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Cultura 8 de agosto de 2024

Grandes libros, pequeños lectores: “Irulana y el ogronte (un cuento de mucho miedo)”

Esta es la historia de una niña que enfrenta a un ogronte con aquello que conoce: la palabra. Reseña de un clásico de la literatura infantil, escrito por la gran Graciela Montes.

Graciela Montes (Buenos Aires, 1947) publicó por primera vez "Irulana y el ogronte" en 1991.

“Irulana y el ogronte”
Graciela Montes y Virginia Piñón
Buenos Aires
Santillana
2017

Por Angie Diz (*)

¿Cómo reseñar un cuento clásico que, además, da nombre a la Biblioteca de nuestra ONG? La respuesta solo se encuentra releyendo y escribiendo, borrando y empezando de nuevo; aquí vamos: A quien aún no leyó “Irulana y el ogronte”, le diría que es la historia de un pueblo doblegado ante un ogronte, quien un buen día se enoja, y devora a casi todos los habitantes, menos a una niña, que, quizás, se salva por su paciencia y su espera. La niña, llamada Irulana, vence al ogronte con aquello que conoce: la palabra.

En este, como en todo clásico cuento maravilloso, las fuerzas del bien y el mal están claramente diferenciadas, sin embargo, la niña, aún representando la bondad, no se muestra como un personaje inocente, sino valiente y creativo; y en relación con el ogronte, este no es verdaderamente consciente de su maldad, simplemente hace lo que le nace según su condición. De esta forma los personajes brillan por su autenticidad, alejándose de los estereotipos.

Irulana

“Aviso que este es un cuento de miedo” nos advierte la voz narrativa al comienzo del relato, la cual nos habla directo a los lectores, siendo cien por ciento consciente del acto de narrar y, a su vez, de los dibujos que acompañan su propia narración. Esta consciencia se torna un gran acierto en un relato que no tiene pretensión de veracidad, por el contrario, en todo momento deja en claro que lo que se está narrando es un cuento.

La fusión que logra el texto con la imagen es tal que la voz narrativa nos insta a ver y esa visualización se transforma en parte activa del relato, reforzando la acertada complicidad entre la voz narrativa y los lectores de la que hablábamos anteriormente: “Ahí está la nena, ¿la ven? Es esa de rulitos en la cabeza: Irulana. Es la única que no corre.”; “(Miren: acá la dibujante se asustó tanto que dejó el dibujo sin terminar y salió corriendo)”; “y un ogronte hermoso que -aunque ustedes no lo vean porque el dibujo se termina antes- está bostezando”.

Por otra parte, la ilustración, realizada por Virginia Piñón, aporta una perspectiva que difiere de la del relato y complementa su sentido; por ejemplo, cuando el ogronte se enoja, la ilustración se posiciona desde dentro de la boca del ogronte, mostrándonos al pueblo que se ve entre sus dientes. De esa forma el lector se posiciona como el ogronte y, aunque el relato está en tercera persona, desde el punto de vista gráfico, esa parte es contada a través del gruñido del ogronte. En este mismo sentido, es importante destacar el trabajo de ilustración realizado con la protagonista del cuento: tiene un estilo completamente diferente al resto de los habitantes del pueblo y además es la única que posee colores, esto ya nos indica no solo su protagonismo, sino también su destacada importancia.

Esta es la historia, en fin, de una niña que enfrenta a un ogronte con una sola palabra que, en medio de la noche oscura, cobra vida, transforma, cava, ata, ruge, teje, ilumina. Con este cuento más que nunca podemos afirmar que “decir es hacer” y que la magia solo la experimenta quien sabe esperar y creer en las palabras.

(*) Miembro de la ONG Jitanjáfora. Redes sociales para la lectura y la escritura. 

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