Hernando Quagliardi: “Deseo que la literatura sea un espacio de amparo y encuentro”
El reconocido escritor rosarino acaba de publicar "El sueño absoluto" (Ediciones Diotima), un volumen de 17 cuentos personalísimos que exploran su fascinación por la memoria histórica y los vericuetos de la literatura y la vida.
Hernando Quagliardi.
Por Ximena Pascutti
“Este libro está dedicado a la memoria de mi gran profesor Roberto Ferro; yo le debo a él haber aprendido a leer de otra manera. Sus clases me formaron y fueron mi refugio, mi escuela, mi credo en esta religión de la literatura”, admite emocionado Hernando Quagliari, alumno y discípulo del recordado crítico literario, teórico y docente fallecido el año pasado. Quagliari acaba de publicar “El sueño absoluto” (Ediciones Diotima), una exquisita colección de relatos propios producidos a lo largo de las dos últimas décadas, donde su pasión por la literatura argentina se combina con el costumbrismo y una mirilla a lo cotidiano para contar pasajes dramáticos de nuestra historia, como la última dictadura cívico-militar.
Quagliardi es escritor y abogado, nació en Buenos Aires pero está radicado desde hace añares en Rosario. Desde 2014 colabora con contratapas mensuales en el suplemento local de Página 12. Publicó los libros “Respirar en secreto” (2015), novela ganadora del II Concurso de Narrativa Editorial Río Ancho–Rosario; y “El Plan Asja Lacis” (2023), ganadora del VI Concurso de novela corta “Rody Moiron” de la Municipalidad de Junín, editada por Las Tres Lagunas. También participó del volumen “Diario de la Contratapa. 31 textos para celebrar 31 años”, de Rosario/12. Ganó el primer premio del 4to. Concurso Nacional de Literatura Fundación Proarte Córdoba (2017). “El sueño absoluto” es su obra más reciente.
“Los que somos contemporáneos de la última dictadura, fuimos atravesados por el contexto histórico de una sociedad muy violenta, en parte hermética y llena de actividades censuradas y supuestamente peligrosas”.
-La primera parte de este nuevo libro -Los años de plomo- está compuesta por ocho cuentos que parecen ambientados durante la última dictadura cívico-militar. ¿Qué cuestiones de esa época tan tremenda de la Argentina te interesaba poner en foco?
-La exploración de temas históricos, a la manera de estos cuentos, aparece no como una decisión deliberada, sino como la consecuencia de buscar en la memoria voces y datos que puedieran ser narrativos. Los que somos contemporáneos de la última dictadura, fuimos atravesados por el contexto histórico de una sociedad muy violenta, en parte hermética y llena de actividades supuestamente peligrosas, censuradas y castigada desde la dictadura y cierto establishment.
Pero este libro no pretende un registro o un contrato de lectura de documento histórico… Yo creo que la dictadura aparece como una atmósfera que se va juntando con el espacio, que es restituido por la memoria. En algunos casos, fingiendo ser la memoria de un niño… Por ejemplo, en el cuento “El living”, recogiendo experiencias o bien anécdotas de los que eran mayores, cuyas voces forman el entramado de las ficciones. En ese sentido, el interés por volver a esos años responde a una escritura confesional, que se acerca demasiado a lo íntimo.
Y se corresponde también con una tradición y una característica de la literatura argentina en los últimos 30 años… Sobre todo a partir de la vuelta de la democracia, nos encontramos a la búsqueda permanente del pasado para entender mejor la relación con el presente.
-¿Cómo hacés para que congenien en tu literatura la narrativa histórica con el registro más costumbrista? ¿Encontrás puntos de encuentro?
-Yo creo que sí: el punto en común es justamente esa manera de hablar de la historia colectiva a partir de detalles menores, cuestiones que no son tan trascendentes, que tienen que ver con hechos cotidianos: con un viejo álbum de fotografías, una fiesta del carnaval o lo que sucede en el intervalo de abrir y cerrar una casa para alguien que acaba de volver del exilio. Ahí se juegan narrativas que no tienen directamente el protagonismo de la “Historia” con mayúsculas, pero funcionan perfectamente como excusas para ficcionalizarla. De modo que aparecen entonces otras marcas, que tienen que ver con puestas en escena menores a aquel drama mucho mayor, y eso me parece un rasgo distintivo de estos cuentos en los que se alude al contexto histórico.
-¿Cómo fue el proceso de creación de este nuevo libro? ¿Se deja ver en estos cuentos, de alguna manera, tu propia trayectoria como lector?
-Generalmente los escritores, cuando hablan del proceso creativo, mienten mucho. Hay por ahí miles de narraciones un tanto míticas. Estos son cuentos que han ido apareciendo a lo largo de muchos años y no se configuraron en sí como una serie, sino que eso ha sido el fruto de un trabajo posterior.
