Genera malestar la decisión de jardines de no aceptar niños de 3 años que usan pañales
La postura de algunas instituciones educativas de no aceptar chicos de 3 años con pañales, invita al debate y plantea la necesidad de repensar la medida.
Por Albertina Marquestau
@albermarquestau
Baño, pis, pañales, clases; baños, pis, pañales, clases… Las palabras resuenan en la cabeza de María Soledad las 24 horas desde hace dos meses y, a medida que se acerca el 29 de febrero, las siente más fuerte. Su hijo comienza la sala de 3 años y usa pañales. En el colegio marplatense que lo anotó fueron tajantes: “Si no dejó los pañales, no puede empezar”. Como si esto fuera poco, debió firmar un consentimiento que dice que la institución no cambiará a su hijo/a si se hace caca. La medida de la escuela algunos las justifican en probables acusaciones que puedan recibir los docentes, pero….¿es realmente necesario llegar a estos extremos? ¿Por qué se toma esta determinación con un niño cuando en un adulto sería inviable? ¿No habría que respetar los tiempos madurativos de los chicos? ¿Por qué los padres cuestionarían a las mismas personas a las que confían la educación de sus hijos? ¿Por qué algunos padres sienten temor que un “extraño” cambie a su hijo? Los interrogantes son muchos, y de nuevo se desata una polémica que encuentra posturas diferentes y que tiene un sólo protagonista: el niño/a.
“No hay normativa que diga que no se puede cambiarlos. Resulta casi obvio decir que un niño no puede estar sin ser cambiado“, explicó Omar Mancioni, inspector jefe regional de Dipregep a LA CAPITAL. En este marco agregó: “La reglamentación establece que, ante cualquier hecho que suceda dentro de la escuela, la responsabilidad es civil, o sea que depende de lo que indica expresamente el Código Civil. No existe reglamentación alguna a la fecha, que diga que hay una responsabilidad pura y exclusiva por cambiar un pañal o limpiar a un niño en el baño”.
En el Decreto 2299/11, Reglamento General de Instituciones Educativas de la Provincia de Buenos Aires, expresa en el Capítulo II que dentro de los fines de trabajo del personal docente está la tarea de “cumplir con el cuidado integral de los alumnos, de acuerdo a las prescripciones legales vigentes”.
Consultado sobre cómo se plasma este accionar Mancioni expresó que “hay instituciones que dan recomendaciones a los padres y a los docentes, otras que optan por cambiar a los niños con la ayuda de otro integrante del establecimiento educativo.”
Patricia Domato, profesora y formadora de futuros docentes de Inicial en el Instituto Idra, se preguntó si cambiar o no a los niños en el jardín, es ¿verdad o consecuencia? Entonces dijo que este proceder es “indispensable” por varias razones, “por las propuestas de aprendizaje que se realizan con variedad de materiales que manipulan y disfrutan como témperas, dáctilo pintura, agua, arena, espuma, etc; por las actividades específicas como natación que requiere el traje de baño; por la etapa evolutiva de los alumnos en cuanto al logro del control de esfínteres; porque en los momentos de alimentación la motricidad también se afianza paso a paso; por la cantidad de horas que asisten al jardín que también demanda cambios de ropa -especialmente con jornada extendida-, y cuando se descomponen, se mojan, o se ensucian”. En este marco Domato -en diálogo con este medio- se preguntó: ¿Trae consecuencias realizarlo o no? Si no cambiamos a los chicos cuando la situación lo requiere, sería imposible continuar con algunas actividades. Y si cada vez que necesitamos cambiarlos tenemos que llamar a un familiar o buscar la autorización, buscar a la docente que se anima, a la directora o la preceptora, sería muy complicado operativamente y en muchos casos incómodo para los chicos”.
En otros casos -continuó-, y teniendo muy en cuenta los problemas actuales, “si cambiamos la ropa de los alumnos y los familiares posteriormente nos cuestionan, presentan quejas y hasta demandas judiciales; quita las ganas de hacerlo replanteando quién debe hacerse cargo de hacerlo“. Entonces ¿qué hacemos?, se preguntó la profesora, los cambiamos o no.
La verdad que “toda acción docente y humana tiene sus consecuencias por acción u omisión. Es algo obvio y necesario entre las tareas del docente, natural y casi espontánea cambiar la ropa o los pañales de los pequeños de jardín cuando se requiera”. Domato consideró que el docente “tiene que hacerlo, es parte de su desempeño responsable al trabajar, entre las demás tareas que le son propias en su rol y no menos importantes como enseñar”.
Entendió que “lo que hay que cambiar” además de la ropa de los niños en la escuela, “es el ‘ropaje’ en el vínculo entre las familias y la escuela. ¿Qué nos cubre? ¿Qué nos protege de las inclemencias? ¿Qué nos deja a la intemperie? ¿Qué está a la moda? ¿Y las texturas y las tramas?”
