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Policiales 22 de mayo de 2020

Funerales en pandemia: el último adiós a los muertos a pesar del aislamiento

La necesidad de realizar rituales para darle una conclusión al ciclo de la vida choca contra las medidas de distanciamiento social. LA CAPITAL consultó al Ph. doctor en Antropología Social y experto en etnografía de la muerte César Bondar para explicar cuál es la relación con los difuntos en estos tiempos de coronavirus.

Por Juan Salas / @juasalas

Las noticias de muertes por la pandemia del coronavirus llegan desde todo el mundo, algunas muy cerca, tanto que tienen hasta nombre y apellidos propios conocidos. Títulos de espanto impactan desde cualquier medio: “Crecen las consultas para comprar ataúdes de cartón”; “Colapsan los crematorios de Perú”; “Estado de México almacenará en tráileres refrigerantes cuerpos de fallecidos por coronavirus”; “Abren fosas comunes en Nueva York”; “San Pablo compra 5000 bolsas especiales para cadáveres”. No solo se habla la muerte, se anuncia, se anticipa, hasta pareciera que se espera.

Por estas horas del viernes 22 de mayo, en el mundo ya se cuentan 335.631 personas muertas por coronavirus -416 en Argentina y 2 en Mar del Plata-. Cuerpos sin vidas que necesariamente son retirados de los hospitales, que saturan las morgues que no estaban preparadas para semejante fatalidad -¿quién pudo estarlo?-; hombres y mujeres llorados por sus familiares, que necesitan despedirlos de alguna manera.

La tarde está soleada, no hay movimiento en este aislamiento y, prácticamente vacía, la cuadra de Hipólito Yrigoyen al 2000 tiene un clima lúgubre: en la puerta de una funeraria una familia despide a un ser querido, que si bien no falleció por coronavirus, murió en medio de esta pandemia. Dos personas están en la vereda, ya que en la sala no se permite que más de cinco estén junto al cajón. Lloran y se abrazan. Se dan cuenta que no cumplen con el mandato del distanciamiento social y un poco se ríen. La muerte, la necesidad de una despedida, de un cierre, de un abrazo de desahogo y la imposibilidad de ese contacto.

Los velatorios están prohibidos por el decreto presidencial que, desde el 20 de marzo, ordenó el aislamiento social. Sí se pueden hacer “despedidas breves”, con un máximo de cinco personas, siempre y cando no sea fallecido por COVID-19.

En el caso de que una persona muera por coronavirus, el protocolo indica que directamente se lo lleve desde la morgue del hospital hasta el crematorio del cementerio. En Mar del Plata es obligatoria la cremación a los fallecidos por COVID-19.

En la pandemia, los esfuerzos apuntan a mantener la vida, pero ¿qué hacer con los difuntos? ¿Cómo poder despedirlos? ¿Cómo dar un cierre y volver a celebrar la vida? Todos vamos a morir. La afirmación es una obviedad, no es noticia, pero de todas maneras quita el sueño y más en tiempos de pandemia en que los medios cuentan cadáveres.

El Ph. doctor en Antropología Social, experto en etnografía de la muerte e investigador del Conicet en la Universidad Nacional de Misiones, César Bondar, fue consultado por LA CAPITAL para intentar explicar cómo es la relación del argentino con la muerte, con la (im)posibilidad de despedir a una persona querida en pandemia y cómo es la alternativa de realizar un velorio sin el cuerpo. “La muerte en tiempos de pandemia narra e introduce formas desconocidas de entablar las relaciones con el difunto“, explica el experto.

¿Se puede definir cómo es la relación del argentino con la muerte?

-En términos generales la relación que tenemos los argentinos con la muerte no difiere de lo expresado por los estudios clásicos de la Antropología de la Muerte. Ahora bien, la compleja mestización de la sociedad argentina, su configuración histórica, demográfica y fronteriza nos lleva a percibir variadas alternativas de relacionamiento con la muerte, ello dependiendo de la Provincia, las fronteras, regiones, comunidad, configuración étnica, procesos migratorios, ascendencia étnica, pertenencia religiosa. Yo no podría afirmar que existe algo así como “relación del argentino con la muerte”; ya que eso sería muy simple, reduccionista y homogéneo.