El cuento es un género que a mí me gusta mucho y tiene una raigambre muy profunda en la literatura argentina. Está el imprescindible Borges. Pero también Silvina Ocampo; Julio Cortázar es una referencia para mí inexcusable. De joven, leía mucho los cuentos de Juan Carlos Onetti. De alguna forma, esas lecturas aparecen también en el libro, porque hay referencias para el lector que es lector de cuentos. Un texto de Onetti tiene una resonancia en el cuento “Laurel”, de un modo paródico… Y quiero creer que también Macedonio (Fernández) está presente en el cuento “El sueño absoluto” desde cierto conceptualismo. El pasaje de la voz lírica a la voz narrativa fue un desafío para figurar de otro modo el tiempo.
También se diferencia de otros trabajos que tienen que ver con el género novela o nouvelle, que frecuento bastante… Mi primera obra premiada en Rosario, Respirar en secreto, es precisamente una nouvelle.
“Escribir es el modo de confesar mis propias lecturas, y cómo estas modifican los modos imperantes o hacen aparecer textos que no estaban visibles”.
-Ganaste el premio Rody Moirón por otra novela corta, “El plan Asja Lacis”. ¿Qué significó este reconocimiento?
-Fue uno de los momentos más motivadores de mi carrera. Primero, porque El plan Asja Lacis es un trabajo que cruza la tradición gauchesca con el policial y con la figura de Walter Benjamín, que me interesa tanto… Esa relación que tiene Benjamin con la actriz letona Asja Lacis… En uno de sus diarios, Piglia decía que había que hacer algo con eso. Bueno, yo tomé ese guante en su momento, trabajé un relato, hice varias versiones y lo presenté en distintos concursos. Como escritores estamos acostumbrados al rechazo, por eso cuando eligieron ganadora la obra, entre tantas otras, fue un antes y un después para mí. Luego vino la presentación en la Feria del Libro de Junín y compartir la tarea de la editorial Las Tres Lagunas, que fue una experiencia muy significativa.
“Hay tipos por los que siento muchísima afinidad, como Cortázar, a pesar que se ha puesto de moda decir que su literatura envejeció”.
-¿Cómo ves tu evolución como escritor desde tus primeras publicaciones hasta este último libro de cuentos?
-Yo no sé si hay una evolución. A veces releo los primeros poemas que escribí y no me parecen hechos por mí, muy puros, con absoluta libertad… Y luego eso fue pasando por una serie de constricciones. Necesito la intertextualidad. Ya en este libro de cuentos, particularmente en los epígrafes, hay un juego de referencias a otros textos, y creo que así se va tornando una escritura más madura, más rica. La lectura es el suministro de todo escritor. Descreo de la palabra original; escribir es el modo de confesar mis propias lecturas, y cómo estas modifican los modos imperantes o hacen aparecer textos que no estaban visibles.
-¿Te sentís especialmente conectado con el universo de algún autor o autora?
-Hay tipos con los que se siente muchísima afinidad, como Cortázar, a pesar que se ha puesto de moda decir que su literatura envejeció. No sé qué es envejecer en la literatura. Entre las lecturas de formación, Roberto Arlt fue una de mis grandes compañías; Ricardo Piglia también lo fue en toda la década del 2000, no solo con sus novelas, sino con sus enseñanzas; Martín Kohan también. Me encanta Osvaldo Soriano, injustamente olvidado.
Entre los escritores europeos, me interesa mucho lo que hace Modiano, por ejemplo, buscando permanentemente en la memoria de los tiempos de la guerra, en la París ocupada y las obsesiones con su padre… Y me gusta la felicidad de la literatura en estado puro que plantea Enrique Vila-Matas: tengo el orgullo de aparecer en su blog, con algún texto mío publicado en las contratapas de Rosario 12. Él ha tenido la generosidad de subirlo a su página personal, donde tiene un espacio que se llama “La vida de los otros” y figuran esos textos redactados desde la profunda admiración hacia su obra.
-Es un año muy duro en general, pero la cultura sigue resistiendo. ¿Cómo se está dando esta coyuntura en Rosario, en el ámbito de la literatura?
-No encuentro “grandes esperanzas”, parodiando uno de los tantos títulos de Dickens. Pero lo que sí noto es que todavía hay una apuesta fuerte por la edición de textos, como es el caso de la editorial Diotima. Hay unas cuantas editoriales en Rosario que siguen apostando a eso. Y acá también hay una revista literaria que todavía se hace en papel, Barullo, en un momento en que los grandes suplementos están en retirada.
A pesar de las condiciones espantosas que los gobiernos imponen al campo cultural, deseo que la literatura sea un lugar de amparo y encuentro. Que podamos volver a ver a los chicos que vienen a recitar sus poemas en la vereda de una librería. Ojalá que esto siga siendo así, es un sueño realmente, un sueño absoluto.
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