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Cultura 30 de julio de 2023

Graciela Batticuore: “De la lengua del desarraigo también estamos hechos los argentinos”

La escritora, docente e investigadora conversa con LA CAPITAL sobre su última novela, "Música materna", en la que se escucha la voz de una madre que, entre el español y el italiano, recuerda una vida atravesada por la Segunda Guerra Mundial, la migración forzada y la reconstrucción de una familia en Argentina.

Graciela Batticuore es escritora de poesía, narrativa y ensayo, investigadora de Conicet y docente de Literatura Argentina I de la UBA.

Por Rocío Ibarlucía

De investigar a escritoras argentinas a crear una novela que tiene muchos ingredientes de su propia historia familiar, Graciela Batticuore acaba de publicar por Alfaguara “Música materna”, obra que completa la trilogía iniciada con “Marea” (Caterva, 2019) y seguida de “La caracola” (Conejos, 2021). Estos tres libros de una manera orbitan sobre algunos temas comunes, como la lengua, la subjetividad femenina y la inmigración, aunque en su última publicación difiere la narradora: la protagonista ya no es Nina, la hija, sino su madre, María, una inmigrante italiana.

Mediante un trabajo cuidadoso con el lenguaje, Batticuore logra urdir una trama desde la voz de una mujer analfabeta, que después de vivir su infancia en la Segunda Guerra Mundial y el fascismo en un pueblo de Italia, Castropignano, viaja con su madre a Argentina en 1948, para reencontrarse con su padre y su hermano, quienes ya se habían instalado mucho tiempo antes en el país.

Leer las páginas de “Música materna” es dejarse llevar por el fluir de una lengua rota que va y viene entre el español y el italiano, entre el pasado y el presente, entre recuerdos y olvidos de una vida atravesada por el horror de la guerra, la supervivencia, la migración forzada, la (re)construcción de la familia y de una nueva comunidad en Argentina.

Para escribirla, la autora cuenta a LA CAPITAL que fue recopilando documentos que van desde fotos hasta pasaportes, tickets de barco, cartas e incluso herramientas de trabajo o informes médicos. Además, viajó en varias oportunidades a Castropignano y entrevistó a personas de la comunidad italiana, aunque su texto se basa sobre todo en las charlas con su propia madre. La reunión de estos materiales le permitieron hilvanar la lengua oral, híbrida y resquebrajada que se escucha en la novela, con la que logra una poética del canto materno y del desarraigo sufrido por tantos inmigrantes.

Este trabajo de archivo, entrevistas y viajes no solo se hace carne en el discurso de la narradora, sino que ahora forma parte de una muestra literaria y documental del Museo de la Inmigración de la ciudad de Buenos Aires que ya puede visitarse. La autora confiesa que se encuentra preparando algo nuevo para la presentación de “Música materna”, que será el 12 de agosto a las 15.30 en el museo, porque “siguen saliendo materiales de la investigación que hice para escribirla; de alguna manera, sigo atrapada en esta novela, la escritura de esta historia se convirtió en un trabajo arqueológico y en algo muy visceral para mí”.

Música materna

-Como docente e investigadora, has estudiado a mujeres de la literatura argentina, como Mariquita Sánchez de Thompson, Juana Manuela Gorriti, entre otras románticas del XIX. ¿Cuánto impactaron estos estudios en tu escritura? ¿Fueron estos trabajos los que te llevaron a rastrear la historia de las mujeres de tu familia y a desplazarte del ensayo a la ficción?

-Bueno, te agradezco la pregunta, es para mí linda y en cierto modo compleja. Durante muchos años de mi vida, mientras crecí, investigué y me formé leyendo a las escritoras -cuando digo me formé, no pienso solo en términos intelectuales, también en términos emocionales, afectivos, de pertenencias, de identificación-, conocí muchas cosas que tienen que ver con la historia de las mujeres, que fue algo que siempre me interesó. Pero creo que al cabo del tiempo, leyendo a las escritoras, también fui dándome ciertos permisos para relacionar esas historias con otras más próximas, incluso más carnales, que son mi propia historia. O sea, esta novela tiene muchos ingredientes, si querés, experienciales. Te imaginarás por mi apellido que yo vengo de una familia italiana y mucho de lo que tiene la trama son historias que yo palpé, conocí, escuché o vi. Entonces, empecé a acercar mi mundo familiar y el mundo de esas otras mujeres a las que yo leía.