-¿Por qué es tan importante el cuerpo a la hora de velar a una persona?

-Siguiendo los aportes del antropólogo Bronislaw  Malinowski podemos señalar que el cadáver que se encuentra en el contexto de los rituales mortuorios recuerda a los vivos la conciencia de su propia muerte. Agrega que esta relación entre vivos y muertos, en el ritual funerario, es paradójica: el cadáver horroriza pero inspira respeto y veneración. Podemos apreciar una atmósfera que aún conserva rasgos de vitalidad, en el cadáver habita la persona, el familiar, el amigo, el hijo; se combinan estados pasionales de amor y horror. Pensar en la putrefacción del ser amado contradice su presentación casi viva. En los rituales funerarios se vive la muerte y vemos como se muere la vida, siendo para casi la totalidad de los dolientes una de las últimas instancias de contacto con el cuerpo del difunto. En tal sentido, el cuerpo del muerto personifica lo que queda de la persona.

Estas percepciones en torno a las combinatorias antagónicas entre cuerpo-cadáver, amor-horror, putrefacción-máscara, aromas-hedor, presencia-ausencia nos inscriben en tipos velatorios propios de la muerte adulta, velatorios a cuerpo presente. Si bien el cuerpo adquiere una relevancia significativa consideramos que estas experiencias no agotan las posibilidades del velorio.

César Bondar, doctor en Antropología Social.

César Bondar, doctor en Antropología Social.

-¿Qué sucede durante la pandemia? ¿Cómo afecta al duelo no poder despedirse del cuerpo de una persona querida?

-La muerte en tiempos de pandemia narra e introduce formas desconocidas de entablar las relaciones con el difunto. En esta instancia resulta muy complejo el vínculo entre cuerpo y doliente; el muerto infectado –aunque sea MI muerto- se inclina más hacia la idea de cadáver contaminante y no tanto hacia la personificación del familiar amado. A ese difunto se lo ha privado del ritual de la thanatopraxia, de los arreglos para su funeral, de las últimas expresiones de afecto, amor, consideraciones de respeto y admiración. Para los creyentes en la vida después de la muerte, por ejemplo para los practicantes de las tradiciones funerarias católicas; a este difunto le resta la oración de la novena, de la espiga o los recordatorios conmemorativos luego de que sus restos hayan sido cremados, sepultados o inhumados en soledad. El velorio a cuerpo presente se disipa, se posterga, se dilata, se congela. Los familiares no pueden vestirlo para su paso al más allá, no pueden tocar o besar su frente, no pueden verlo antes de su ingreso al universo de los muertos. Para algunos estudios de la Antropología de la Muerte velar el cuerpo, poder estar en contacto con lo que resta de esa persona, es extremadamente relevante para la conclusión de un ciclo, para asumir la muerte bio-física o para iniciar un duelo creativo, domesticado y reflexivo. Es muy importante para el duelo la idea de “ultimo adiós”, despedida o demostración de afecto. Al imposibilitarse este componente, la experiencia del duelo ingresa en una urdimbre muy compleja que deberá ser resuelta desde la amplitud de los sistemas de creencias disponibles en lo humano.

-¿Cuál es su reflexión al ver noticias de países que apilan los cuerpos de los muertos por coronavirus o gobiernos que compran ataúdes de a miles?

-Los cuerpos apilados nos remiten a imágenes arcaicas de otras Pandemias, con reminiscencias de la Edad Media, las configuraciones telúricas y macabras de la Peste Negra.

