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Opinión 18 de mayo de 2023

Galimatías, en un año electoral

Por José Félix Calabrese

En este contexto el 25 de mayo y su impostergable actualidad reafirma en nosotros el sentimiento de una gesta inconclusa que a cada momento se nos presenta como un desafío. La vocación de libertad, el llamado hacia la libertad, es una voz íntima e inquietante que cada ciudadano de una nación lleva en su interior y que busca el logro de realidades concretas.
En esta pasión por la realidad, sin óptimas condiciones políticas, la libertad se transforma en una trampa perfecta llamada anarquía. En ella cada componente de una sociedad lleva a cabo, presa de un feroz individualismo, lo que quiere sin tener en cuenta a quienes lo rodean, es decir, sin una medida moral. El marco fundante de nuestra experiencia histórica se define en un encadenamiento sucesivo de lúcidas intenciones y formas de discernimiento de lo real, que se determinan en una visión de la comunidad política.
De ahí mi “confusión” en un año de tranzas, acuerdos y desacuerdos, dentro de un marco maquiavélico en el que no importa barajar y dar de nuevo. Este manejo transforma el rol de los involucrados avalando el pensamiento de James Clarke, que decía: “un político piensa en la próxima elección, en cambio un hombre de estado piensa en la próxima generación”. Esta manera de interactuar confirma un desconocimiento total en cuanto a que la política es, también, una ciencia del espíritu, ignorando que aquél que presenta bien a su partido es el que verdaderamente sirve a su país.
Si utilizamos la lente del análisis estrictamente a lo político, produciríamos un quebranto de valores concomitantes que siempre expresan la realidad del hombre como ser que se dice a sí mismo en forma política, ya que esto lo obligaría a una preparación que supere lo ideológico o lo doctrinario nacido de la virtualidad de las cosas. Obviamente que todo esto constituiría un paso más para inteligir los bienes que componen el núcleo político.
La falta de educación política incide para que se ignore, por ejemplo, sendos tomos sobre la República y la Teoría de las Ideas surgidos de los diálogos auténticos y completos de Platón; además de infinitos textos de otros autores contemporáneos, que versan sobre instrucción cívica y moral. Hay quienes argumentan que muchas cosas enseñan, citando a la “universidad de la calle”, pero sin advertir que las instintivas cátedras de la vida, no siempre tienen a un maestro que las conduzca y más de una vez suele no aprobarse el examen. La militancia es importante pero no suficiente para la formación de un político.
En este aprendizaje desordenado que es vivir, se comparten mensajes de otros que se van incorporando a manera de ser o de opinar, como la televisión, por ejemplo, vestida de espectáculos reñidos con la moral y las buenas costumbres, con muchas horas de palabras y locuciones extemporáneas que no logran construir, en su mayoría, un contenido residual de conocimientos.
¿Reparamos acaso en que desde el fusilamiento de Liniers hasta nuestros días, exhibimos a una república cuya trayectoria bicentenaria se encuentra regada con

sangre, sujeta en infinidad de ocasiones a la deformación de los hechos por parte de quienes intentan, sin haber estado presente en el lugar de los mismos, relatarlos como si fuera una novela? Cuidado con la ideología ya que ésta se maneja poco menos que una fórmula mágica, con cuya mención, todo lo convocado se transforma: lo malo en justo, lo arbitrario en oportuno, el pasado errado en futuro promisorio.
Mientras se pronuncian tales conjuros, la realidad con su desobediencia con respeto a las teorías, sigue marchando y aplasta, no a los ideólogos, sino a sus víctimas, el pueblo confiado. Sólo el transcurso de un gobierno permite confrontar sus postulados y plataformas con los hechos consumados. Basta de promesas incumplidas, el pueblo necesita ser informado con veracidad, en forma contínua “atento que gobernar es informar”.
Esforzarse en la tarea política debe ser el objetivo, dispuestos a servir al hombre y a la comunidad, promoviendo sus derechos y legítimas aspiraciones, evitando de esta forma la desazón, la angustia, la desconfianza, la falta de futuro, etc. Si así fuera, los festejos de la emancipación tendrían color esperanza.