“Gorilismo por todos lados” y una grieta que se profundiza
Por Hugo E. Grimaldi
Gorilas de toda laya y contexto se hacen notar cada día más en la geografía política de la Argentina. La expresión popular referida a los golpistas de 1955 ha ido mutando con los años y, por extensión, a dicho término se lo puede asimilar por estos días a todos quienes buscan alterar el designio más que simple que estipula la democracia: el que gana por un voto es quien marca el paso por cuatro años y el que pierde, aunque sea por la mínima, está para criticar aquello que no le gusta, puede acompañar a veces o votar en contra en el Congreso, pero también debe proponer cómo hacerlo mejor.
A tamaña simpleza parece que ya se la ha comido el clima electoral, porque en política nada debería ser irreconciliable, tal como parece verificarse por estas horas de tensión, si se considera su ejercicio como un supuesto arte para superar los conflictos, aunque en el proceso de gorilismo extremo que ha quedado a la luz mucho tiene que ver la dificultad de sintonizar los canales de la convivencia democrática.
Pasado el discurso de Mauricio Macri ante la Asamblea Legislativa que desde la política dividió claramente las aguas y así lo testimonian las mutuas pedradas verbales y gráficas con el kircherismo, ahora llegarán otras tensiones no menores: el paro docente del lunes y martes, la movilización de la CGT, la presencia de Cristina Fernández en los Tribunales y hasta el aprovechamiento político que surge de la huelga de los futbolistas.
Y todo esto se manifestará casi al unísono, sin sumarle la larga fila de ex funcionarios K acusados ante la Justicia de todo tipo de tropelías y los líos bastante graves que tiene el propio Presidente con los llamados “conflictos de intereses” por negocios presentes y pasados de su propia familia, temas que en nombre de la “transparencia” prometió enmendar con dos decretos que pretenden impedir que aparezcan y con una futura Ley de Responsabilidad Penal Empresaria, pedida por la OCDE, que busca castigar a las empresas que paguen coimas.
Todo este agotador peloteo que involucra el calor del día a día le pone un marco, además, a la enfermiza pasión por la ansiedad que tienen los argentinos, quienes ya ven las elecciones legislativas de octubre a la vuelta de la esquina y observan de modo cada vez más evidente la situación de polarización que, más allá de las conveniencias del Gobierno, objetivamente existe entre Macri y Cristina.
Con la pelea ya instalada no es extraño que los dardos se sigan cruzando a mansalva y que, en ese tironeo, la paranoia gubernamental se refiera al ánimo destituyente de la oposición kirchnerista aunque, desde ese lado, no hay que olvidarse que tamaño extremismo funciona casi como un reflejo para buscar algún reaseguro tribunalicio. Mientras tanto, el antiperonismo, que poco distingue entre las diferentes vertientes que hoy juegan en la misma cancha, se ensaña con todo lo que recuerde los postulados de Juan Perón, incluidas ciertas banderas que este gobierno dice querer resguardar.
Lo cierto es que hay gorilas de los dos lados y lo más notable es que de ambas vertientes recibe palos el Gobierno. Como se trata de extremismos, están los más venenosos, quienes muestran sus pelos por las redes sociales y los medios descalificando la historia y las múltiples mimetizaciones que sufrió el Movimiento para seguir estando en el poder. Básicamente, critican que lo haya hecho con una receta económica que permitió que el mundo se le adelantara demasiado a la Argentina en sus tantos años de vigencia y tras sus casi cuatro décadas en el ejercicio de la Presidencia. Un alto funcionario del palo peronista que comentaba el tema con este periodista le confesó que “de este tipo también tenemos adentro del Gobierno”.
Del otro lado, están los venenosos del nuevo gorilismo, quienes sostienen sin pelos en la lengua, por ejemplo desde el sindicalismo peronista, tal como hicieron en la semana dos de los tres secretarios generales (Juan Carlos Schmid y Héctor Daer), que si no hay “modificaciones en este rumbo económico” seguirán las hostilidades de la CGT y se llamará a un paro nacional.
Que los carteles que se desplegaron en el Congreso frente al presidente de la Nación el día de su discurso hayan marcado un enfático “no al ajuste” o el “yo te vi endeudar de nuevo al país” o que las redes sociales y los medios afines al kirchnerismo busquen instalar que “Macri gobierna para los ricos”, eso está dentro de las reglas de juego de la democracia de ejercer la crítica opositora y de bajarle el precio al adversario y aún de votar en contra de todo lo que no se quiera en el Congreso, en defensa de sus votantes.
Sin embargo, lo que resulta a todas luces indigno han sido ciertas manifestaciones orgánicas de algunas vertientes kirchneristas que deben creer que todavía pueden dictar las políticas y de ellas están llenas las redes sociales con nombres y apellidos. Quizás a tan perentorias exigencias les podría caber el mote de patéticas, pero lo cierto que son desastrosas expresiones antidemocráticas.
