Gerardo Romano vuelve con la obra en la que su “ser espiritual” se funde con el protagonista
Con nueve temporadas encima y un perfeccionismo que lo caracteriza, asegura que se ha convertido en "un judío común y corriente".
Gerardo Romano como Emmanuel Goldfarb.
En su novena temporada con “Un judío común y corriente”, Gerardo Romano vuelve con este unipersonal por dos únicas funciones, este martes 14 y miércoles 15, a las 21.30, en la Sala Astor Piazzolla del Teatro Auditorium.
Una obra con un mensaje determinante que “tiene que ver con la religión y el tema de la existencia de Dios y de la vida después de la muerte. Son los temas que no tienen solución para el hombre. Trata de este problema de una raza, que tiene convergencia con otras religiones que son el cristianismo, catolicismo y el islamismo que junto con el judaísmo, son los monoteísmos más populosos, que abarcan cinco mil millones de personas y ven como el mundo se deshace en pedazos y como la codicia arruina las relaciones humanas y las relaciones espirituales” relató el actor en diálogo con LA CAPITAL, en pos de intentar explicar a qué se debe la trascendencia de casi una década de este espectáculo.
Dirigida por Manuel González Gil y escrita por Charles Lewinsky en versión en español de Lázaro Droznes, esta obra posiciona al profesor Emanuel Goldfarb en un debate interno respecto a qué debe hacer ante una invitación a una charla con estudiantes de la Berlín de hoy, quienes tras estudiar el nazismo, quieren conocer a “un judío común y corriente”.
Es entonces que el protagonista revisa los principales puntos de argumentación por los que considera que no debe aceptar esta invitación y presenta su visión sobre la problemática contemporánea de los judíos fuera de Israel y sobre los problemas específicos que plantea para un judío la vida en un país cuya población vive bajo el peso psicológico de las consecuencias del nazismo.
Romano afirmó que no puede parar de hacer esta puesta, donde su “ser espiritual” se funde con el de Emmanuel Goldfarb, el judío que protagoniza esta historia. Según él “podrías dialogar con Emmanuel o Gerardo y encontrarías que poseen la usina del pensamiento en el mismo lugar”.
Ahora bien, el actor ha reiterado en diversas ocasiones que “el genocidio nazi es como el modelo de identificación del terrorismo de Estado argentino” y de esta manera ha encontrado una línea transversal entre su historia personal, quien vivió la dictadura militar en nuestro país, y la de su personaje, un judío alemán que sobrevivió al Holocausto.
¿Será allí dónde reside la empatía del público con esta temática? Para el protagonista, los espectadores “después se dan cuenta de que de algún modo, no es igual, es peor. Porque el genocidio nazi, desde que Hitler se expresa en ‘Mi lucha’, busca la supresión de un colectivo racial religioso: el judaísmo entre otros. Y en la Argentina la desaparición de personas estaba relacionada con la tortura a las personas antes de tirarlas vivas y dormidas de un avión, que tenían un grado de exquisitez, si me permitís con respeto a la palabra, en materia de tortura que figuran en el libro ‘Nunca más'”.
Pero lejos de traer soluciones, este unipersonal le propone al espectador presenciar cómo se piensa a este problema y, para su protagonista, “verbalizar el problema es un principio” cuando “no pensarlo ni verbalizarlo es estar siempre en el punto cero”. De esta manera, contundente profundo, testimonial y documental, por 80 minutos Romano saca a flor de piel al judío que tiene “adentro”.