Historias del Gasómetro
San Lorenzo de Almagro tiene historias profundas, muchas se expandieron al mundo con el Ppapado de Jorge Bergoglio, aunque el periodista Pablo Calvo fue por más y de sus investigaciones surgió “Los tesoros del Gasómetro”, una obra en la que se descubren personajes que se suman a las celebridades que hicieron grande al club.
Con la misma pasión y precisión investigativa que lo llevó a documentar hechos sorprendentes que volcó en su libro “Quién mató a Favaloro”, Calvo buscó la génesis de distintas historias en su mayoría por las calles de Boedo, en las cercanías de donde se erigió el Viejo Gasómetro, adonde hay una grey que quiere volver y cuya militancia asume el periodista.
Calvo es el periodista que buceó entre hojas y archivos fotográficos para dar con el gol de René Pontoni que deslumbró a un joven Jorge Bergoglio y lo transformo en el libro “Dios es cuervo”, que incluyó un intercambio epistolar con el Papa.
“Los tesoros del Gasómetro”, de editorial Aguilar, descubren la historia de la búsqueda que hace una hija para dar con el gol que hizo su padre, el primero que fue filmado, pero también la de un personaje inigualable como Tramita, que hizo de todo en y por San Lorenzo, o el pibe que mantuvo con vida la grama del Viejo Gasómetro.
O la nadadora que cruzo ríos y estrechos como el de Gibraltar y que asegura que la pileta que había en el Gasómetro era especial por el material que estaba construido y ahora con más de medio siglo de vida sigue expectante porque en el futuro estadio haya otra pileta como aquella, mágica.
Entre los personajes esta Osvaldo, con más de tres generaciones ligadas a San Lorenzo, desde su abuelo que participó de la construcción del querido Gasómetro.
Calvo es un periodista que entretiene cuando informa y cuando cuenta. En Los Tesoros del Gasómetro se ha mostrado como un escritor exquisito, descubriendo datos sumergidos en los años dentro de cada historia que se propuso contar.
A esta obra rica de la literatura periodística con la sazón pasional de tintes azulgranas no le falta nada.
El prólogo de Ariel Scher es otra obra literaria, que con un juego de palabras finamente enlazadas hace la mejor invitación a la lectura de este tesoro.