Gabriela Mistral y la amistad con Victoria Ocampo en Mar del Plata
La relación entre la poeta chilena y la ciudad se dio gracias a su estrecha relación con la editora de la revista Sur. Una amistad llena de profundos debates en torno a lo editorial y literario, pero también a lo social y lo político.
Foto: Mauricio Arduin.
Por Carla Duimovich
“Tantas noticias tristes han llegado por este teléfono de Mar del Plata desde el comienzo de la guerra (suicidios, muertes) que se sorprende uno de recibir una buena”, así comenzaba Victoria Ocampo su ensayo sobre Gabriela Mistral, incluido en la serie “Testimonios” (Tercera parte; Sudamericana, 1946), a propósito del premio Nobel de Literatura concedido a la poeta chilena en 1945. Por primera vez en la historia, una mujer de sangre india recibía este reconocimiento: “Creo que ciertos premios, como el premio Nobel de literatura, nunca deberían concederse a un escritor -salvo casos excepcionales- únicamente por lo que ha puesto en su obra; lo que ese escritor representa, no solo en cuanto tal sino en cuanto ejemplar numerado de humanidad, debería también tomarse en consideración; Gabriela Mistral llena esas condiciones”, expresaba Victoria al enterarse del reconocimiento.
Gabriela Mistral nació en Vicuña, Chile, en 1889 y creció en el seno de una familia de maestros rurales. Desde muy temprana edad fue docente, pedagoga y voz de las luchas sociales de América. Dedicó su vida a la educación de los campesinos y de los pueblos autóctonos, extendiéndose a lo largo y ancho de todo territorio americano. Comprometida con la lucha de las mujeres, impulsó el voto universal y la igualdad entre géneros. A temprana edad, en 1906, publicó en el diario La voz de Elqui un artículo titulado “La instrucción de la mujer” que le acarreó problemas con la iglesia a pesar de su profunda creencia e instrucción católica. Entre sus líneas afirmaba: “La mujer instruida deja de ser esa fanática ridícula”.
Fue gracias a Gabriela que Chile conquistó la Ley de instrucción primaria obligatoria a principios del siglo pasado. Junto a José Vasconcelos, vivió y trabajó en México por y para la educación, abocándose a la alfabetización rural desde 1922. Hoy el país cuenta con numerosas escuelas que llevan su nombre. Sin embargo, su trabajo pedagógico se alejaba enfáticamente de los objetivos buscados por otros referentes de nuestros territorios. Abandonando cierto positivismo de época, Gabriela se aparta de los conceptos de educación planteados desde la dicotomía civilización/barbarie. El pedagogo cordobés Saúl Taborda explicaba que las instituciones copiadas (del exterior, en nuestro caso de Europa) cargan con contradicciones propias de los contextos que les dieron origen, y ocurre, entonces, que esas instituciones tienden a desconocer las situaciones de nuestras propias realidades y nuestras propias culturas. Gabriela Mistral observaba lo dicho con mucha claridad, otorgándole importancia a la identidad cultural de nuestros territorios, e intentó expresárselo con efervescencia a Victoria Ocampo en su paso por Villa Victoria en Mar del Plata.
“Gabriela se había propuesto firmemente regalarme América”, escribe Victoria en 1946 en Mar del Plata; y transcribe un fragmento de la chilena: “Una vez más yo cargo aquí, a sabiendas, con las tareas del mestizaje verbal… pertenezco al grupo de los malaventurados que nacieron sin edad patriarcal y sin Edad Media; soy de los que llevan entrañas, rostro y expresión conturbados e irregulares a causa del injerto; me cuento entre los hijos de esa cosa torcida que se llama una experiencia racial, mejor dicho, una violencia racial”.
La relación entre Gabriela Mistral y Mar del Plata se dio exclusivamente gracias a la amistad que compartieron con Victoria Ocampo. Una amistad llena de profundos debates en torno a lo editorial y literario, pero también a lo social y a lo político. Gabriela le insiste (le exige) a Victoria que abrace Latinoamérica con amor y cuidado. Tanto es así que el libro que recopila el intercambio epistolar entre ambas escritoras se titula “Esta América nuestra” (El cuenco de plata, 2007). Por su parte, Victoria la empuja a volver a la poesía en un momento en que Gabriela parecía perderse. Podemos decir que entre ambas se ayudaron a reencontrarse.