En el profesorado de formación docente trabajan todas estas cuestiones con los alumnos que, como futuros educadores, los inquietan. “Todas problemáticas que es verdad que atraviesan ‘lo escolar’ como consecuencia emergente de ‘lo social’ sin ninguna duda. Y son tan cotidianas como profundas: vínculo de respeto y sostén diferenciando lo público de lo privado -lo íntimo-, desarrollar la confianza mutua, sentir la pertenencia a un proyecto institucional siendo responsables, tener un desempeño profesional de la tarea docente, comprometernos a trabajar con la escuela y con las familias”, concluyó.
Para el psicólogo Pablo Kersner, con estas temáticas “pasamos a un extremo donde todos los que trabajamos con niños somos potenciales abusadores”. Por eso entendió que “los docentes no pueden trabajar con esa presión” porque “quienes lo sufren son los chicos, ya que las maestras terminan ejerciendo, como sucede con los médicos, una medicina defensiva en la que se le pide al paciente muchos estudios por temor al juicio por mala praxis“. Entonces Kersner consideró que “la maestra termina ejerciendo una docencia defensiva -no cambia un pañal, o no se sube un niño a la falda por temor a ser acusada-, por lo tanto se hace muy difícil la docencia si no hay libertad a la hora de trabajar”.
Por otra parte, el psicólogo consideró que “cada niño tiene sus tiempos para dejar sus pañales y no debe esto responder a los tiempos que establece una normativa escolar”. Por último dijo: “Creo que es un tema que desbordó el debate, la escuela debería trabajarlo puertas adentro antes del inicio de clase”.
“Desde el punto de vista médico, esto no se justifica”
El pediatra Norberto Recalde es claro: “No hay una norma que diga que a los 3 años se deben controlar los esfínteres. Los seres humanos, como seres biológicos que somos, no somos perfectos. Entonces el control esfinteriano responde a la misma ley biológica”. El profesional (MN 79405. MP 92673), que es secretario Científico y de Educación Continua de la Sociedad Argentina de Pediatría (filial Mar del Plata), explicó que el control de efínteres ocurre “alrededor” de los 3 años. Pero “no es una norma que a esa edad tenga que suceder”. En este marco el pediatra ejemplificó: “Habitualmente el ser humano comienza a caminar alrededor del año de vida, pero hay algunos que lo hacen a los 11 meses y otros a los 15, en ese rango es normal. Con el control esfinteriano pasa lo mismo”.
El médico explicó que “médicamente no se justificaría poner un límite para que un niño deje los pañales. Sí entiendo que esto responde a otras cuestiones, pero no son médicas”. A lo que añadió: “De hecho no hay una norma que diga que a los 3 años deben controlar esfínteres. Sí es cierto que hay un alto porcentaje que sí lo hace, pero desde el punto de vista médico, esto no un motivo que lo justifique”.
Para Recalde, habría que “reflexionar sobre la parafernalia de una sociedad que teme que a un hijo de 3 años le cambien o no el pañal pero, sin embargo, hay salas de lactantes desde los 45 días. ¿Qué sucede con esos bebés? ¿no les cambian el pañal? Si desconfiamos de la señorita de sala de 3, ¿no la hacés también de la lactantes?”. Entonces el pediatra invitó a la reflexión: “Como sociedad debemos respetar los tiempos madurativos de los chicos y este planteo de parte de la escuela tiene que ver con otras cosas ajenas a la maduración”. A la vez que añadió: “Pensar en la madre desesperada porque el chico deje los pañales, es una locura. Pero esto se genera desde las instituciones y de los padres que también compran eso”.
El pediatra aportó otro dato sobre el cuestionado accionar de algunas instituciones educativas al decir que hay jardines en Mar del Plata que les toman examen de ingreso a los chicos de sala de 5 años. “Si el niño/a no tiene las pautas madurativas, lo discriminan. Esto es sin duda innecesario.
Quien haya dado muchos exámenes en su vida se da cuenta de que esto no es así. Pasar por una situación de examen es estresante”.
Para el prestigioso profesional, este tipo de situaciones se dan porque “la sociedad es tan agresiva, que la gente tiene miedo de lo que demanden por cualquier cosa y se toman conductas defensivas que son cuestionables”. Entonces se remitió al ejemplo de la “medicina defensiva” que se da cuando un especialista, por ejemplo. manda a un paciente a realizarse una biopsia de cerebro porque le duele la cabeza y tiene miedo que lo demande. “Es una locura, pero eso pasa hoy en nuestra ciudad”, dijo.
En el caso puntual de la exigencia de no usar pañales, “esto entiendo es porque la sociedad argentina es agresiva, demandante, con baja tolerancia a la frustración, con mucha tendencia a echarle la culpa al otro. Lo que se debería es trabajar para que esas cosas no sucedan y nadie pregunte quién tiene la culpa”. Y propuso la realización de reuniones de padres en las que se explique que “ninguna de las señoritas es una abusadora y que ellas le van a lavar la cola a sus hijos porque a nadie le gustaría estar hecho caca durante varias horas. Pero esto no sucede”.