Historias de Barrio: Un caldito
Un laboratorio alemán no puede sabér de él más que ella: quizá un Señor Caldito calme algunos males.
Por Enriqueta Barrio (*)
Un caldito. Pero no un caldito de esos insípidos, envueltos en papel plateado, que vaya a saber una que porquería tienen.
Un Señor Caldito.
De pollo, con muchas verduritas, granos de pimienta y hojas de laurel, borboteando horas en la olla a la que le falta una manija.
¿Por qué será que a todas sus ollas les falta cinco para el peso? Esa se quedó sin tapa, aquella está abollada como si la hubiesen pateado, la otra perdió el asa… bueno, quizá un punto a considerar fuese que tenían todas más de treinta años…
Eran de sus suegros, quienes (dioslostengaenlagloria) ya llevaban más de una década bajo tierra.
Nunca se había podido comprar una olla. Una puta olla. No te digo hacer un crucero por el Caribe, no, solo comprarse una olla que durase unos años entera, brillante, suya.
Pensar que hay países en los que la gente renueva la casa cada tres o cuatro años, se dijo. En cambio sus muebles, aunque no lo crean, ya iban por la cuarta generación de uso.
El sofá, por ejemplo.
Lo recibió su suegra de sus padres fallecidos, pasó treinta años en su propia casa al heredarlo su marido, y ahora se lo estaba por llevar su hija a su departamento. Así no hay capitalismo que aguante, pensó, si un objeto va a estar en uso cien años…
Levantó la tapa de la olla y con la espumadera arrinconó la grasa, la levantó en el aire y la estrelló luego en la pileta de loza.
“Si no se cura con este caldito, no se cura con nada”, murmuró mientras lo miraba orgullosa.
Siempre le habían gustado las cocciones lentas, en las que El Tiempo hace su trabajo, mientras ella dejaba volar su imaginación, acompañada por los suspiros de vapor que salían de la olla.
Sonó una tos seca a lo lejos que le hizo fruncir el entrecejo.
“¿Le puse sal gruesa? Ay…¿ podés creer que no me acuerdo? Tengo que dejar dejar fumar o a los setenta no voy al saber ni quién soy. Pero si le pongo otra vez lo arruino…a ver...¡ay, putamadre, cómo quema!…¿ves?, no le puse.”
Le echó un puñado generoso de sal gruesa y volvió a tapar la olla, bajando el fuego a un mínimo imposible.
Qué lindo era cuando ella estaba inclinada en la cocina, concentrada como ahora, y él la sorprendía de atrás, apoyándola, diciéndole risueño “¡Arriba las manos, esto es un asalto!”. Ella estallaba en carcajadas cantarinas, el mundo era liviano y generoso y envueltos en fragante olor a comida casera, se abrazaban y celebraban estar vivos, llenándose de besos.
Sacudió la cabeza para apartar los recuerdos y sacó el pollo de la olla. Bamboleante, lo apoyó en una fuente.
Llenó el tazón de caldo hirviente y lo abrazó con sus manos llenas de deseo de milagro.
Un caldito.
“Quiéntedice”, pensó, “que no sea un caldito lo que nos devuelva la alegría… mirá que un laboratorio alemán lo va a conocer más que yo, hacemelfavor…”
Y salió de la cocina, haciendo equilibrio con el tazón, perfumando la sala de caldito e ilusión.
(*) En Facebook: Enriqueta Barrio Escritora, mail: [email protected] e Instagram @soylaqueta