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Cultura 29 de marzo de 2016

Hombres sin hombres

Por Federico Bagnato

www.paramatarlapoesia.com

Pulsé el botón de la decimoquinta planta. Jamás había ido a ese piso. Está prohibido, o eso sugería la falta de luz y el número borrado en el tablero del ascensor. Cuando se abrió la puerta sólo pude tener coraje, porque debí empujar la densa oscuridad para avanzar por un pasillo interminable que no me llevó a ninguna parte más que a un pequeño cubículo, cuyo cartel en la puerta decía: Hombres sin hombres. Mis manos dedujeron que se trataba de una gran cajuela sin acceso, por lo que enfilé hacia el ascensor sin tener éxito. El miedo se había apoderado de la circunstancia y caminé, de a ratos reflexionando, de a ratos dormitando. Era difícil saber cuándo estaba dormido y cuándo no. Y el terror fue implacable, la fragilidad no me perdonó y fui tan débil que escondí mis manos por detrás de la espalda. Avancé a cara rígida por la oscuridad, sin aprobaciones ni miradas provocativas callejeras de mujeres necesitadas. Avancé sin saber incluso cuándo lo hacía. Avancé sin poder ver ni siquiera a una única persona, hasta que llegué al ascensor. Allí me esperaba una mujer de porte frío y rasgos duros, cuyo pelo le absorbía gran parte de la cara, exponiéndola violentamente hacia la superficie de su aura. Me dijo algo inentendible, guiñó su ojo y pulsó el botón de la planta baja. El descenso fue interminable. Por momentos dormité, por momentos reflexioné sobre la cajuela… tenía superficie rugosa, era algo que nunca antes había tocado. Era algo que no conocía. Tampoco hallé en mí ese miedo y horror que vivencié. Nunca me sentí de tal forma. Nunca, jamás, imaginé atravesar tal fragilidad en un piso quince, en un mundo de hombres sin hombres; ese diáfano y hostil submundo en que caminamos… alterno, impar y falsamente impávido. Evidentemente, no era mi momento. Llegué a la planta baja y crucé gente despiadada. Coqueteé con la recepcionista y ella me miró con tal sutileza, cuidando su envase, que todo era irreverentemente natural. Natural como la idiotez de sentirse un hombre que no podría vivir pensando que se puede vivir en un mundo de hombres sin hombres.