desde el Romanticismo hasta los tiempos digitales. Las diferencias con el amor romántico, el poliamor, el ghosting, Tinder y Grindr son algunos de los temas analizados por Lerner.

Por Ezequiel Mario Martínez

Hugo Lerner es médico psiquiatra y psicoanalista, profesor invitado de posgrado en diversas universidades nacionales y extranjeras y miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Por su larga trayectoria, ha recibido en 2016 el Premio Konex al Mérito en Psicoanálisis.

Es autor y compilador de obras como “Psicoanálisis: cambios y permanencias”, “Adolescencias: trayectorias turbulentas”, “Los sufrimientos. 10 psicoanalistas-10 enfoques”, “De pánicos y furias. La clínica del desborde”. Y este año publicó “Amor: un enigma radical”, por Lugar Editorial, en el que Lerner compila ensayos de diversos especialistas en psicoanálisis sobre este concepto que ha sufrido modificaciones a lo largo del tiempo, en consonancia con las transformaciones de la subjetividad.

-¿Por qué el amor es un enigma radical?

-Como plantea el diccionario, la palabra enigmático aplica para el amor en tanto es un suceso o comportamiento que no se alcanzan a comprender o que difícilmente puede entenderse o interpretarse. Muchas veces es complejo comprender el amor. Asimismo, el planteo de “radical” se relaciona cuando el estado amoroso atraviesa a un sujeto por emociones muchas veces extremas, tajantes y por momentos irracionales.

-¿Qué significa el amor para la práctica psicoanalítica?

-El amor es un concepto complejo, que engloba una serie de experiencias infantiles que subsistirán con gran fuerza a lo largo de nuestra vida adulta. Lejos -o también podríamos decir cerca- de la consagrada concepción romántica, los psicoanalistas discernimos muy bien eso de que “hay amores que matan”. El amor es una relación vincular primitiva, originaria, que origina seres hablantes. Las posiciones que el amor carga estructuran todos los aspectos implicados en nuestra subjetividad, la conciencia, el inconsciente, las identificaciones, todo esto se instituye dentro del abrigo de nuestros vínculos primarios.

De esta manera, se marca la importancia de la primera experimentación del amor y el modo en que el amor es instalado en el psiquismo del sujeto hablante. En el encuentro amoroso, invariablemente está presente algo del desamparo primario y por consiguiente se busca el amparo. Cómo los padres le hablaron al niño, cómo lo nominaron, lo manipularon (Winnicott), lo miraron serán experiencias fundacionales para el devenir amoroso de cada sujeto. Cada expresión implica un hecho singular que participará en el proceso de subjetivación y en la construcción de la propia historia del sujeto.

El amor, en sus orígenes, entraña una relación asimétrica ya que está cultivada por un adulto en relación con un niño que se halla en situación de desamparo y desvalimiento. Para el infante, todo cuanto ocurre en el encuentro con la pareja parental tendría relación con lo que Badiou llama Uno, Dos encuentro, diferencia. En el amor siempre hay un anhelo de concreción de una totalidad con el otro.

-¿El amor que pensó y estudió Freud cambió?

-En la época de Freud, prevalecía la idea del amor romántico. La exacerbación que se hizo del amor mutuo con el Romanticismo en el siglo XIX tuvo un papel considerable para que se diera ese cambio. Fue muy revelador lo que escribieron los autores románticos en sus novelas, ya que estos textos suministraron una enorme fuerza al amor en el imaginario social. Señalemos como precursor de este auge del Romanticismo del siglo XIX el “Romeo y Julieta” de Shakespeare (1595) o el “Werther” de Goethe (1774), en las postrimerías del siglo XVIII. Goethe narra a través de las cartas de Werther el abatimiento del protagonista enamorado de Lotte y cómo aquel acaba suicidándose al confirmar la dificultad de concretar su amor.

Este nuevo camino -de amores deseados aunque imposibles- tuvo un gran movimiento en la literatura del siglo XIX. También la ópera, que encuentra su desarrollo en esos tiempos, se ocupó de este amor ambicionado e imposible de alcanzar. Se percibe en Puccini con “Tosca” o Wagner con “Tristán e Isolda”. En la sociedad todavía prevalecía el matrimonio acordado, aunque el mismo promovía una fuerte insatisfacción. Este movimiento romántico, enjuiciando una pareja desapasionada, hija de la concertación que se cultivaba en la época, invocando a la vez la pasión, tiene en “Madame Bovary” (1857) de Flaubert uno de los libros más paradigmáticos. En esta novela, el matrimonio fue “delatado” en tanto institución disciplinada y falta de pasión.