Aquí es donde entran en crisis, no solo las estructuras sanitarias, médicas o higienistas, sino además las valencias y las formas de entender, comprender e interpretar el mundo y las relaciones con los difuntos. El cuerpo, símbolo dominante en los velorios a cuerpo presente, se desacraliza, su relevancia se confunde, se vuelve putrefacto y es despojado de lívido. Para muchos se constituye como “cosa desechable”, forma parte del descarte, por ello se lo amontona, se lo cubre con plásticos, es apilado, ocultado y apartado.

La dignidad humana debe ser comprendida en relación a la vida y la muerte. El cuerpo muerto debe ser tratado con dignidad, porque su significación se construye de forma social, se semiotiza, se colectiviza; el cuerpo es un signo. En muchos casos podemos ver cómo el tratamiento del cuento ha vuelto a caer en los criterios higienistas de un sistema médico anti-holístico; negador de los esquemas de la imaginación religiosa de las sociedades. El cuerpo de mi pariente difunto es, también, mi cuerpo. YO provengo de ahí (en términos de lo biológico o lo social); parte de lo que yace muerto en ese cuerpo infectado, está vigente en mi cuerpo vivo.

-¿Qué notó en la sociedad a raíz de esta pandemia?

-Esta pandemia COVID-19 muestra la fragilidad humana, una crisis del antropocentrismo y del logocentrismo. La gran paradoja se sustancia en la idea de que para salvarnos de la muerte debemos “volver a la caverna”, encerrarnos, resguardar a los nuestros; proteger la gerontocracia portadora de memoria; situación ya iniciada con el Homo Erectus. No solo nos salvan de la muerte el cientificismo o la existencia de una vacuna (cual bálsamo del Dios de la Modernidad); sino que nos mantienen vivos los componentes opuestos a lo que históricamente ha caracterizado a la condición humana (como seres gregarios y sociales): para vivir debemos practicar distanciamiento social, aislamiento, supresión del contacto y hasta control de los vínculos sexuales y reproductivos: volver a la caverna.

Para el etnógrafo de la muerte, deben realizarse protocolos funerarios para el tratamiento de los difuntos por COVID-19. “Tienen que hacerse protocolos desarrollados con responsabilidad crítica y que incluyan los componentes médicos, higiénicos, sociales, simbólicos. Un protocolo holístico”, expresó César Bondar.

Mantener la dignidad en la muerte, conservar los rituales y dar la posibilidad para que las personas puedan despedir a sus seres queridos resignifican la importancia, la necesidad, de preservar la vida en esta pandemia y más allá de ella.

Velorios sin cuerpo, de la fotografía y de la ropa

El Antropólogo Social César Bondar ha investigado, junto a la tesista de la Licenciatura en Antropología Social, Tatiana Olmedo, ritos funerarios sin el cuerpo del difunto y en estos velorios sin cuerpo ha encontrado dos alternativas: los velorios de la fotografía y de la ropa.

Las experiencias nos habilitan a visualizar cómo en estos velorios, la ropa y la fotografía, permiten corporeizar la imagen del difunto, entendiendo a corporeizar como ´convertir en cuerpo´, ´volverse cuerpo´. Estos velorios nos habilitan  aproximaciones  a formas alternativas de pensar, percibir y comprender los procesos de muerte y morir”, explicó el experto.

El etnógrafo de la muerte, remarcó que los elementos utilizados en este tipo de velorios “reciben el mismo tratamiento que el cuerpo físico ya que se presupone (sin posibilidad a dudas) que ´algo del muerto´ está presente y permanece en los objetos velados”.

“El re-ordenamiento de las relaciones (y emociones) con el difunto y la comunidad, cualidad propia de los ritos funerarios como el velorio, hallan en estas formas de expresión una nueva legitimidad y aceptación por parte de los dolientes. Lo que podría ser visto como una ausencia física es reconfigurada y resemiotizada; la utilización de las prendas de vestir o la imagen fotográfica no resulta solamente del supuesto de la necesidad de cumplir con el ritual funerario, sino del convencimiento de que “tal o cual muerto” desearía (y debería) ser velado en el lugar de pertenencia”, expresó Bondar.