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La Ciudad 13 de enero de 2019

Ganaron los esfuerzos conciliatorios y ya se impone el ritmo de campaña

La gobernadora tuvo una fuerte intervención para apaciguar el conflicto de los municipales. El obispo ayudó. En el gobierno continuaron las desinteligencias. Encuentros y desencuentros preelectorales.

La otra conciliación. Mestre juntó a las partes para mediar en el conflicto de los municipales.

Por Ramiro Melucci

Mar del Plata vuelve a ser, como todos los veranos preelectorales, la capital política del país. En este punto del mapa dirigentes nacionales y provinciales empiezan a promocionar sus aspiraciones. Sin distinción partidaria: desde los kirchneristas y los macristas hasta los peronistas divorciados de Cristina Kirchner.

En ese escenario poblado de contenido político, la gobernadora María Eugenia Vidal, que eligió otra vez Mar del Plata para sus salidas veraniegas, notó con desazón que los grandes medios nacionales no solo se hacían eco de las recorridas y las posibles reuniones de los presidenciables: también iban ganando terreno las noticias sobre la ciudad desordenada y sucia que había sido afectada por el conflicto municipal.

La mandataria bajó la orden de que se decretara una tregua. A como diese lugar. Entonces entró en acción su ministro de Trabajo, Marcelo Villegas, que encontró un vericueto para determinar una conciliación en un conflicto que ya había recurrido a esa figura.

La decisión fue un bálsamo para las dos partes. Para el gobierno de Arroyo, porque veía desmadrarse la ciudad en pleno verano. Para el gremio de Antonio Gilardi, porque ya empezaba a pagar costos por la parálisis de casi un mes.

La otra gestión que tendió a apaciguar los ánimos fue la que inició el obispo Gabriel Mestre el fin de semana pasado.

En un principio dudó en intervenir. “Veía muy oscuro todo”, reveló. Luego aprovechó su buen vínculo con el secretario general de la CGT, Miguel Guglielmotti, para contactar a Gilardi, con quien se vio en el Obispado el domingo a la tarde. La reunión fue secreta: Mestre buscaba evitar que en el gobierno de Arroyo se leyera ese primer encuentro como una señal de favoritismo por el gremio. Al otro día, en el mismo lugar, se entrevistó con el intendente. Recién allí reveló que ya se había reunido con Gilardi. Esos encuentros desembocaron en la mesa de diálogo conjunta que mostró en el Obispado a sindicalistas y autoridades municipales sonrientes.

Mate de por medio, hubo momentos de bromas y chicanas. Y en los instantes en que se trató la cuestión que los convocaba asomó una coincidencia: las agresiones y las palabras hirientes no deben tener lugar en el conflicto. Hablaban, claro, de las actitudes del siempre conflictivo Hernán Mourelle.

El mismo día que recibió al gremio municipal y a los funcionarios, Mestre también recibió otra visita que marca su involucramiento en los conflictos de este verano: Néstor Nardone, el secretario general de los guardavidas, que venía de decretar un paro por tiempo indeterminado, pasó a saludarlo. Ese conflicto derivó también en una conciliación obligatoria. Dejar sin guardavidas la playa de Mar del Plata un fin de semana de enero era una incitación a la tragedia.

En medio de los esfuerzos conciliatorios de la gobernadora y el obispo volvió a haber, como la semana anterior, gestos y frases que restaron más de lo que sumaron. El intendente y el secretario de Hacienda dijeron a coro que el salario bruto promedio de un municipal es mayor a los 50 mil pesos. Los comentarios profundizaron el malestar del personal.

Peor la pasaron los empleados del Concejo. Mourelle les hizo pagar su guerra con los concejales. No realizó la ampliación presupuestaria correspondiente para que los trabajadores cobraran en tiempo y forma. Argumentó que el presidente del Concejo, Guillermo Sáenz Saralegui, nunca la solicitó. Pero detrás de la demora todos supieron que, más que una cuestión administrativa, existía un diferendo político.

Lo sospechó, también, el propio intendente. Arroyo dejó en evidencia a Mourelle con un memorándum en el que le hizo saber que no quería volver a pagar el costo político por una situación que pudo haberse evitado. Escribió que su voluntad era que los empleados del Concejo cobraran sin dilaciones. Y le recriminó a su secretario el incumplimiento.

Algunos recuerdan que el intendente ya una vez tuvo que pedir disculpas por declaraciones de Mourelle sobre los clubes. Pero esta vez pareció una molestia en serio. El mero hecho de que se la haya comunicado por escrito le otorgó mayor suntuosidad.

Los radicales vienen clamando medidas de ese tenor. Vilma Baragiola exigió límites para Mourelle. Maximiliano Abad reclamó romper “el círculo de conflicto, deterioro institucional y demoras”. Cristina Coria directamente pidió que el secretario se vaya.

El funcionario, en rigor, pareciera tener vía libre para decir lo que se le ocurra. Con autoridades nacionales y provinciales de gira por la ciudad, sostuvo que Mar del Plata se ve discriminada por la absorción de subsidios al transporte. Esa fue una decisión de Provincia. Y encierra una incógnita para las finanzas comunales. El municipio tendrá que otorgar a las empresas de transporte entre 200 y 250 millones de pesos. No hay posibilidades, insiste Mourelle, de que salgan del erario municipal. La opción sería aumentar el boleto, que además demandará nuevos ajustes por la inflación.

La alianza volverá a crujir en el tratamiento del presupuesto y las ordenanzas fiscal e impositiva. Mourelle y compañía ya tomaron una decisión polémica: dividieron el calendario de pago de la TSU en ocho cuotas y no en 12 como el año pasado. Eso implicó que la primera cuota de 2019 fuese más alta que la última de 2018. Como no hubo comunicación oficial, pareció un aumento aun cuando el Concejo ni siquiera comenzó a tratar el expediente. Otro costo para la cuenta de Arroyo.

Antes de pedir la dimisión de Mourelle, Coria analizó otro asunto. Partió de la certeza de que tarde o temprano el Concejo aprobará un aumento de tasas. Y que ese incremento obligará al municipio a emitir facturas adicionales durante el año. Por eso solicitará que no haya ningún ajuste correspondiente a la primera boleta de 2019. “Hubo un mes sin servicios, no le podemos hacer pagar a los contribuyentes por ese mes”, postula.

Por otro andarivel se desliza el carrusel electoral. Arroyo volvió a dar la nota al recibir en su despacho al ultraderechista Alfredo Olmedo. “Coincidimos en un 95%”, dijo el diputado por Salta que pregona la vuelta del servicio militar obligatorio. La foto constituiría un mensaje interno: si no puede competir por Cambiemos, el jefe comunal lo haría con piloto amarillo. La alternativa le provocaría un daño electoral al oficialismo en Mar del Plata.

En la oposición también hay revuelo. Acción Marplatense salió a desmentir un encuentro de Gustavo Pulti con Felipe Solá y Facundo Moyano. Lo hizo porque el ex intendente está expectante por los resultados de las encuestas y todavía no definió a sus socios nacionales. Mantiene vínculos con el massismo y el kirchnerismo. Podría, por eso mismo, competir en primera instancia con Ariel Ciano o Fernanda Raverta. Pero en momentos en que ni siquiera está definido el calendario electoral dilucidar sus pormenores es todavía demasiado pretencioso.