Gustavo, el ermitaño de profundos ojos azules que amaba a los gatos
Su identidad completa fue siempre un enigma que este domingo a la noche Justicia procuraba dilucidar. Su cuerpo fue encontrado entre las piedras de Cabo Corrientes, donde vivía.
Foto: Gentileza Infobae.
El hombre, de ojos profundamente azules y larga barba, vivía en el sector costero desde hace años. Con lonas había construido su casa entre las rocas, muy cerca del mar, junto a gran cantidad de gatos que se encargaba de criar.
Conocido como “Gustavo”, su identidad completa fue siempre un enigma que este domingo a la noche Justicia procuraba dilucidar al encontrarlo muerto entre las piedras. Amable, simpático y abierto a la conversación, siempre mantenía un manto de misterio sobre sus orígenes, aunque se supone que nació y se crió en Mar del Plata.
En sus conversaciones -e incluso en su pasión por la crianza de gatos- se entrelazaban cuestiones místicas, numerología, el I Ching, teología y budismo.
El verano pasado un usuario de facebook publicó que Gustavo necesitaba ayuda para alimentar a sus gatos y eso repercutió en un sinfin de colaboraciones que lo sorprendieron.
Hace pocos meses, un periodista de LA CAPITAL se detuvo a dialogar informalmente con él. En esa oportunidad aseguró que la convocatoria de facebook había sido “mal entendido” y que había recibido más cosas de las que necesitaba.
Su evidente intención era vivir con estrictamente los necesario, fuera del marco de una sociedad de la que -según decía- se había retirado por sentirse aprisionado y agredido.
La enimgmática presencia de Gustavo generó los más diversos mitos que trataron de explicar su vida de ermitaño entre las rocas. donde sólo tenía dos colchones viejos, baldes y enseres indispensables.
Una radio portátil era su único “suntuario”, pero sólo la empleaba para escuchar dos programas “La Voz de la
Noche, con Mariló López Garrido, en Radio Continental, y meditaciones metafísicas de Saint Germain que pasan a en la 89.5”.
En la comunidad marplatense llegó a instalarse el mito de que “había perdido un hijo en el mar” y que eso explicaba su estilo de vida. No existe la más mínima probanza de que eso haya ocurrido, a lo que se suma que leyendas similares suelen tejerse en torno a personas que viven en situación de calle.
Si bien era común que la gente se acercara a proporcionarle alimentos, se mostraba reacio a recibir donaciones en demasía, aunque aceptaba gustoso que le aproximaran huevos -que comía crudos- alguna fruta y dulce de batata, que generalmente mencionaba, como si tuviera por ese alimento una especial predilección.
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