Hasta que te pasa
Relato en primera persona de una de las víctimas de las amenazas de la patota neonazi.
Pintada que apareció en el frente de la casa de Solange Flores.
Por Solange Flores (*)
I
Es 3 de marzo del 2018, me despierto muy temprano. Agus se casa hoy, en la otra punta de la ciudad y quedé con Sofi para encontrarnos por Güemes a las 10:20. Claro, le pasé la hora exacta en la que el Batán llega a su última parada.
Me levanto. Estoy preparando las cosas para bañarme cuando me llega un mensaje.
—Solange, buen día, perdoname que te moleste. Herrada se quiere comunicar con vos.
Es Carlos Coronel, el presidente de la sociedad de fomento de Estación Chapadmalal. Le respondo rápido y preocupada porque creo que algo pasó en el club. Bajo a preparar la ducha.
Vuelvo a la habitación y el mensaje no había sido entregado, supongo que Carlitos estaba en la capilla de Chapa donde no hay señal.
El calor fuerte asoma por la ventana, prendo el aire acondicionado y empiezo a maquillarme. En ese momento me llega el segundo mensaje.
—No sé para qué te busca, pero le paso tu número.
Descarto mi teoría sobre el club.
Me pongo ropa cómoda, tomo unos mates y salgo. Tres cuadras separan mi casa de la fábrica de ladrillos Palmar donde el colectivo pasa a cada hora. Al fin llega, subo y recibo el mensaje de Herrada, un policía bonaerense que trabaja hace muchos años en el destacamento del barrio. Un whatsapp de un policía, camino a un casamiento: sí, cuasi bizarro.
—Tengo una circular para vos. Cuando puedas pasá.
—¿Una circular? ¿Sobre qué? —le pregunto.
—No sé, pero es Justicia Federal.
Recién ahora puedo confirmar de qué se trata.
Llego a lo de Sofi y le cuento. Nos acordamos de ese día, me quedo pensando
—Vamos a comprar un vino blanco —digo para salir del tema. Hay que llevar algo al casamiento.
II
Estaba con Sofi el día que todo pasó.
Volvía de una actividad en un hotel sindical a casa, caminando como siempre, muy cansada porque estábamos en campaña electoral; era viernes 20 de noviembre del 2015, le quedaban pocos días. Llegué a casa como a las 20 y me bañé rápido, Sofi había quedado en pasar en un toque.
Me cambié y salí, empezamos a deliberar como siempre a dónde iríamos, por esos días me había vuelto fanática de Fermina, el bar de Facundo, un amigo que quedaba en Avellaneda y Jujuy.
Entramos y cenamos, pedimos pizza de rúcula y cerveza. Nos poníamos al día de chusmerios todas las semanas.
Después Sofi se fue y yo me quedé tomando algo con Facu. Era una noche linda, estuve un rato afuera. Se hizo tarde, llamé un taxi y me fui a casa.
Al llegar vi la pintada roja sobre la pared. “Son símbolos nazis”, pensé. Sí: una esvástica, una mira telescópica y un “Sieg heil”. Me dolió la panza, me corrió un aire frío. Me había ido de casa a los 20 años y nunca había sentido miedo. Hasta ahora.
Le pedí al tachero que esperara a que entrase y me dijo que no había problema. Una vez en casa miré el reloj y era muy tarde. Si les escribía a mis viejos que vivían a veinticinco kilómetros no iban a entender nada, menos que yo.
Escribí en un grupo que comparto con algunos compañeros y compañeras, solo para avisar, para estar alerta. Pero ya había pasado.
Esa noche dormí mal, asustada. Escuchaba ruidos, me despertaba y me dormía. Había soñado que entraban por la terraza. “Hay otros vecinos, debe haber sido azaroso”, pensé, estrategia para volver a encontrar el sueño.
Me levanté temprano con el llamado de un compañero:
—Hay que denunciarlo. Ya. Yo llamo, quedate ahí, atendé solo a la policía.
Lo pensé, quizás no quería denunciar. Mi compañero no me dejó opción.
Llegó a los 15 minutos un móvil de la federal, sacó fotos, habló con vecinos. Estaba en extremo de crota. Algunos vecinos salían de sus departamentos mientras me hacían preguntas en la vereda. No me quería quedar ahí. Llamé a mi familia, les conté, no entendieron.
Me puse a hablar con una vecina que no conocía. Hacía un mes que vivía en este barrio. Me lamenté, no quería mudarme otra vez. Ella se encargó de borrar el saludo de los muchachos. “Es aerosol sale rápido y más sobre el cerámico”. El señor de la cochera de enfrente me contó que no vio nada, pero que fue una noche movida, que prendieron fuego un contenedor en la otra cuadra. No lo soñé, estuvieron merodeando.
Entré a casa. Me llaman, me llaman, me llaman. Juan —el responsable de JP—, amigos, periodistas.
Fue la única casa escrachada. Todavía no sé por qué.
Sabía que habían pintado en un local partidario durante la semana, pero lo subestimé. Pensé lo que algunos siguen pensando: dos bandos enfrentados, la famosa teoría de los dos demonios .
Y ahí estaba yo, tragándome las palabras.
III
Me fui a lo de mis viejos, me quedé ahí varios días, en campaña ir y venir tan lejos era una locura pero no quedaba otra.
El pueblo donde nací queda a veinte kilómetros de Mar del Plata, chiquito, de no más de cuatro mil habitantes, muy cerca de la ciudad de Batán. Rodeado del cordón frutihortícola, entre cavas ladrilleras y canteras, Chapa creció al fuego de una pujante estación de tren. Con mezcla de diferentes inmigraciones —chilenas, bolivianas, provincianas y, sobre todo, litoraleñas—, Estación Chapadmalal conserva su identidad, su amor por el club y su compromiso con lo propio, difícil de sostener en estos tiempos.