Yo me especialicé en el siglo XIX, aunque en estos últimos 15 años, empecé a entrar a un campo que era el de las escritoras contemporáneas, a las que siempre leí, por supuesto, pero sobre las cuales no daba clase. En los seminarios más recientes, crucé a esas mujeres del pasado con las contemporáneas y eso fue provocado de algún modo por lo que me estaba pasando en la literatura que yo escribo. Mis libros anteriores, “Marea” y “La caracola”, me llevaron a seguir viendo qué sucedía en el presente con esas mujeres del pasado que yo había estudiado mucho, qué pasaba en las escritoras del presente, en los personajes del presente, en las mujeres que somos, que nos rodean también, como si de algún modo me permitiera derribar las fronteras entre los estudios más especializados y las prácticas vitales que nos atraviesan y de las que formamos parte. Esa también fue un poco la motivación para escribir la novela.

Graciela Batticuore, en Castropignano, región de Molise, Italia, adonde fue para realizar entrevistas y reencontrarse con la historia de su familia.

Batticuore, en Castropignano, región de Molise, Italia, adonde fue para realizar entrevistas y reencontrarse con la historia de su familia.

-En tus estudios críticos trabajaste sobre mujeres letradas del siglo XIX; sin embargo, en esta novela explorás la voz de una mujer analfabeta.

-Yo había trabajado mucho con mujeres de élite que pertenecían a los círculos del patriciado del siglo XIX. De pronto, en esta novela hay una especie de revés, es la historia de las otras, las iletradas, de aquellas que no han tenido historias en parte porque no escriben o no leen. Incluso a partir de la experiencia de la escritura literaria de estos años, empecé a trabajar también en la crítica a las mujeres iletradas, sin letras, en cómo acceder a esas vidas y a esas subjetividades femeninas. Algo que me fascina es ver qué pasa con los contactos entre letradas e iletradas, cómo aparecen en la historia y en las películas las mujeres que no leen ni escriben. Parece una historia lejana y, sin embargo, no es una realidad tan ajena, tan del pasado.

-Pensando en tu interés académico por las figuraciones de las lectoras y escritoras, en “Música materna” hay escenas en las que la escritura cobra importancia para quienes quedaron solas en Italia. ¿La escritura fue un tema sobre el cual querías reflexionar también en la ficción?

-Creo que sí, hay una sensibilidad frente a esas realidades, o sea, me sensibiliza, me intercepta, porque por supuesto yo crecí leyendo muchos libros, estudié Letras, así que leo todo el tiempo, pero me interesa ese diálogo con esas otras prácticas. En “Música materna” aparecen algunas imágenes emblemáticas: por ejemplo, la novela empieza con la protagonista y su madre que van a ver a una vecina para que escriba una carta que van a mandar al padre, que ya está en América desde hace tiempo. Y ahí aparece la figura de la mediadora, que cumple la función de ser un contacto entre letrados e iletrados. Esa figuración de la mediadora cultural aparece acá. Son figuras para mí fascinantes, porque es alguien que maneja un pequeño o gran poder, la escritura en el mundo moderno detenta un poder.

-También hay otras escenas de escritura, por ejemplo, cuando la protagonista se junta con las vecinas para ver cómo leen y escriben. ¿Qué exponen estas imágenes sobre las mujeres iletradas?

-En esa escena se ve esa sensación de pobreza cultural, que es la conciencia de sí misma de una persona que no maneja la lectoescritura. Me interesó indagar cómo se inserta socialmente la mujer iletrada y también cómo se autopercibe, esa sensación de algún modo de una minusvalía, que hoy también la podríamos comparar con otras situaciones, como cuando un adulto mayor va al banco y no puede manejar el cajero porque no tiene los conocimientos técnicos. Estas cuestiones están en el corazón del libro y lo atraviesan y tienen que ver con un aspecto constitutivo que a mí me interesa mucho que es la lengua misma. Esta historia se cuenta a través de una protagonista que habla, que cuenta su vida y que se mueve en el tiempo de la memoria, que va y viene, y la hija es la que escucha.

“Yo quería encontrar belleza entre tanta rotura, entre tanto despedazamiento al que se ve obligada una mujer inmigrante cuando tiene que desarraigarse, desterritorializarse y, sin embargo, hay algo que persiste y es esta musicalidad del canto materno”.

-Sobre eso quería preguntarte, elegiste narrar la novela a través de un largo monólogo de una madre que le habla a su hija, cuya voz está ausente. ¿Por qué tomaste esa decisión de que no aparezca la interlocutora?