Su paso por Mar del Plata fue determinante y un suceso siempre recordado por Victoria después de la muerte de Mistral en 1957: “Me parece que nunca he cesado de dialogar con Gabriela y que su presencia en mí es más evidente que lo que miro o toco en este mismo instante”. A partir de su paso por la ciudad, Gabriela va a llamarla cariñosamente Votoya, un apodo pronunciado por los hijos de las mucamas de Villa Victoria para referirse a Ocampo y que Mistral adoptó con mucho afecto. “Nos ha dejado un ritmo en el oído que se rehace en nosotros cuando la evocamos. Gabriela puede hasta emplear los giros más peninsulares sin que huelan a península. De las palabras más castizas se levantan gorjeos que solo pueden salir de la garganta de los pájaros americanos”, describía Ocampo. Lo cierto es que, en el primer encuentro en 1930 en Madrid, Mistral increpa a Ocampo, le hace preguntas duras sobre su afrancesamiento, su poco americanismo. “Escuché mansamente y boquiabierta el sermón. Me decía mientras ella hablaba: ‘Es increíble que pueda uno ser tan mágicamente injusta. Esta mujer es generosa hasta en la injusticia’. Y le agradecía a Gabriela el haber pensado en hacerme el don de sus reproches, el haber juzgado que era digan de ellos. En no haber esperado a conocerme para hablarme así. En haber previsto que lo único que contaba entre nosotras era la intención, no el posible error”, relata Victoria en sus “Testimonios”.
Fue a principios de abril de 1938. Gabriela, acompañada por Connie, Consuelo Saleva, ocupa una de las habitaciones de Villa Victoria (la casa inglesa traída en barco, ubicada en la calle Matheu 1851). Llegó a la estación de trenes en medio de un diluvio dantesco. Victoria recordará que Gabriela llegó sin avisar y le costó mucho conseguir un auto que las pueda ir a buscar. “A la media hora de mandar yo el auto, Gabriela estaba sentada junto a mi cama. Me hablaba no solo de la lluvia sino de la tierra, del cielo y de la condición humana”, escribió.
Como fervientes escritoras de cartas, su intercambio epistolar no cesó estando incluso en habitaciones contiguas o vecinas. Victoria denominaba a este tipo de epístolas cartas habladas: “Y desperté sin saber dónde estaba, hasta que me vino la carta de Victoria y llegaron los duraznos y los higos… Yo le agradezco que me quiera un poco. Yo lo necesito. Tal vez sea, con el sueño, lo único que necesito (…) Voy a ver sus árboles y a escribir unas cartas. Quiero leer eso de los chilenos que capitanea Neruda”, escribe Mistral a una Victoria que venía afectada por un resfrío desde hacía días atrás y se encontraba en otra de las habitaciones de la misma Villa Victoria.
Durante su estadía, las escritoras descubren que nacieron el mismo día, 7 de abril. Victoria escribe:
“… La costa a que me trajiste,
Tiene dulces los pastos y salobre el viento,
el mar Atlántico como crin de potros
y los ganados como el mar Atlántico,
Decía un poema que escribió aquí mismo, en esta quinta de Mar del Plata cuyos árboles tanto le gustaban y donde vino a pasar unas semanas, en 1937. Abril llegaba con sus días tranquilos, transparentes y frescos, como sucede a menudo en esta costa en que los maravillosos y solitarios otoños quedan en poder de un grupo pequeño de aficionados y de los acostumbrados habitantes del balneario (…). Y sucedió que descubrimos también, pocos días antes del 7, que habíamos nacido el mismo día, si no el mismo año”. Ese día Victoria fue a saludar a Gabriela antes de que se levantara. Cuando entró en la habitación ella ya estaba sentada en la cama, escribiendo con lápiz los versos citados que le regalaría a Victoria.
El poema escrito en Mar del Plata el día del doble cumpleaños forma parte de la última sección del libro “Tala”, publicado un año después, en 1938, por editorial Sur. Dicha sección se llama “Recados” y, al poema de 62 versos, lo tituló “Recado a Victoria Ocampo”, en la Argentina. En el mismo libro, el poema “Nocturno del descendimiento” sobre las atrocidades de la Guerra Civil española también está dedicado a Victoria Ocampo. “Empiezo a no dudar de esta forma de eternidad, Gabriela está aún en este cuarto que fue el suyo. Come higos azules y rojos en un plato de borde turquesa. Me habla del Valle de Elqui, de México, del Mediodía de Francia. Contempla conmigo los tilos y las lambertianas cuyos verdes contrastan con tanta felicidad”.