El amor en el siglo XX que se ha deslizado al XXI es el que muestra la pareja que permanece en el Occidente urbano en la actualidad y que tuvo una revelación relativamente nueva. Su inicio ha sido el resultado de las grandes transformaciones que causaron el cambio de mentalidad que trajo la modernidad. Pareja moderna será la que se traza solo con la aprobación de los que la van a conformar. Él término amor ha sido adoptado para denominar acciones muy distintas y se lo ha interpretado según los casos como una inclinación, un afecto, un apetito, una pasión, una aspiración, etcétera. Asimismo, se lo ha estimado como una cualidad de la relación; de este modo, se habla de amor físico, amor maternal, amor en la amistad, amor al mundo, amor a Dios.

Irving Singer en el apartado “Hacia una teoría moderna del amor” en su obra “La naturaleza del amor” realiza una definición del lazo amoroso de la pareja: “El concepto de amor es difícil porque tiene que ver con la naturaleza humana… Subrayamos lo de la naturaleza humana porque el significado del amor hay que buscarlo en nuestra tendencia a crear ideales que nos liberan de la realidad al mismo tiempo que manifiestan nuestra adhesión a ella”.

Continuando a Singer, y siguiendo la tradición psicoanalítica, concibo que los ideales resultan como consecuencia de la represión de la sexualidad infantil. En este punto de vista teórico, se resignan las satisfacciones pulsionales en función de ser queridos. Para lograrlo, se reemplaza la realización de la pulsión y en esa renuncia brota, como contrapartida, un ideal a cumplir y en tanto lo cometemos somos queridos. En la base de los ideales está la renuncia pulsional.

-¿En qué formas se ha modificado la manera de vincularse afectivamente a partir de la irrupción de las nuevas tecnologías?

-Estamos transitando una transformación de época, la mudanza interminable de la era analógica por la era digital, del discurso utópico del socialismo por la prédica capitalista. Por lo tanto, es perentorio enfocarnos acerca de qué participaciones subjetivas han tenido todos estos cambios en los vínculos amorosos. Estos asuntos han sido frecuentados, entre otros, por Gilles Deleuze, Byung-Chul Han, Eva Illouz. Nos toca a los psicoanalistas “hincar el diente”, como diría Freud, en este nuevo mundo capturado por Internet. El mundo digital está sostenido por las redes, mientras que la era analógica se hallaba habitada por las paredes, los sitios de recogimiento.

“Hoy queremos experimentar más que poseer”, manifiesta Byung Chul Han, en su libro “No-cosas” e indica que nuestro mundo digital “no está hecho para la posesión, puesto que en él rige el acceso. Los vínculos con cosas o lugares son reemplazados por el acceso temporal a redes y plataformas”. Indudablemente, no nos atrae acumular CD, pero sí integrarnos al streaming inconmensurable a través de aplicaciones como Spotify; tampoco acumulamos DVD, Netflix está siempre presente ante nuestra demanda. Tenemos una imperiosa necesidad de garantizarnos estar suscriptos a las plataformas digitales. Nada es tan importante como el acceso a una red WIFI, que es lo que valoriza a todo lo otro. La topografía se condensa a dos lugares: el de la no conexión, incomunicado y separado de todo y, por otro lado, nuestra residencia o los lugares públicos que nos permiten el empleo de WIFI, ahí ya habitamos en el mundo online. Lo demás deja de tener importancia.

Lo expresado hasta aquí, y efectuando un corrimiento, podemos extenderlo a los vínculos amorosos. El poliamor es un modo de exhibir que se logra tener el número de “amoríos” a los que estemos capacitados de obtener. Es un modelo un tanto neoliberal de la pareja: cada sujeto recluta el “capital erótico” que sus “cualidades” le abastezcan, el único patrón que persiste es la adhesión a lo legal. Los “matches” en Tinder no logran la tenencia, pero sí la ruta a un número significativo de posibilidades vinculares. Esto es aplicable al resto de las redes: hay un “patrimonio” que se establece en consonancia al caudal de seguidores y/o contactos online que se cosechen. No se los posee, se habilita al acceso a ellos, y es ese acceso el que tiene “cotización” en el mercado sexual y afectivo dentro del mundo digital.

-¿Existe una nueva forma de amor que podríamos denominar “amor digital”?

