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Deportes 11 de marzo de 2025

“Hijo, ¿vos qué sabés de boxeo?”

Mar del Plata '95. O la valiosa experiencia de incursionar en lo poco conocido para un periodista novato.

por Sebastián Arana

 
Mi vieja es “cero deportes”. Siempre le generaron una indiferencia casi absoluta. Apenas la recuerdo arrimada fugazmente al televisor en algún partido del Mundial de México. Con menos nitidez, en los festejos en las calles posteriores a la final con Holanda de 1978. Dos datos que no aportan demasiado. No conozco detractor del fútbol que no se haya interesado ni un cachito por el Mundial de Diego. Y a mis seis años me parecía que todo el mundo había salido a celebrar la primera Copa del Mundo. Sólo mucho después supe que no había mucho para festejar

La cuestión es que mamá no sólo no cazaba una de deportes. Tampoco tenía mucho registro sobre qué deportes atraían mi atención y cuáles no. Por supuesto, sabía de mi pasión por el fútbol y el básquet. Hasta ahí.

Hacia marzo de 1995 todavía ella vivía en Pigüé. No todo el mundo tenía teléfono celular. Más bien era un lujo para pocos. Y las llamadas de larga distancia eran carísimas. Hablaba con ella una vez por semana o cada diez días. Si yo llamaba y la charla se extendía, casi siempre la cortaba con un “ya hablamos demasiado, no gastés”.

Recuerdo que una tarde de aquel marzo la llamé desde la redacción. Para mi mala suerte, ahí cerca andaba Hugo, con “los radares” conectados, como siempre.

Sentía entonces que tocaba el cielo con las manos. Cuatro años atrás estaba por finalizar el secundario y lo del periodismo deportivo era un sueño con contornos difusos. Ni me imaginaba estar corriendo de un estadio a otro, saltando de un deporte a otro, en la cobertura de un acontecimiento enorme. Mis compañeros y yo le metíamos muchas horas por día. Y lo hacíamos con mucho entusiasmo.

Durante la segunda semana de los Juegos, estuve más dedicado al desempeño de Argentina en el torneo de básquet.

En la primera, sin embargo, fui desde saltos ornamentales a taekwondo, pasando por patín, ciclismo y natación. Como también laburaba en “El Clásico” de LU6, me tocó móvil en marcha atlética, triatlón, el maratón de patín y Néstor Gambini me invitó a compartir con él las transmisiones de boxeo, entre ellas la de la consagración de Walter Crucce como campeón panamericano.

Pobre mamá, cuando me decidí a llamarla, no la debo haber dejado meter ni un bocadillo contándole todo el vértigo de ese par de semanas. Hasta que llegué a lo de las transmisiones radiales de boxeo. El momento que Hugo no deja de recordarme. Ni necesitó oír la pregunta del otro lado de la línea. Para él fue bastante con mi respuesta. “Má, claro que tengo idea de boxeo, si siempre me gustó, vi un montón de peleas”, me defendí.

“Hijo, ¿vos qué sabés de boxeo?”, me gastó ni bien colgué. Y todavía lo hace. Mi vieja no tenía el menor registro de las veces que me quedé despierto hasta la madrugada para ver algunas de esas peleas “ochentosas” que hicieron época.

En tren de ser honesto, sin embargo, hubiera sido muy pertinente si me preguntaba por cualquier otro de los deportes que me tocó cubrir en los Juegos.

Tengo mil recuerdos de los Panamericanos. Pero si tengo que rescatar algo diría que significaron un curso acelerado de periodismo deportivo para mí y para muchos de los que recién comenzaban como yo.

Incursionar en lo desconocido o poco conocido obliga a caminar antes que a correr. A preguntar mucho. A escuchar bastante. A ceñirse al hecho. A escribir lo justo. Por supuesto que no me convertí en especialista de ninguno de los deportes que me tocó cubrir; es más, después de los Juegos casi que no volví a abordarlos. A la gran mayoría.

En cambio, me dio más herramientas para desempeñar mi oficio. En quince días. A ritmo acelerado. En el más estimulante de los contextos. Mar del Plata ’95, en definitiva, fue el mejor de los aprendizajes.