En el libro “Gabriela piensa en…” (una selección de textos publicados en 1978 por editorial Andrés Bello), Mistral escribe “Victoria Ocampo”, en 1942, en donde resalta todas las virtudes de su Votoya entrañable pero donde, también, enfatiza y sigue pellizcando sobre asuntos que colerizan a la chilena desde que se conocieron: “¿Qué te figurabas? ¿Creías, gran boba, que se puede tener una Pampa de esta anchura y este vigor y un río como el Plata, y se puede vivir con el Martín Fierro sesteando bajo el sesgo y no llevarlo en el alma tanto como se les carga en el cuerpo? ¿Tú crees que se camina con este paso largo de lebrel y se respira con este cuello de llama y se gozan estas dunas inacabables, siendo de Loire y soñando Piccadilly?”. Este tema se va a abordar a lo largo de su amistad, no una sino varias veces; Victoria escribió: “Gabriela reconocía de pronto que a pesar de mi Francia yo era tan fatalmente, tan ineluctablemente americana como la planta más humilde, como la especie de pájaros más común de la región. De pronto me perdonó el lugar de mi nacimiento y lo que mis primeros años de clase habían dejado de imborrable en mí. Me dio su poema como quién da un espaldarazo. Además del placer, ¡qué alivio!”.
Decir que la amistad entre ambas escritoras duró hasta la muerte de Mistral es injusto. Victoria siempre la llevó consigo y la recordó con mucho afecto. Días antes de su muerte viajó a visitarla en un hospital de Hempstead, Long Island; Gabriela desvariaba y a Victoria le resultó muy doloroso ese último encuentro. Tras su muerte, publica en el diario La Nación un ensayo titulado “Y Lucila hablaba como un río”, datado el 2 de marzo de 1957, en donde habla largamente sobre quién era Gabriela comparándola con William Blake. El texto concluye: “así seguirán viviendo y encontrándose donde se encuentran los muertos, como escribió otro poeta hermano de ellos: en los labios de los vivos”.
Recado a Victoria Ocampo, en la Argentina
Victoria, la costa a que me trajiste,
tiene dulces los pastos y salobre el viento,
el mar Atlántico como crin de potros
y los ganados como el mar Atlántico.
Y tu casa, Victoria, tiene alhucemas,
y verídicos tiene hierro y maderas,
conversación, lealtad y muros.
Albañil, plomero, vidriero,
midieron sin compases,
midieron mirándote,
midieron, midieron…
Y la casa, que es tu vaina,
medio es tu madre, medio tu hija…
Industria te hicieron de paz y sueño;
puertas dieron para tu antojo;
umbral tendieron a tus pies…
Yo no sé si es mejor fruta que pan
y es el vino mejor que la leche en tu mesa.
Tú decidiste ser “la terrestre”,
y te sirve la Tierra de la mano a la mano,
con espiga y horno, cepa y lagar.
La casa y el jardín cruzan los niños;
ellos parten tus ojos yendo y viniendo; sus siete nombres llenan tu boca, los siete donaires sueltan tu risa y te
enredas con ellos en hierbas locas. o te caes con ellos pasando médanos.
Gracias por el sueño que me dio tu casa, que fue de vellón de lana merino; por cada copo de tu árbol de ceibo, por
la mañana en que oí las torcazas; por tu ocurrencia de “fuente de pájaros”, por tanto verde en mis ojos heridos, y
bocanada de sal en mi aliento: por tu paciencia para poetas
de los cuarenta puntos cardinales…
Te quiero porque eres vasca
y eres terca y apuntas lejos,
a lo que viene y aún no llega;
y porque te pareces a bultos naturales: a maíz que rebosa la América
rebosa mano, rebosa boca-,
y a la Pampa que es de su viento y el alma que es del Dios tremendo…
Te digo adiós y aquí te dejo,
como te hallé, sentada en dunas. Te encargo tierras de la América, ¡a ti tan ceiba y tan flamenco,
y tan andina y tan fluvial
y tan cascada cegadora
y tan relámpago de la Pampa!
Guarda libre a tu Argentina
el viento, el cielo y los trojes;
libre la Cartilla, libre el rezo,
libre el canto, libre el llanto.
el pericón y la milonga,
libre el lazo y el galope
¡y el dolor y la dicha libres!
Por la Ley vieja de la Tierra;
por lo que es, por lo que ha sido, por tu sangre y por la mía,
¡ por Martín Fierro y el Gran Cuyano y por Nuestro Señor Jesucristo!