Mi bisabuelo, Pedro Díaz, llegó desde Oviedo, Asturias, en 1914, ahí donde no había nada, le compró a los Martínez de Hoz el almacén de ramos generales frente a la estación, lugar que sería centro de encuentros de todo el pueblo.
Con María de los Dolores Mañas tuvieron 16 hijos. La más chiquita nació en un campo cercano al almacén camino a Otamendi, Esther Margarita Diaz, mi abuela, más chapadmalense que la tierra. “Mi papá era como vos, así, igual, lo amaba a Perón, hasta tenía un cuadro”.
Cinco generaciones nacidas y criadas allí hacen que uno siempre vuelva.
IV
Perdimos y ellos avanzan.
Pasé por el bunker amarillo, que estaba en la esquina de Hipólito Yrigoyen y Belgrano, la noche del ballotage, y el jefe neonazi estaba ahí en la puerta de festejo con el nuevo intendente. Me angustié, quería volver al vientre de mi madre. Fuimos a lo de una compañera, seguimos mirando resultados. Lloré, esta vez con un pote de queso en la mano y unas salchichas.
Surgieron otros hechos, había nuevas pintadas y militantes de la comunidad LGTB fueron golpeados, la repetición nos hizo ver que estaban organizados. Tenían un nombre: “Bandera negra”. Los que sufrieron otros ataques se reunían, me mandaban fotos de sus caras para que esté atenta. Me decían que caminara por tal vereda, como hacían los compañeros en épocas horribles. Me negaba, completamente.
Pintaron una persiana en un local, lo asociamos mucho después con las gomas pinchadas de la camioneta de Sofi y un “reventadas” por si nos cuesta asociar. Casi todas las mañanas nos juntábamos ahí un grupo de compañeras. No me hice cargo de eso.
No ayudaba la realidad política, no sabemos cómo es esta nueva derecha democrática. Qué va a hacer? Qué va a pasar con nuestras denuncias? Cómo un neonazi está con el intendente?
Finalmente, eran ocho hombres de entre 18 y 28 años que cometieron 12 hechos, algunos de ellos amenazas y otros lesiones grave. Una importante cantidad de pruebas y un exhaustivo trabajo del ministerio público fiscal que realizó una comisión especial de fiscales expresando que dichos hechos convergen bajo “ la teorías de superioridad de la ideología nazi, promoviendo la discriminación racial, alentando a la persecución o el odio contra grupos de personas minoritarios que profesan el derecho a la igualdad, con la finalidad de colonizar e imponer sus ideas nazis, combatiendo las ajenas por medio del temor o la fuerza, discriminando política, religiosa, xenofóbicamente y sexualmente a quienes consideran “diferentes”.
Fui a ampliar la denuncia y me preguntaron si había visto algo raro los días previos al hecho denunciado. Les conté que una vez volvía de la calle San Juan —allí se encontraba la unidad básica que era centro de campaña—, creo que caminando, normalmente era así. Llegué al barrio La Perla por La Rioja, siempre iba distraída con el celular, excepto ese día que solo pensaba en qué cenar. Entré en la rotisería, compré algo y salí. En la esquina un grupo de chicos se movían, eran cinco o seis, algunos cruzaban la vereda rápido, otros saltaban, gritaban, como un animal salvaje cuando rodea a su presa. Pensé que querían robarme. Volví a la rotisería y compré un agua saborizada. Le conté al vendedor lo que estaba pasando y me dijo: “Esperá acá, no hay problema”. Los miré desde adentro un rato hasta que una camioneta utilitaria, color gris perlado, los levantó.
V
De repente es abril, de resurrección, había síntomas de reorganización política y conocí a quien sería mi novio durante varios meses, Julio. Hablábamos de neonazis, intercambiabamos seguido nuestras opiniones sobre política, rara vez peleabamos por eso. Siempre respetamos ser de espacios distintos. Yo había investigado rebrotes en otros lugares del mundo, me daba curiosidad. No hubo un solo día en el que Julio no minimizara los hechos. Hasta que una tarde saliendo del Concejo Deliberante me llamó.
—Sol, pasó una camioneta negra con un tipo adentro, enorme, tatuado con símbolos nazis —me dijo mientras caminaba.
Solo recuerdo que le dije:
—¿Dónde estás? Por favor, volvé a tu casa.
Ese día Julio no minimizó.
Ahora me escribe para ver el estado de situación: “¿Te llegó la citación? ¿Vas a declarar?”.
Y claro, Julio, eso parece.
Estamos hace varios meses separados. La manera en la que nos comunicamos es bastante particular, nos reímos. Me saca de la oscuridad. Así fueron esos meses, pensé. Nacho y Julio como faro.
Pongo Cars, mi sobrino me lo pide. Ya creció. Si pudiera, con la inteligencia que lo caracteriza, me pediría que declare.
Hace una semana exactamente que me llegó la circular, hace una semana que me transpiran las manos, que bajé la guardia de la autosuficiencia, que me muevo sola como siempre, pero que me parece verlos en todos lados.
No tengo ese miedo que solía tener.
No fue fácil, tuvo un costo el escrache. Lo llamo a papá que está de viaje, se volvió cagón con los años. Le digo a mamá que me preste el pantalón. Voy a declarar contra la oscuridad. Nunca estuve preparada, sí estoy decidida.
(*) Militante de la Juventud Peronista.