-Fue toda una decisión que llevó tiempo, me lo pregunté muchísimo. Incluso cuando ya tenía bastante avanzada la novela, todavía pensaba en hacer entrar de algún modo la voz de la hija, tenía textos escritos pero finalmente decantó esta decisión, que fue la que estuvo siempre presente y que la elegí desde distintos lugares, desde uno más intelectual y también te diría desde un lugar poético, por la contundencia de esa voz de la madre y sobre todo de su sintaxis, con esa identidad que trae. Esta novela es una suerte de monólogo, podríamos decir, pero que no se siente, creo yo, porque fluye en épocas, lugares, cruces, porque la memoria va y viene, porque el presente es muy nítido, también el presente del relato, el momento en el que cuenta esta mujer grande que habla desde el ahora. Yo lo que quería era que tuviera sentido el peso de esa identidad en la voz y en la sintaxis. En esa sintaxis -que, como te digo, está en el modo de hablar de esa lengua híbrida, un poco rota también-, el personaje está resquebrajado por los dolores, por el tiempo, hay felicidad también, pero atravesada por esas temporalidades. Todo eso tenía que decantar en esa voz y en una poética. De algún modo, yo intenté ir en busca de una poética a través de la lengua. Es una novela que apuesta a la lengua, a una lengua poética que define a un personaje singular que vive entre distintos mundos, en el sentido de que ella convive con el pasado, que también retiene ciertos modismos, giros, algunos términos del italiano o del dialecto que el personaje trae desde su infancia. Es un modo de demostrar el apego a lo más primario, que es a la tierra que ya no está, la infancia perdida y, por supuesto, la lengua de su propia madre, que está apareciendo, reapareciendo, como si fueran brotes, que nunca se terminan de extinguir por más de que ella esté en otra cultura, en otra época, otra tierra, por más que la lengua en la que hable sea un español a su manera, una argentina a su manera. La singularidad del personaje pasa por la lengua.

Graciela Batticuore es escritora de poesía, narrativa y ensayo, investigadora del Conicet y profesora de Literatura Argentina I en la UBA.

Batticuore dirige la colección Lector&s de Ampersand.

-¿Por qué “Música materna” en lugar de, tal vez, lengua materna? ¿Qué sentidos tiene para vos la palabra música?

-Uno tiene que ver con la cadencia, con la poesía. Yo escucho la música de la novela en ese acercamiento a cierta matriz poética que es la madre. La música materna es esa voz que se repite, cantarina, en los oídos de esta hija que de algún modo transcribe. No la escuchamos, no la vemos, sabemos que está en las otras novelas, “Marea” y “La caracola”, sabemos que es Nina porque la madre la nombra. Pero acá Nina no habla, la que habla es la madre. Tuvimos que esperar a la tercera novela para que aparezca la madre y ahora apareció con todo, con una voz que se impone, que no se olvida, una voz con la que convivimos. Por un lado, está la poesía, la cadencia, la musicalidad en la lengua que a mí me importa mucho. Yo quería encontrar belleza entre tanta rotura, entre tanto despedazamiento, al que se ve obligada una mujer inmigrante cuando tiene que mudarse obligadamente, cuando tiene que desarraigarse, desterritorializarse y, sin embargo, hay algo que persiste y es esta musicalidad del canto materno. Pero, por otro lado, también está el mundo de la hija, que no habla, pero es la que transcribe la historia. El libro me parece que toca esas puntas; la que es más ostensible es la oralidad, porque la que habla es la madre, para mí su voz fluye, es como un río. Yo no quería una lengua trabada sino que fluyera, aún cuando la sintaxis de la madre tuviera vueltas. Ese fluir también tiene que ver con la idea de la maternidad, me parece que siempre es como el agua. Estoy pensando en la imagen uterina, las aguas de la madre, la voz de la madre.

“(La novela) es una reivindicación del habla de la mixtura, de la rotura, del desarraigo, que tiene una textura de remiendos, porque se habla una lengua “mal aprendida”, el español, que no puede desaprenderse de la lengua primaria, natal, materna”.

-Además, ¿podría pensarse como música esta lengua de frontera, entre el italiano y el español? Sería una música por momentos disonante en la que resuena el desarraigo, no solo por irse de su tierra, sino por desapegarse de su lengua.