Ni qué decir de las aristas políticas del mismo tenor que tiene el paro docente de 48 horas, cuyo epicentro estará en la provincia de Buenos Aires y cuya segunda jornada será para concurrir a la marcha de la CGT. Qué otra cosa más que gorilismo puro es dejar a los chicos sin clases, sobre todo a los más pobres que necesitan de la escuela pública. Y si lo hicieron para evitar que se beneficie la imagen de la gobernadora María Eugenia Vidal, mucho peor.
Y ni qué decir si, al revés, desde el gobierno bonaerense se especuló con la tensión de la cuerda para que la opinión pública observe los aprovechamientos de los dirigentes gremiales, especialmente el más criticado y acusado de kirchnerista, Roberto Baradel. Hasta el Presidente derrapó bastante al nombrarlo en el Congreso, situación que hasta generó una suerte de autocrítica en algunos miembros del Gobierno.
La cuestión del ingreso de los maestros no es nada sencilla de abordar, porque hay en juego dinero en los bolsillos, pero la lógica del reclamo no tiene mucho que ver con la compleja ingeniería que armaron los gremios para burlarse del Gobierno, aunque también de los padres de los alumnos. Mientras a nivel nacional se repitió la exigencia de fijación del piso salarial del cargo de maestro de grado, algo que la Nación jura que ya había sido acordado el año pasado de modo automático bajo una fórmula que derivaba del salario mínimo, vital y móvil y se llamó a la huelga, en las provincias los dirigentes se sentaron a conversar y el asunto se fue dilatando hasta este lamentable final.
La realidad en la Provincia
En la provincia de Buenos Aires, las negociaciones pasaron primero por el rechazo al ofrecimiento de 18 por ciento más una cláusula gatillo trimestral que equiparaba la situación a la inflación que se pudiere registrar en 2017. Al amparo de que no todo el periodismo entendía qué pasaba, mientras la CTERA hacía su jugada nacional, los gremios provinciales manipularon la información -que nunca fue contrarrestada oficialmente- y dijeron que se les ofrecía “150 pesos” al docente que recién se inicia.
Luego, se clarificó mejor la cosa y se les ofreció directamente un porcentaje para compensar la inflación de este año y, como en el caso anterior, la gran diferencia pasó por el ajuste retroactivo, que para los gremios es de más de 10 puntos, mientras que el gobierno de Vidal aseguraba que “no existe”. Pese a ello, el viernes la provincia ofreció una suma fija para compensar parte del supuesto desbalance y también fue rechazada.
La misma gobernadora se expuso en varias oportunidades, explicando el tema de modo muy sentido en su discurso ante la Asamblea bonaerense, luego en una conferencia de prensa y por último, en una carta a los docentes solicitándoles reflexión. Lo más concreto es que los funcionarios recuerdan que hoy la provincia se está endeudando y que los aportes nacionales pueden venir flojos, por lo que dicen que no les sobran fondos, aunque los gremios piden que se reasignen partidas.
Pese a todo, aun si se hubiera llegado a un acuerdo en La Plata, el paro que decretaron las organizaciones gremiales nacionales por la supuesta falta del ministerio de Esteban Bullrich le otorgó a los sindicalistas bonaerenses la excusa perfecta para seguir adelante con el paro. Y, de hecho, fue lo que dijeron cuando las autoridades bonaerenses les impusieron legalmente una conciliación obligatoria como medida extrema para desactivar la medida de fuerza, artilugio que parece no haber servido para nada. Quizás debió haberse seguido el mismo temperamento a nivel nacional para desactivar el paro mayor y no se hizo.
Sobre el conflicto docente es bien interesante repasar los números que arrojó una encuesta nacional de 1.000 casos, conocida durante este fin de semana, que hicieron D’AlessioIROL y el consultor Sergio Berensztein. El relevamiento indicó que el reclamo de los educadores es percibido como una medida “justa” por la mayor parte de los consultados (65 por ciento), aunque 20 por ciento del universo consideró que si bien el pedido de aumento de haberes resulta adecuado, la medida de fuerza es excesiva.
Sin embargo, lo que marca la gran diferencia en la percepción de la gente está en el desagregado que surge del voto en el balotaje en las últimas elecciones: ocho de cada diez consultados (81%) que dijo que el paro es “justo y razonable” votó por el Frente para la Victoria y apenas 11 por ciento lo hizo por Cambiemos. Otro tanto pasó cuando se hizo la consulta sobre si el paro es “político”, ya que 73 por ciento que votó al actual Presidente dijo que “sí” y 14 por ciento que lo hizo por Daniel Scioli contestó que “no”. Los datos se dan justamente a la inversa entre quienes sostienen que sólo se trata de una movida “gremial”.
Más allá del drama de los alumnos sin clases, tema prioritario que excede a la pelea Macri-Vidal vs Baradel, el plato fuerte político de esta encuesta pasa por mostrar hasta dónde ha retornado la grieta a partir de los extremismos de ambos lados. Y la cosa se torna mucho más complicada cuando, desde los dos lados, el gorilaje vernáculo utiliza micrófonos y redes sociales para cavar a diario y hacerla más profunda.
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