-La época digital admite una lógica de conexión y desconexión que reemplaza al entre-dos de la intimidad. El “visto” como punto de disolución, el ghosting (N.d.R.: el ghosting expresa la acción de actuar en las relaciones interpersonales como un fantasma, con la capacidad para desaparecer en cualquier momento y de manera extrema, no dando ninguna explicación ni posibilidad de tener ninguna conversación) como final usual de los encuentros no formales son usuales causas de angustia. El otro es tan viable como débil es el lazo. Por la mañana se puede comunicar con alguien, a la noche acostarse con una misma persona y al día siguiente no saber de ella nunca más sin que intervenga ningún protocolo de despedida. Incluso la misma persona puede regresar dentro de un tiempo dilatado sin que medie justificación alguna, así como se reinicia una serie después de meses sin que Netflix nos reclame por el tiempo pasado.

El deseo de constituir una familia a veces determina un límite. Muchos varones apuntan: “Podría estar jodiendo con minas toda la vida pero si sigo así, nunca voy a tener un hijo o voy a estar tan viejo que no voy a poder jugar con él”, mientras que en las mujeres el límite biológico tiene su gravitación. Las técnicas de fertilización asistida -otro factor que transita junto a la cultura digital- funcionan asiduamente como una suerte de seguro o backup: se invierte en un plan alterno mientras la vida transita por otros caminos. Las familias que efectivamente se constituyen sobrellevan también el empuje a la experiencia: “Life is short, have an affair” es el eslogan de Ashley Madison, una notoria web de citas para casados.
Asimismo, las familias tienen un tiempo: una vez cumplida la época de crianza de los hijos, la separación y el retorno a la travesía del mercado amoroso suelen ser hoy un camino frecuente.

Ante la ruptura de las convencionalismos clásicos del cortejo y la pareja, se desarrolla un terreno abierto a los pactos singulares. Pacto para vivir y que pueda descartar las ataduras a los ideales de la época. Más allá de las mutabilidades, la demanda del amor de pareja perdura en los sujetos. Un soltero con buena posición económica, “ganador” en las redes, sufre el no encontrarse con una mujer que le “haga falta” y “la bella histérica” no se basta con los espejos digitales que la dejan continuamente insatisfecha. El hombre que se provee de “amistades” fugaces a través de Grindr (N.d.R.: red social gratuita y móvil, número uno del mundo para conectar personas gay y bisexuales) decae ante la mirada de “ese” compañero de estudios. No hay matches, ni seguidores, ni likes que puedan “curar” las cicatrices que dejan la carencia del otro del amor.

La esperanza digital se localiza en el centro de la prevención que hoy fecunda nuestra clínica. El no rechazo a la diferencia sexual, la aparente ilusión de un mundo maravilloso, un nuevo orden donde no padeceremos la no reciprocidad amorosa y sexual, no dejan de ser otra cosa que un modo, disfrazado de buenas intenciones, del capitalismo digital. “Imposible is Nothing” asevera la publicidad de Adidas. Es importante enfocarnos en las nuevas estilos amorosos pero, como aseveró Giorgio Agamben, ser contemporáneo no entraña enaltecer la época, sino no perder de vista sus opacidades.

-¿Cambió el amor a partir de las nuevas formas de relacionarse y las identidades de género?

-Siguiendo a Ana María Fernández, podemos señalar que, en las relaciones varón-varón o mujer-mujer, menos investigadas, puede observarse que en tanto más tienden a copiar el modelo heterosexual en sus formas de cortejo, en los lugares de los juegos eróticos o en sus hábitos de conyugalidad se empiezan a reproducir los conflictos o tensiones de poder que históricamente han caracterizado los universos hetero. Pareciera que las salidas del closet y las nuevas legalidades conyugales han propiciado una confianza en lo establecido más que un desafío en las urgencias de innovación amorosa. Retomando, se trata aquí de pensar subalternidades en tanto diferentes modos de subjetivaciones de género, en fuertes entramados de subordinaciones de clase, etnia, diversidades sexuales, etcétera, que van a mantener, frecuentemente, alejadas a las mujeres de ser sujetos plenos de derechos.

Leticia Glocer Fiorini afirma que sin dudas hay un debate con respecto al género y que es cómo pensar la o las diferencias y su relación con la desigualdad. Es importante destacar que se trata de conceptos distintos. La desigualdad entre los géneros es una referencia a las inequidades ampliamente reconocidas en el ámbito social, cultural y en las relaciones privadas. Esto se refleja en las relaciones amorosas: la posición pasiva en el amor está sujeta a dependencias múltiples; la posición activa detenta la posibilidad de ejercer el poder.



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