-Completamente. La novela anterior, “La caracola”, empieza con el cuento de Nina de su familia italiana y hay una reflexión sobre la lengua, sobre la música que escucha, que es en italiano, y también qué pasa con la lengua de la madre vista desde la perspectiva de la hija. Efectivamente, yo pensé mucho en eso, qué musicalidad adquiere esa lengua de frontera. La narradora de “La caracola” dice que la percibe como una lengua sucia, bastarda, porque la madre habla mal, no habla en español ni italiano, algo que da vergüenza a la hija. La vergüenza de la hija en la novela anterior es una celebración del canto materno en esta novela. Es una reivindicación del habla de la mixtura, de la rotura, del desarraigo, que tiene una textura de remiendos, porque se habla una lengua “mal aprendida”, el español, que no puede desaprenderse de la lengua primaria, natal, materna. Entonces, yo me propuse en esta novela poetizar y celebrar esa lengua del desarraigo porque me parece que también de ese idioma estamos hechos los argentinos. Lo digo jugando un poco con esa expresión que viene de un conocido ensayo de Borges donde más bien dice lo contrario, es un viejo ensayo escrito en otro momento, pero por donde se trata de ir hacia el purismo y a una lengua más vinculada a lo criollo. A mí me gusta pensar que nuestra lengua también está hecha de toda esa contaminación, no solo de este tipo de inmigración. Yo trabajé con una familia inmigrante italiana, pero esta novela me hizo pensar mucho en lo colectivo, en lo social, como representativo de otras historias, otras familias, otras inmigraciones.
Me parece interesante pensarlo con cosas que nos pasan hoy en día. Por ejemplo, cuando decimos “vamos al chino” y escuchamos otras lenguas y cómo el español se mixtura con otras raíces y experiencias migrantes. Bueno, el mundo cambia pero no tanto, las historias se repiten con otras formas y los traumas, los conflictos, las resoluciones, capaz que también. El tema de la lengua me parece constitutivo de las identidades y me parece una linda puerta para mirar muchas de las preocupaciones que nos atraviesan hoy en día, tanto en relación con la vida de las mujeres como las guerras, las desigualdades sociales, los autoritarismos, en fin, tantas cosas. Y en el medio de todo eso, también está el poder acceder a la lectura y la escritura, que es un bien simbólico que parece naturalizado pero no todos leemos ni escribimos o tampoco lo hacemos de la misma manera.

“Cuando salimos del campo para volver al pueblo los vimos y él me decía camina, María, camina adelante mío y no mires nada más. Pero yo tenía paura. No quería caminar porque tenía que pasar arriba de los muertos. Y él me decía, camina adelante, María, no mires nada más”, cuenta la narradora de Música materna. 

 

-La novela contiene recuerdos desgarradores de la Segunda Guerra Mundial en Italia. Hay descripciones del hambre, de los bombardeos, de caminar sobre cuerpos muertos. ¿Hasta qué punto te interceptó escribir estas escenas del horror como escritora y como descendiente de una familia que escapó de la guerra?

-Yo te diría que fue muy importante para mí, porque de pronto hice contacto con algo que siempre había visto de lejos, que siempre me había parecido una historia completamente ajena. Eso también aparece en “La caracola”, cuando la hija dice qué guerra después de que la madre le cuenta que había estado en la guerra. La Segunda Guerra transcurre en otro mundo, que es un pasado casi prehistórico para el personaje. Escribir acerca de eso, leer acerca de eso, meterme adentro del personaje, me permitió acercarme, hacer contacto. Cuando estaba preparando la novela, hice entrevistas y trabajé mucho con los relatos de mi mamá en la vida real; mi mamá es italiana y muchos ingredientes de la novela vienen de ahí. Ella estuvo en la Segunda Guerra en un pueblo de Italia, pero nunca hablaba sobre el tema, o sea, siempre supe que había estado, pero en mi casa no se hablaba de la guerra. Cuando estaba preparando la novela, viajé al pueblo de mis padres, que es el que aparece en la novela, y entrevisté a otras personas, ancianas y jóvenes. No sabía que la guerra iba a tener tanta importancia cuando empecé el proyecto, pero a medida que fui escuchando y conectando, de repente sentí que era uno de los temas candentes. Y con mi mamá pasó algo muy especial, porque ahora resulta que habla bastante del tema, que antes estaba vetado; de los muertos y de la muerte no se hablaba. En ese sentido, hay muchos estudios sobre literatura y vida, sobre para qué escribir literatura… Esta novela movió algo o mucho en mí, en mi mamá y a otras personas que entrevisté. Fue, entonces, una experiencia interesante, sensible, que le da sentido al trabajo, porque de pronto, además de escribir una novela lo mejor que puedo y que tenga un valor literario, hay una coda más importante para mí que tiene que ver con lo personal, lo carnal, lo visceral.